Camarón quiso al mejor
Cantaba Camarón como si le estuvieran descosiendo descosiendo la piel. Como si al dejar salir la voz en forma de pepitas de oro se desangrase. Porque la más alta belleza se engendra desde la cámara del dolor, poniendo en la tarea la sabiduría atesorada y también los sueños insistentes y todos esos anhelos y metas que mantienen calientes los instintos. Y Tomatito Tomatito lo miraba romperse mientras le daba a la guitarra y pensaba que de dónde había salido salido ese tío, Virgen santísima, cómo es posible cantar así, con la furia de un gladiador y el sentimiento de un rapsoda. Y al cabo de mil noches a su vera concluyó que aquel hombre no era un hombre, sino un extraterrestre disfrazado disfrazado de mortal. José Monge logró engañarlos engañarlos a todos, hacerles pensar que era de su misma especie, menos a él.
Acuérdate, Tomate, de aquella actuación en Granada, en el palacio de Carlos V, con las televisiones de medio mundo aguardando la aparición del genio de San Fernando… y tuvieron tuvieron que desmontar los equipos porque, ay, llegó tarde. No lo hacía de mala fe, por
Dios bendito, es solo que se liaba y el santo le trepaba al cielo. Pero jamás abandonó un concierto, eso no es más que un mito, un embuste que todavía perdura y nunca tuvo lugar, y eso tú bien lo sabes. Y lo único que debe contar es el legado que dejó, su cante robusto como dos montañas, su voz de fantasía. fantasía.
Creíste, Tomate, que aquel viaje de magia y aplausos y felicidad inefable inefable duraría siempre, pero los pulmones de Camarón griparon y con 33 años, dieciocho al lado de tu tocayo, tocayo, sentiste el aliento helado de la orfandad y tuviste que volver a la casilla de salida. Hoy miras atrás y aún te maravilla lo mucho conseguido. conseguido. Porque no estaba previsto y porque habrías continuado toda la vida poniéndole tu música certera a la voz que le dio un pellizco pellizco al flamenco y, junto a De Lucía, inauguró una autopista por la que han circulado todos los locos que vinieron después.
El camino ha sido hermoso, Tomate. Ahí están tus discos en solitario, imponentes como torres moriscas, y tus trabajos al alimón alimón con Michel Camilo, otro marciano. Y cómo suena el «Concierto de Aranjuez» en tus manos sin dudas. Técnica, concentración, concentración, máximo respeto. Cualquiera que te escuche tocar entenderá que Camarón, después después de Paco, quiso consigo al mejor. Los premios, Tomate, siendo ya un porrón, me parecen pocos.
Y aún te estremeces con una melodía de Pat Metheny o cada vez que suena « Adiós Nonino», donde un hombre se lamenta por no poder ir a velar el cadáver de su padre. Porque la vida, Tomate, es millonaria en ruido ruido y distracciones fútiles, pero las cosas que importan se cuentan con la mitad de los dedos dedos de una mano.
«Los premios, Tomate, siendo ya un porrón, me parecen pocos»
Cantaba Camarón como si le estuvieran practicando practicando un exorcismo: sacaba el demonio del talento de lo más hondo de su cuerpo enjuto y quienes lo miraban miraban y escuchaban se abandonaban abandonaban a la emoción. Os lo han contado, lo habéis visto en vídeos, pero yo estuve allí. Vi mil veces a mi hermano romperse como una bolsa de plasma, explotar entre lamentos, morir. morir. Y, tras los aplausos, resucitar y componer una sonrisa que desarmaba a los generales. Y yo le puse el silbido de mi guitarra como una alfombra roja y sin punto final. Para que caminara caminara por ella y llegase a su cita con los dioses, dioses, aunque lo hiciera tarde. O demasiado pronto.