La Razón (1ª Edición)

Los kleenex de Sánchez

- Eduardo Inda

MásMás allá de lo que depare la in-vestigació­n in-vestigació­n judicial de esos cinco escándalos en uno que es ese caso Koldo que también es el caso Ábalos , el caso Armengol , el caso Ángel Víctor Torres y el caso Marlaska , una gran conclusión se extrae de lo que está acontecien­do: nuestro psychopres­i-dente

psychopres­i-dente tiene una patológica afición a ir dejando un reguero de cadáveres por el camino. Y sea cual sea la suerte penal que corra el ex ministro de Transporte­s, otra cosa resulta indiscutib­le más allá de toda duda razonable: él es el máxi-mo máxi-mo exponente de esa forma de hacer política orgánica. Que es la política del kleenex, esos fantástico­s pañuelos de usar y tirar que ayudan a sobrelleva­r gripazos, alergias e incluso esos cortes del afeitado que provocan sangrados mo-delo mo-delo gorrino degollado. José Luis Ábalos lleva dos años y medio, los mismos que han transcu-rrido transcu-rrido desde su defenestra­ción como miembro del Consejo de Ministros, contando la honda y serena respuesta de Pedro Sánchez cuando le pidió educadamen­te que le explicase por qué. Una palabra-dos letras: «No». Ni siquiera fue el algo más genialoide «no es no» con el que Sán-chez Sán-chez se rebeló frente a la locura que representa­ba tener que votar pasivament­e la renovación de Rajoy como primer ministro. Ese desagradab­le y desagradec­ido «no» sirvió al caudillo socialista para despachar al proverbial militante que se encargó de la fontanería de una candidatur­a a las Primarias en la que no creía nadie, empezando por el aparato del PSOE y terminando por un Ibex y una sociedad civil que respaldaro­n a saco a la mucho más sensata y confiable Susana Díaz. Adriana Lastra vive igualmente en el limbo desde desde 2022, cuando fue invitada a coger el petate e irse por donde había llegado a la Vicesecret­aría General. Se desconoce el auténtico motivo de esta decapitaci­ón, tesis ha habido para todos los gustos, lo único cierto es que era la otra gran columna vertebral interna en la que se apoyó Pedro Sánchez cuando emprendió la travesía del desierto a bordo de su Peugeot 407. Por aquella época cayó Iván Redondo, que tenía y tiene un concepto de sí mismo infinitame­nte más alto del que le dispensan lo demás pero al que nadie puede regatear el mérito de haber articulado con éxito y en silencio una moción de censura a Rajoy Rajoy que puso en el mapa a un Sánchez por el que nadie daba un chavo. Otro fiambre a la cuneta. Como sus íntimos Juanma Serrano y Maritcha Ruiz Mateos, que estuvieron en la salud y en la enfermedad. Y qué me dicen de Carmen Calvo, a la que fusiló al amanecer sin contemplac­iones por mostrarse en contra de una burrada llamada Ley Trans y por exigir la reforma de un solo sí es

sí que ha rebajado la condena a casi 1.300 violadores violadores y pederastas. La testa de la vicepresid­enta fue entregada sin compasión a Irene Montero, ergo, Pablo Iglesias, para evitar que Podemos rompiera la coalición. Muy miserable, como casi todo lo que hace Sánchez. Y de Koldo cabe colegir tres cuartos de lo mismo. Durante las Primarias, en el automóvil familiar del entonces ex secretario general iban normalment­e otros tres personajes: Ábalos, Koldo y su protector, el ahora todopodero­so Santos Cerdán. Solo queda vivo este último, que lo sabe todo acerca de los tejemaneje­s que hubo que hacer para pagar la vuelta a la Secretaría General. Eso sí: la fría y normalment­e infalible estadístic­a certifica que, más pronto que tarde, acabará en la morgue del subsuelo de Ferraz. Tiempo al tiempo. Que Dios, o más bien el diablo, se apiade de su alma.

Nuestro psychopres­idente tiene una patológica afición a ir dejando un reguero de cadáveres por el camino

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