Intenso, duro y difícil. De maniobras con el «Farnesio» 12
El regimiento vallisoletano es el más antiguo y un «auténtico orgullo» para la Caballería Española
Son las tres de la mañana. La noche, oscura y sin luna, se hace fría. Tras más de doce horas metidos en el blindado Centauro, sin dejar de movernos de aquí para allá, parece que tenemos un momento de descanso. Se hace un silencio extraño, solo roto por el chasquido de la radio que se repite regularmente y nos indica que las comunicaciones siguen abiertas. El encanto, si había alguno, se rompe en un instante: órdenes «de arriba». Hay que avanzar hacia Lima Charlie Tres. Nos ponemos en marcha de nuevo. Es lo que tienen los ejercicios de la caballería.
Para vivirlo en primera persona nos hemos ido a una de las maniobras militares más exigentes y complejas con el Grupo «Santiago» I/12, perteneciente al Regimiento de Caballería «Farnesio» nº12 y encuadrado en la Brigada «Galicia» VII. No es un regimiento cualquiera. El «Farnesio» es el más antiguo de la Caballería española (que es decir del mundo) levantado por el Príncipe de Hesse-homburg el 7 de marzo de 1649.
Un regimiento muy ligado a Valladolid que, para este ejercicio de nombre «Linaje Aldaba I/21», se ha desplazado en una primera fase al campo de adiestramiento de San Gregorio (Zaragoza) para luego volver a tierras castellanas y continuar en la zona de Renedo (Valladolid).
Hemos podido ver de todo. Ejercicios de tiro con fuego real, coordinaciones con zapadores, que abrieron brechas y realizaron voladuras, con la artillería y con los ingenieros, que en apenas unas horas tendieron un espectacular puente sobre el río Esgueva. Y por supuesto temas tácticos propios de los jinetes, como son exploración y reconocimiento, ataque, establecimiento de líneas de observación y retardo del avance enemigo.
Son ejercicios de gran dureza donde los Escuadrones, ahora a lomos de los veteranos vehículos de seis ruedas VEC y de los potentes Centauro de ocho, se pueden tirar dos y tres días seguidos por el campo, en continuo movimiento y sin establecer campamento. No se monta tienda de campaña y dormir entonces es un lujo, un bien muy escaso que hay que dosificar con tino. La comida tampoco es «gourmet’» No hay cocina, no se puede y toca comer de raciones de campaña a base de latas, lo que se denomina ‘ladrillo’, pues viene en una compacta caja de cartón que, una vez abierta y sacado parte de su contenido, nadie jamás ha sido capaz de volver a colocar. Lo que no hay son quejas y tampoco pañuelos. Aquí se viene llorado de casa.
Realizamos veloces movimientos campo a través, siempre con el riesgo de volcar, seguidos de períodos de aparente calma cuando se da orden de alto o se alcanzan las posiciones asignadas. Muchas veces no sabemos qúe está pasando. Solo en el Puesto de Mando, también móvil, se tiene una idea global de lo que sucede, pero la gente actúa con gran profesionalidad. Son gente preparada, como la teniente Aragón, jovencísima oficial en cuyo Centauro nos hemos metido. Impresiona la tranquilidad con la que da instrucciones a su sección, con seguridad y sin complejos, porque en este oficio no hay lugar para cuotas y el respeto se gana.
El cansancio se acumula según pasan las horas e intentamos relajarnos en algún momento de calma. Difícil pues debemos permanecer dentro del vehículo y, ya se sabe, los lujos rara vez forman parte de la guerra. Así es el trabajo de los jinetes. Este es su día a día, que bien podría ser el de cualquier soldado a lo largo de nuestra dilatada historia: largas jornadas, escaso sueldo, pocas comodidades y, de día o de noche, siempre alerta.