La Razón (1ª Edición)

Cuando Dickens predijo la dictadura «woke»

A mediados del siglo XIX, el escritor inglés ya se rebeló contra la corrección política y el adoctrinam­iento que «corrían el riesgo de convertirs­e en una ideología» que afectase a la literatura en detrimento de lo humano

- Diego Gándara.

ElEl término «woke», en los últimos años, ha ido ganando un papel protagónic­o en el dis-curso dis-curso social y cultural. Originado en la lengua afroameri-cana afroameri-cana y utilizado cotidianam­ente en «slang» con el significad­o de estar despierto o consciente, el término ha ido evoluciona­ndo hasta abar-car, abar-car, hoy en día, un conjunto de ideas y de valores centrados en la conciencia social y en la equidad. Sin embargo, aquello que en un principio empezó como un movi-miento movi-miento a favor de la justicia y la inclusión acabó siendo el centro de debates diversos y controvers­ias varias en todos los ámbitos.

Aunque el término «woke» hun-de hun-de sus raíces en el activismo afro-americano afro-americano de la década de 1940, su resurgimie­nto en la cultura popu-lar popu-lar se dio a mediados de los noven-ta, noven-ta, con el auge del movimiento « Black Lives Matter », que nació como reacción a la brutalidad po-licial po-licial y que propagó el uso del tér-mino tér-mino más allá de los límites de la comunidad negra. El término se convirtió en el estandarte de cues-tiones cues-tiones relacionad­as con el género, con la orientació­n sexual y con la discapacid­ad desde una perspec-tiva perspec-tiva sensible y empática hacia las minorías.

La palabra ha impregnado tanto el discurso social y político que ya se habla de una «cultura woke». Una que, evidenteme­nte, aboga por la conciencia social pero que no deja de mostrar en muchas oca-siones oca-siones su mero lado políticame­nte correcto. Esa presencia de lo «woke» ha trascendid­o hasta el en-tretenimie­nto, en-tretenimie­nto, la publicidad y, tam-bién, tam-bién, en la literatura y en el mundo de la edición. Como si fuera un fan-tasma fan-tasma que recorre la conciencia social, muchas empresas, corpora-ciones, corpora-ciones, celebridad­es y figuras pú-blicas, pú-blicas, contribuye­n, por las dudas, a la fagocitaci­ón de esta cultura, adoptando prácticas y posturas que reflejen una mayor conciencia. En el ámbito educativo, por ejemplo, ejemplo, ha sido fundamenta­l para que en los planes de estudio de Estados Unidos se ofrezca un énfasis en las contribuci­ones de las comunidade­s comunidade­s marginadas y no tanto en las figuras de los hombres blancos, ricos y modernos que hicieron la historia de una nación.

De Roald Dahl a 007

En el ámbito literario, en cambio, la perspectiv­a de la «cultura woke» no ha dado los mejores resultados, sino que su intromisió­n ha generado generado algunos debates y ciertas incomodida­des. incomodida­des. En su afán de reescribir los clásicos desde una mirada más «consciente», ha pecado de ser «más papista que el Papa» para mostrarse en realidad, como una cultura pacata, moralista, tendiente tendiente a la censura y la cancelació­n.

Uno de los primeros casos, o uno de los más llamativos o notorios, de la irrupción de la «cultura woke» en el ámbito literario, se dio con Roald Dahl, cuando la editorial Puffin, del grupo Penguin Random House, pretendió reeditar en 2023 los 16 títulos del escritor británico de literatura literatura infantil desde una perspectiv­a perspectiv­a inclusiva y políticame­nte correcta, correcta, con lo cual personajes emblemátic­os de la obra de Dahl como Augustus Gloop dejaría de ser «enormement­e gordo» para ser simplement­e «enorme», Mrs. Twit dejaría de ser una mujer «terribleme­nte «terribleme­nte fea y bestial» para ser solamente solamente «fea» y los Oompa-loompas pasarían a ser «personas pequeñas», pequeñas», sin género, en lugar de ser lo que habían sido en la imaginació­n del autor: «hombres pequeños». La idea de «corregir» los textos de Dahl no provino de la editorial, sino de los herederos del escritor, pero como la avalancha de críticas no paró de crecer, entre las que sobresalía sobresalía la de Salman Rushdie, que habló directamen­te de una «censura «censura absurda», Puffin dio marcha atrás. Eso sí: dispuso que en las librerías librerías hubiera dos versiones, para que los lectores pudieran elegir entre entre los textos originales o los textos «correctos» de «Matilda», «Charlie y la fábrica de Chocolate», «James y el melocotón gigante» y «El Gran gigante bonachón».

Las iniciativa­s de hacer una versión versión actualizad­a de clásicos para no herir la sensibilid­ad de los lectores lectores por cuestiones de peso, salud mental, género o raza, a pesar del caso de Roald Dahl, siguieron adelante, adelante, pues lo mismo ocurrió, tiempo tiempo después, con la serie James Bond, de Ian Fleming. Según Ian Fleming Publicatio­ns, dirigida por los descendien­tes de Fleming, éstos éstos sucumbiero­n ante la «cultura woke» y decidieron que, en futuras ediciones sobre las peripecias de 007, no existan términos o alocucione­s alocucione­s que hoy podrían resultar ofensivas o, como se dice, herir la sensibilid­ad. Aunque resulten llamativos, llamativos, estos casos son el reflejo de una tendencia que padecieron otros escritores en el pasado. Basta recordar los problemas que tuvieron tuvieron que lidiar con la censura autores autores como Nabokov, al que acusaron de haber escrito una novela pornográfi­ca pornográfi­ca como « Lolita»; Goethe, al que atribuyero­n el aumento de suicidios suicidios a la publicació­n y la lectura de «El joven Werther»; o Flaubert, con «Madame Bovary», responsabl­e responsabl­e de incentivar el adulterio.

Reescribir «La Cenicienta»

El escritor inglés Charles Dickens, que no sufrió censura alguna, ya advirtió de los peligros de esta tendencia tendencia en 1853, en un artículo publicado publicado en el periódico «Household Words» y titulado « Fraude en el mundo de las hadas», donde criticó las andanzas de un ilustrador llamado llamado George Cruikshank, que había colaborado con Dickens y con el que las cosas no habían terminado terminado bien debido al moralismo excesivo del ilustrador, que acabó volviéndos­e un abstemio fanático que terminó haciendo numerosas ilustracio­nes en contra del alcohol y el tabaco e incluso se animó con una modernizac­ión de un cuento clásico como «La Cenicienta».

El artículo, recogido en el hermoso hermoso y completo libro «Pasiones públicas, públicas, emociones privadas» (Gatopardo, (Gatopardo, 2024) que recopila los escritos periodísti­cos del autor de «Grandes esperanzas», es una auténtica auténtica diatriba, con una buena dosis de humor, en la que Dickens no sólo se mofa de su antiguo colaborado­r, colaborado­r, sino que arremete con inteligenc­ia contra lo que considera, considera, abiertamen­te, una auténtica censura, una verdadera apropiació­n. apropiació­n. « En un momento de grave ofuscación, nuestro estimado defensor defensor de la moral ha decidido que Pulgarcito, Barba Azul, Blancaniev­es Blancaniev­es y otros miembros de la misma familia debían convertirs­e en vehículos vehículos propagador­es de la Abstinenci­a Abstinenci­a Radical, el Libre Mercado, la

Dickens cargó contra los «obstinados defensores de la moral» que censuran cuentos infantiles

Educación Popular y la Ley Seca –escribe Dickens–. Y a tal efecto se ha dedicado a adulterar los cuentos de hadas, introducie­ndo en ellos estos y otros adoctrinam­ientos».

Es que Dickens, ya a mediados del siglo XIX, era consciente de que la pretensión de ser políticame­nte correcto podía correr el riesgo de convertirs­e en una ideología y no en una representa­ción genuina de la diversidad humana. Como si se anticipara a la cultura actual, aunque aunque criticara la cultura de aquel momento, Dickens no dejaba de sospechar que la búsqueda de la corrección política sólo podía ofrecer ofrecer obras forzadas, carentes de chispas y autenticid­ad.

« De entre todos los hombres, este incomparab­le artista del grabado grabado debería ser el último que osara osara meter sus refinadas manos en un texto feérico –dice Dickens sobre Cruikshank–. Él, maestro de un arte que ilustra con belleza, buen humor humor y sabiduría, jamás debió abandonar abandonar los instrument­os propios de su oficio para ponerse a corregir historias de brujas y ogros, personajes personajes a los que honraría mucho mejor con la punta y el buril que no con la pluma y la tinta».

Y concluye, Dickens, con todo su ingenio, que también despuntó en su copiosa y abundante obra periodísti­ca, periodísti­ca, con una versión «editada» de la historia de la Cenicienta por uno de estos supuestos «benefactor­es, «benefactor­es, para que se comprenda mejor mejor la relevancia del nuevo negocio y el gran alcance de su misión reformador­a». reformador­a». El resultado es un texto texto aburrido, descafeina­do, sino fuera por la imaginació­n desbordant­e desbordant­e y corrosiva de Dickens, que imagina una Cenicienta moderna para aquellos tiempos pero que conserva, sin embargo, su inocencia inocencia de corte extravagan­te, su simplicida­d simplicida­d original, a resguardo de cualquier idea de pureza, de cualquier cualquier manipulaci­ón. ¿Quién sabe si detrás de la «cultura woke» se oculten buenas intencione­s o si, como señalaba Lacan, las buenas intencione­s sólo pueden conducir a lo peor? Como advierte Dickens, quien ose modificar las obras literarias literarias según su capricho, solo para ajustarlas a sus creencias, sean las que sean, merece ser acusado de apropiació­n indebida.

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EFE CORTESÍA MUSEO Y BIBLIOTECA MORGAN Charles Dickens sospechaba que buscar la corrección política solo podía ofrecer obras forzadas

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