La Razón (1ª Edición)

Las enseñanzas de un optimista Séneca que acabó quitándose la vida

El gran filósofo demostró en su obra «Sobre la brevedad de la vida» que el hombre solamente debe evitar una cosa: perder el tiempo

- POR JAVIER ORS

Según el relato de su biografía nació en Córdoba. Vamos, un hispano. Para algunos eso lo convierte en español. A saber. Debería haber sido orador, que era el sueño de su padre y un oficio prometedor en aquel mundo sin television­es ni radios ni internet ni twitter. Como fue un rebelde se hizo filósofo. Si hubiera nacido en 1950 se habría puesto quizá una chupa de cuero y peinado el pelo con gomina. Pero aquello era el imperio romano y todavía no existían guitarras eléctricas. El joven era talentoso, tenía labia y sobre todo sabía discurrir, lo que entonces era frecuente, y hoy, a la luz de los hechos, no tanto. Según la leyenda, Sénera era tan listo que se las supo apañar para sobrevivir a dos emperadore­s, Calígula y Claudio. El primero no desentonar­ía en «Psicosis», de Hitchcock. El segundo, dependería del momento en que lo cogieras, podía ser un hombre lúcido o un alelado que no se enteraba que su mujer retaba a las prostituta­s para ver quién era capaz de acostarse con más hombres. En fin, cosas que antes sucedían.

Con quien no pudo Séneca era con otro paranoide de cuidado: Nerón. Este estaba hecho de pasta fina. Un emperador de cuidado. Al principio se dejó aconsejar por el bueno de Séneca y, gracias a él, rubricó cinco años para enséneca. marcar desde el punto de vista político. De los mejores de aquel imperio. Luego, perdón por el coloquiali­smo, se le fue la chota. Debió tomar confianza y decidió apropiarse de las riendas del gobierno. Lo que sucede es que carecía de sentido común para semejantes tareas. Y, claro, la cosa salió por donde salió.

Suicidio en agua caliente

A Séneca no le quedó otra que suicidarse. Al principio lo intentó con veneno, pero nada. Después se cortó las venas, y tampoco. Al final tuvo que sumergirse en un baño caliente. Todo esto, según Tácito, que da relación del hecho. Atrás dejaba una obra importante, aunque eso no le debía preocupar demasiado al pirado de Nerón. Menos cuando tocaba la lira, porque se creía artista, un músico, el jodido Jim Morrison del momento. Séneca, que murió antes de tiempo, dejó, sin embargo, una obra que probaba que la vida no es corta, como se suele creer con frecuencia y como tantas veces repiten las abuelas. Él tenía claro que el principal problema de los hombres era su tendencia a desperdici­ar las horas y los minutos en bagatelas. Para el pensador, exprimir el reloj era la clave para que una vida estuviera más aprovechad­a que un limón exprimido. No está mal tener presente este consejo ahora, en estos tiempos en que tantos pierden las tardes delante de Instagram o cosas de semejante corte. Él predicaba que lecciones que ofrece el camino de la sabiduría dilatan las horas y los minutos, compensan. «La vida del sabio es muy extensa; solo él se libera de las leyes del género humano», escribe. Así que aquí tenemos a un hombre que pretendía mejorar nuestro destino solo con el pensamient­o. Me cae bien Séneca, aunque este optimismo suyo suene a pura ingenuidad.

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Impreso de 1643 de «Sobre la brevedad de la vida», una de las obras más relevantes de Séneca

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