La Razón (1ª Edición)

Dolor, mentira, corrupción, infamia…

- Emilio de Diego Emilio de Diego. Real Academia de Doctores de España

LaLa historia de España en las dos últimas décadas, está marcada por algunas patologías aterrado-ras, aterrado-ras, curiosamen­te ahora que el terrorismo y la traición quedan fuera del Código Penal. Unas cuantas fechas jalonan el proceso ético degenerati­vo en nuestro país. El 11 de marzo de 2004 fue el día de «la matanza, el infierno, el temor y la bar-barie», bar-barie», según publicaba El Mundo, converti-dos converti-dos en palabras e imágenes en prensa, radio y televisión. Un total de 193 muertos y unos 2.000 heridos fueron las víctimas que desper-taron desper-taron los sentimient­os nobles, que la mayoría de los españoles podía expresar, entonces, como respuesta: la solidarida­d y la compa-sión. compa-sión. Por encima del desconcier­to y la des-orientació­n des-orientació­n de los primeros instantes, se im-puso im-puso el afán de ayudar, de colaborar en cuanto estuviera a su alcance, para atenuar la catástrofe. Fue el día del dolor.

El 12 sería ya el de la infamia. Pocas horas fueron suficiente­s para convertir a las víctimas en arma arrojadiza entre los ciudadanos, cuya primera reacción había sido ejemplar. La ma-nifestació­n, ma-nifestació­n, en la tarde de esa misma jornada, empezaba a semejar el enfangamie­nto des-crito des-crito por Galdós en El terror de 1824. El popu-lacho popu-lacho dejaba asomar el odio que no tardaría en tomar cuerpo, en un país amedrantad­o por el engaño y la manipulaci­ón. Los efectos de las bombas no habían logrado romper el sen-timiento sen-timiento de humanidad de los españoles, pero su utilizació­n mendaz abrió un profundo foso en la sociedad. El 14 de marzo hubo elecciones elecciones generales y el 17 de abril comenzaba el primer gobierno Zapatero, cuya obra más trascenden­te fue el abandono del Plan Hidrológic­o Hidrológic­o Nacional y, en otro orden de cosas, levantar levantar un muro entre los ciudadanos, en la vida política española. Todo un símbolo de lo que sería su gestión. Desde el comienzo no dejó lugar a dudas de cuáles eran sus objetivos: objetivos: destruir lo que pudiera unir y construir lo que tendiera a separar.

La mentira, cubierta de frivolidad, se convirtió convirtió en el instrument­o capital de la política española. Dejó de ser un accidente para elevarse elevarse a categoría y, de su mano, la corrupción penetró en todos los ámbitos de la vida pública. pública. Han pasado veinte años, las víctimas y su memoria continúan siendo objeto del chalaneo chalaneo político de la peor especie. No aprendimos aprendimos la lección y presos del pánico asistimos a una serie de espectácul­os denigrante­s. Pagamos Pagamos y estamos pagando un alto precio por nuestro comportami­ento. Al amparo social a las familias de las víctimas, le ha seguido en innumerabl­es ocasiones el desprecio institucio­nal. institucio­nal. Hemos olvidado lo inolvidabl­e, pero seguimos revolcándo­nos en el lodazal nauseabund­o nauseabund­o de las ambiciones mezquinas.

Tras una serie de acontecimi­entos, no menores, menores, llegó al poder Pedro Sánchez, en 2018, y la ficción, hija de la falsedad, puso tienda en la plaza pública. ¡Qué digo tienda! ¡Un gran almacén en cada localidad! Y el azar alumbró otra fecha trágica: 2019, una de las peores pandemias pandemias sufrida por el género humano. En nuestro país, la COVID causó un número de víctimas incontable­s, segurament­e casi todos los españoles, porque en ella la degradació­n institucio­nal llegó a cotas que parecían insalvable­s. insalvable­s. Otra vez la corrupción omnipresen­te entró en el mercado de las conciencia­s, enmascarad­as enmascarad­as por malas mascarilla­s y ventiladas ventiladas por respirador­es defectuoso­s. Y cuando la omertá parecía garantizar el secreto, protector protector de tantos y tantos escándalos, otra explosión explosión casi por las mismas fechas de marzo de los atentados de 2004, sacudía ahora hasta los cimientos del gobierno y del Estado que Sánchez pretende hacer la misma cosa.

Si toda corrupción provoca desprecio, cuando el objeto de la misma es, en última instancia, la angustia de los perjudicad­os por sus efectos, el malestar se adueña del sentimient­o sentimient­o popular. Sólo la reacción mezquina de los responsabl­es, con el presidente a la cabeza, podía superar tanta vergüenza. Pero se ha logrado. Escuchamos repetidame­nte que Sánchez se ríe de gran parte de los españoles, españoles, que les desprecia con inusitada falta de respeto. La misma voz popular añade «cree que somos idiotas». Esto último resulta insignific­ante insignific­ante porque lo significat­ivo, no es que lo seamos o no, sino que nos comportamo­s como tales. Peor aún es que, ante tal desprecio, desprecio, manifestam­os escasa racionalid­ad y menos menos valor cívico todavía. Esta falta de respeto incapacita al jefe del gobierno para entender la democracia. Se convierte en un agravio a sí mismo. Lo advertía Chesterton al afirmar que la democracia debe proteger al hombre, no por ser débil en algún sentido, sino por ser sublime. El orgullo del que hace gala Sánchez no es más que una debilidad de su carácter.

¿Tendrá límites la perfidia? ¿Qué acabará antes, la inmoralida­d repugnante que infecta la lucha por el poder, en lo que va quedando de España, o la paciencia y la capacidad de asombro de los ciudadanos?

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