Cuando Dickens predijo la dictadura «woke»
A mediados del siglo XIX, el escritor inglés ya se rebeló contra la corrección política y el adoctrinamiento que «corrían el riesgo de convertirse en una ideología» que afectase a la literatura en detrimento de lo humano
ElEl término «woke», en los últimos años, ha ido ganando un papel protagónico en el dis-curso dis-curso social y cultural. Originado en la lengua afroameri-cana afroameri-cana y utilizado cotidianamente en «slang» con el significado de estar despierto o consciente, el término ha ido evolucionando hasta abar-car, abar-car, hoy en día, un conjunto de ideas y de valores centrados en la conciencia social y en la equidad. Sin embargo, aquello que en un principio empezó como un movi-miento movi-miento a favor de la justicia y la inclusión acabó siendo el centro de debates diversos y controversias varias en todos los ámbitos.
Aunque el término «woke» hun-de hun-de sus raíces en el activismo afro-americano afro-americano de la década de 1940, su resurgimiento en la cultura popu-lar popu-lar se dio a mediados de los noven-ta, noven-ta, con el auge del movimiento « Black Lives Matter », que nació como reacción a la brutalidad po-licial po-licial y que propagó el uso del tér-mino tér-mino más allá de los límites de la comunidad negra. El término se convirtió en el estandarte de cues-tiones cues-tiones relacionadas con el género, con la orientación sexual y con la discapacidad desde una perspec-tiva perspec-tiva sensible y empática hacia las minorías.
La palabra ha impregnado tanto el discurso social y político que ya se habla de una «cultura woke». Una que, evidentemente, aboga por la conciencia social pero que no deja de mostrar en muchas oca-siones oca-siones su mero lado políticamente correcto. Esa presencia de lo «woke» ha trascendido hasta el en-tretenimiento, en-tretenimiento, la publicidad y, tam-bién, tam-bién, en la literatura y en el mundo de la edición. Como si fuera un fan-tasma fan-tasma que recorre la conciencia social, muchas empresas, corpora-ciones, corpora-ciones, celebridades y figuras pú-blicas, pú-blicas, contribuyen, por las dudas, a la fagocitación de esta cultura, adoptando prácticas y posturas que reflejen una mayor conciencia. En el ámbito educativo, por ejemplo, ejemplo, ha sido fundamental para que en los planes de estudio de Estados Unidos se ofrezca un énfasis en las contribuciones de las comunidades comunidades marginadas y no tanto en las figuras de los hombres blancos, ricos y modernos que hicieron la historia de una nación.
De Roald Dahl a 007
En el ámbito literario, en cambio, la perspectiva de la «cultura woke» no ha dado los mejores resultados, sino que su intromisión ha generado generado algunos debates y ciertas incomodidades. incomodidades. En su afán de reescribir los clásicos desde una mirada más «consciente», ha pecado de ser «más papista que el Papa» para mostrarse en realidad, como una cultura pacata, moralista, tendiente tendiente a la censura y la cancelación.
Uno de los primeros casos, o uno de los más llamativos o notorios, de la irrupción de la «cultura woke» en el ámbito literario, se dio con Roald Dahl, cuando la editorial Puffin, del grupo Penguin Random House, pretendió reeditar en 2023 los 16 títulos del escritor británico de literatura literatura infantil desde una perspectiva perspectiva inclusiva y políticamente correcta, correcta, con lo cual personajes emblemáticos de la obra de Dahl como Augustus Gloop dejaría de ser «enormemente gordo» para ser simplemente «enorme», Mrs. Twit dejaría de ser una mujer «terriblemente «terriblemente fea y bestial» para ser solamente solamente «fea» y los Oompa-loompas pasarían a ser «personas pequeñas», pequeñas», sin género, en lugar de ser lo que habían sido en la imaginación del autor: «hombres pequeños». La idea de «corregir» los textos de Dahl no provino de la editorial, sino de los herederos del escritor, pero como la avalancha de críticas no paró de crecer, entre las que sobresalía sobresalía la de Salman Rushdie, que habló directamente de una «censura «censura absurda», Puffin dio marcha atrás. Eso sí: dispuso que en las librerías librerías hubiera dos versiones, para que los lectores pudieran elegir entre entre los textos originales o los textos «correctos» de «Matilda», «Charlie y la fábrica de Chocolate», «James y el melocotón gigante» y «El Gran gigante bonachón».
Las iniciativas de hacer una versión versión actualizada de clásicos para no herir la sensibilidad de los lectores lectores por cuestiones de peso, salud mental, género o raza, a pesar del caso de Roald Dahl, siguieron adelante, adelante, pues lo mismo ocurrió, tiempo tiempo después, con la serie James Bond, de Ian Fleming. Según Ian Fleming Publications, dirigida por los descendientes de Fleming, éstos éstos sucumbieron ante la «cultura woke» y decidieron que, en futuras ediciones sobre las peripecias de 007, no existan términos o alocuciones alocuciones que hoy podrían resultar ofensivas o, como se dice, herir la sensibilidad. Aunque resulten llamativos, llamativos, estos casos son el reflejo de una tendencia que padecieron otros escritores en el pasado. Basta recordar los problemas que tuvieron tuvieron que lidiar con la censura autores autores como Nabokov, al que acusaron de haber escrito una novela pornográfica pornográfica como « Lolita»; Goethe, al que atribuyeron el aumento de suicidios suicidios a la publicación y la lectura de «El joven Werther»; o Flaubert, con «Madame Bovary», responsable responsable de incentivar el adulterio.
Reescribir «La Cenicienta»
El escritor inglés Charles Dickens, que no sufrió censura alguna, ya advirtió de los peligros de esta tendencia tendencia en 1853, en un artículo publicado publicado en el periódico «Household Words» y titulado « Fraude en el mundo de las hadas», donde criticó las andanzas de un ilustrador llamado llamado George Cruikshank, que había colaborado con Dickens y con el que las cosas no habían terminado terminado bien debido al moralismo excesivo del ilustrador, que acabó volviéndose un abstemio fanático que terminó haciendo numerosas ilustraciones en contra del alcohol y el tabaco e incluso se animó con una modernización de un cuento clásico como «La Cenicienta».
El artículo, recogido en el hermoso hermoso y completo libro «Pasiones públicas, públicas, emociones privadas» (Gatopardo, (Gatopardo, 2024) que recopila los escritos periodísticos del autor de «Grandes esperanzas», es una auténtica auténtica diatriba, con una buena dosis de humor, en la que Dickens no sólo se mofa de su antiguo colaborador, colaborador, sino que arremete con inteligencia contra lo que considera, considera, abiertamente, una auténtica censura, una verdadera apropiación. apropiación. « En un momento de grave ofuscación, nuestro estimado defensor defensor de la moral ha decidido que Pulgarcito, Barba Azul, Blancanieves Blancanieves y otros miembros de la misma familia debían convertirse en vehículos vehículos propagadores de la Abstinencia Abstinencia Radical, el Libre Mercado, la
Dickens cargó contra los «obstinados defensores de la moral» que censuran cuentos infantiles
Educación Popular y la Ley Seca –escribe Dickens–. Y a tal efecto se ha dedicado a adulterar los cuentos de hadas, introduciendo en ellos estos y otros adoctrinamientos».
Es que Dickens, ya a mediados del siglo XIX, era consciente de que la pretensión de ser políticamente correcto podía correr el riesgo de convertirse en una ideología y no en una representación genuina de la diversidad humana. Como si se anticipara a la cultura actual, aunque aunque criticara la cultura de aquel momento, Dickens no dejaba de sospechar que la búsqueda de la corrección política sólo podía ofrecer ofrecer obras forzadas, carentes de chispas y autenticidad.
« De entre todos los hombres, este incomparable artista del grabado grabado debería ser el último que osara osara meter sus refinadas manos en un texto feérico –dice Dickens sobre Cruikshank–. Él, maestro de un arte que ilustra con belleza, buen humor humor y sabiduría, jamás debió abandonar abandonar los instrumentos propios de su oficio para ponerse a corregir historias de brujas y ogros, personajes personajes a los que honraría mucho mejor con la punta y el buril que no con la pluma y la tinta».
Y concluye, Dickens, con todo su ingenio, que también despuntó en su copiosa y abundante obra periodística, periodística, con una versión «editada» de la historia de la Cenicienta por uno de estos supuestos «benefactores, «benefactores, para que se comprenda mejor mejor la relevancia del nuevo negocio y el gran alcance de su misión reformadora». reformadora». El resultado es un texto texto aburrido, descafeinado, sino fuera por la imaginación desbordante desbordante y corrosiva de Dickens, que imagina una Cenicienta moderna para aquellos tiempos pero que conserva, sin embargo, su inocencia inocencia de corte extravagante, su simplicidad simplicidad original, a resguardo de cualquier idea de pureza, de cualquier cualquier manipulación. ¿Quién sabe si detrás de la «cultura woke» se oculten buenas intenciones o si, como señalaba Lacan, las buenas intenciones sólo pueden conducir a lo peor? Como advierte Dickens, quien ose modificar las obras literarias literarias según su capricho, solo para ajustarlas a sus creencias, sean las que sean, merece ser acusado de apropiación indebida.