Un viaje andaluz
LaLa sucesión de episodios en los escenarios que fuimos recorriendo fue-ron fue-ron interesantes. En Cór-doba, Cór-doba, revisitamos el Museo de Bellas Artes con obras del gran es-cultor es-cultor Mateo Inurria, y en el mis-mo mis-mo edificio la pinacoteca de Julio Romero de Torres, el pintor de la mujer morena.
Almuerzo en un refectorio de casa antigua, amplio y luminoso. Con el vino amontillado propio de Córdoba, el inevitable rabo de toro, y buena conversa fomentada por Antonio y las dos Pilares, de la Uni-versidad Uni-versidad Autónoma de Madrid.
Después, automóvil a Lucena, fundada por judíos en los primeros tiempos de la Edad Media, y que derrocha Historia por sus cuatro costados. Allí sienta plaza nuestro anfitrión, Don Vicente, que desde su mansión domina los pagos oli-vareros oli-vareros entreverados de tierra cal-ma, cal-ma, que atraviesa el Guadalquivir con su formidable puente romano de más de dos mil años de uso.
En Lucena, la mejor de las cenas en casa de Don Vicente, con dos arquitectos ilustres, padre e hijo, ambos Luises: buena conversación sobre el problema de la vivienda y la necesidad de un prototipo sen-cillo sen-cillo y muy económico para supe-rar supe-rar la grave crisis de oferta.
Buen sueño y a la mañana si-guiente, si-guiente, desayuno en casa de Don Vicente de los dos viajeros, Cris-tiano Cris-tiano y el escribidor, con un car-pintero car-pintero del más alto nivel, José Antonio, que regala a Vicente una polea con rueda de alcornoque. Coloquio a seguido, de recias pa-labras: pa-labras: gubias y garlopas, y otros instrumentos para trabajar la ma-dera. ma-dera. Como casi fin del festivo via-je, via-je, sesión de arqueología, con pre-via pre-via visita a un alfar romano con su restaurador, Daniel. Allí se fabri-caban fabri-caban las vasijas de barro para llevar el aceite y el vino de Hispa-nia Hispa-nia al puerto de Ostia.
Tras un almuerzo nada frugal, visita de Araceli, vecina de Don Vi-cente, Vi-cente, ayudadora. Despedidas de amigos y retorno a Madrid en el raudo AVE.