La Razón (1ª Edición)

La «superiorid­ad moral» progresist­a

- Antonio Flores Lorenzo Antonio Flores Lorenzo es ingeniero agrónomo, historiado­r y antiguo representa­nte de España en la FAO

UnaUna constante del progresism­o cultural es la autocompla-cencia autocompla-cencia en su pretendida su-perioridad su-perioridad moral. Es frecuen-te frecuen-te que auténticos bodoques del pensamient­o te miren con condescen-dencia, condescen-dencia, cuando no tienen respuesta ante argumentos razonables imposibles de reba-tir. reba-tir. Su convicción de que están en el lado adecuado de la historia y de que en ese lado se asientan tanto la razón como la bondad moral es inasequibl­e a la presencia de cual-quier cual-quier duda. Incluso la comprobaci­ón inob-jetable inob-jetable de hechos y situacione­s con motiva-ciones motiva-ciones dudosas o resultados siniestros les resulta indiferent­e.

La recién estrenada película Nefarious, supone una inteligent­e y devastador­a crítica de esa «superiorid­ad mo-ral» mo-ral» porque pone al progresism­o frente a sus tremendas contra-dicciones. contra-dicciones. No se trata de una película más de presencias aterra-do-ras aterra-do-ras y exorcismos estre-mecedores. estre-mecedores. La presen-cia presen-cia del diablo no resulta exce-sivamente invasi-va invasi-va y solo la resalta la magnífica actuación del protagonis­ta. Bas-taría Bas-taría para recomendar su visualizac­ión en la pantalla de un buen cine. Son los geniales diálogos y las impresio-nantes impresio-nantes actuacione­s las que introducen al es-pectador es-pectador en esa tensión entre el bien y el mal, entre la verdad y la mentira, que el buen cine tiene capacidad de transmitir.

Frente a esta soberbia interpreta­ción su contrapart­e, el psiquiatra que debe decidir sobre su destino, parece inicialmen­te des-vaída, des-vaída, informe, plana. Su presencia física es tediosamen­te tranquiliz­adora, su tono mo-nocorde mo-nocorde refleja el cansancio despectivo del que tiene que afrontar una tarea aburrida-mente aburrida-mente secundaria. Sus archiconoc­idos ar-gumentos ar-gumentos refuerzan la sensación de encon-trarse encon-trarse ante un alumno poco aventajado del catecismo progresist­a.

Solo conforme la trama va avanzando se percibe que tan aparenteme­nte prescindib­le actuación encierra mucho más de lo que aparenta. No es una actuación secundaria. Probableme­nte es la principal porque está magistralm­ente diseñada para poner al per-sonaje per-sonaje ante sus propias contradicc­iones. Para hacer evidente que entre sus argumentos argumentos bien pensantes y humanitari­stas, se esconde esconde la banalidad del mal, que tan genialment­e genialment­e denunció Hanna Arendt.

Para muchos de los que creen en el demonio, demonio, supongo que la película puede haber resultado equívoca. Al final el diablo parece tener argumentos más potentes que el psiquiatra. psiquiatra. En cambio puede resultar más esclareced­ora esclareced­ora para los que no creen en esta existencia existencia pero perciben la importanci­a del conflicto entre el bien y el mal. Porque se pone de manifiesto la debilidad de las proclamas progresist­as y la malignidad, el egoísmo sórdido sórdido y la cobardía que pueden envolverse con hermosas palabras. Para los que creemos en el demonio pero dudamos de que este pueda atravesar con facilidad la barrera de discreción discreción que impone Dios a la acción de lo sobrenatur­al, sobrenatur­al, el film puede resultar apasionant­e por lo que tiene de calidad y de denuncia de la imposición cultural progresist­a.

Una imposición que se manifiesta desde el principio en la actitud soberbia del psiquiatra psiquiatra que comienza haciendo ostentació­n de su condición de ateo. Una condición que le autoconced­e una superiorid­ad intelectua­l sobre las mentes débiles distorsion­adas por la creencia misteriosa en lo metafísico. Y se afirma en un monólogo sobre las bondades de la sociedad moderna y progresist­a que se yerguen triunfante­s sobre las tinieblas del pasado oscurantis­ta.

Las palabras del poseso construyen una tremenda respuesta, que acorrala a su oponente oponente contra la inconsiste­ncia de sus conviccion­es. conviccion­es. Cada aspecto de la vida analizado supone un varapalo para su moralidad. Empezando Empezando con la eutanasia de su propia madre, madre, disfrazada de compasión ante el sufrimient­o, sufrimient­o, pero que esconde el cansancio ante una enfermedad de larga duración que, además, además, resulta sumamente costosa. Y el deseo sórdido de anticipar una copiosa herencia.

También el entusiasmo del diablo con el tremendo dolor que cada aborto de un niño provoca a quien se denomina sardónicam­ente sardónicam­ente «el carpintero». Las patéticas justificac­iones justificac­iones del psiquiatra que está afrontando un embarazo no deseado son las que pueden escucharse en cualquier patético defensor es esta terrible práctica.

Solo esconden egoísmo y cobardía. Pero la dialéctica diabólica llega a lo sublime sublime cuando el profesiona­l introduce entre los avances más significat­ivos del mundo la creación del delito de odio. El diablo considera considera que con este delito parte la humanidad ha superado a los poderes satánicos en su capacidad de inventar ideas malignas. Una considerac­ión que permite silenciar a los discrepant­es desde las alturas olímpicas de la «superiorid­ad moral».

Hay un tercer personaje, de aparición más breve, que merece la pena reseñar, y es el capellán. No dicen si es católico o no (los protestant­es protestant­es también practican exorcismos), pero todo hace pensar que lo es. Su actitud, más que desdeñosa ante la posibilida­d de encontrars­e ante un espíritu del mal, es temerosa: temerosa: ya lo hemos superado, estábamos engañados y no se hable más. No se sabe si teme más el odio del diablo o la burla del mundo. Su persona, más que desdén, como es el caso del psiquiatra, rezuma bobalicone­ría bobalicone­ría acomplejad­a.

Es una película que hay que ver porque es una gran película. Y hay que verla en un buen cine por los elaborados matices que ofrecen las interpreta­ciones. Pero también hay que verla para recordar el combate eterno entre el bien y el mal. Y para que pierda validez la observació­n del gran poeta Baudelaire: « El mejor truco que el diablo inventó fue convencer convencer al mundo de que no existía».

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