La Razón (1ª Edición)

«De pequeña no sentía dolor, hambre ni frío por haber vivido de bebé en un orfanato de Siberia»

► Luda Merino fue adoptada en 2004. Con 15 años le diagnostic­aron «disociació­n del dolor» y hace siete quiso conocer, sin éxito, a su madre biológica: «Ella no quiere hablar».

- Laura L. Álvarez.

EnEn 10 días cumple solo 23 años pero una con-versación con-versación con Luda Merino demuestra que la madurez no es una cuestión de edad. Es cierto que su historia vital no es la de cualquiera pero la dureza de sus vivencias contrasta con la natura-lidad natura-lidad y sensatez que ha consegui-do consegui-do integrar todo lo que le ha pasa-do. pasa-do. Buena parte de culpa la tiene su madre adoptiva, que supo dar amor, buscar informació­n y profe-sionales profe-sionales que le ayudaran a com-prender com-prender qué le pasaba a su hija adoptada en Rusia hace 20 años. Resulta que la niña no lloraba. Por nada. Ni brecha en la cabeza, ni ampollas en los pies, ni un diente partido tras caer bruscament­e contra el suelo: ni se quejaba.

Luda no sentía dolor físico ni emocional por un proceso neuro-nal neuro-nal que se llama «disociació­n del dolor»: sencillame­nte su cerebro le dijo que llorar no servía para nada y dejó de hacerlo. Lo apren-dió apren-dió en una etapa de su vida de la que no tiene recuerdos: los tres primeros años de su vida en el or-fanato or-fanato de Kochnevo, un pueblo situado en mitad de Siberia.

«Cuando salen imágenes de or-fanatos, or-fanatos, los niños no lloran y la gente piensa ‘ay, mira qué bien’, en realidad deberían pensar: qué mal. Cuando no les atienden dejan de llorar, su cerebro desconecta y «bloquea» el dolor. Y también ocu-rre ocu-rre con el frío, el hambre... A día de hoy, por ejemplo, yo sigo sin sentir hambre». Son pequeños coletazos de todo aquello que, afortunada-mente, afortunada-mente, Luda pudo «resetear» a los 15 años. Y aunque ya sabe lo que es el dolor emocional, también es capaz de «bloquearlo» a día de hoy si se siente triste.

Todo lo hizo su cerebro, «él soli-to», soli-to», durante esos tres primeros años de su vida, cuyos ocho pri-meros pri-meros meses, además, los pasó ingresada en un hospital. « Iba en-cadenando en-cadenando faringitis con laringi-tis, laringi-tis, neumonía... Mi madre dio a luz y se piró», dice sin darle más vuel-tas. vuel-tas. A los tres años llegó a Madrid tras aprobarse el proceso de adop-ción adop-ción que comenzó su madre como familia monoparent­al y aquí ha vivido desde entonces, en un en-torno en-torno feliz y estable.

Esta estudiante de Animación 3D que ya acaba este año la carre-ra carre-ra con trabajo aprendió pronto el idioma pero no lo pasó bien en el colegio. Se sentía sola, una «niña rara», no le era fácil hacer amiguitos amiguitos y a veces le daban ataques de ira; una reminiscen­cia también de los primeros años de su vida. Eso, según explica, «era la pescadilla que se muerde la cola» y hacía que los niños no quisieran juntarse con ella. Hoy reconoce que sufrió «un poco de bullying», la insultaban insultaban y los profesores no decían nada. «Tenía que soportar bromas absurdas como el típico ensaladill­a ensaladill­a rusa, montaña rusa, filete ruso... todo lo que tuviera que ver con mi lugar de origen. Incluso me hacían bromas como si fuera comunista y me ponían la Internacio­nal», dice hoy riendo.

Cuando pasó al instituto, la cosa cambió. « No fue perfecto», aclara, pero sí mejoró el panorama. « Al menos no se metían conmigo», dice. Aun así, de nuevo, no sentía que quisiera hacer las mismas cosas cosas que las chicas de su edad como salir de fiesta y beber alcohol. Cree que es un rechazo frontal al alcoholism­o alcoholism­o que ha sufrido su familia biológica, empezando por Olga, su madre, a quien logró encontrar después de mucho tiempo de búsqueda. búsqueda. El resultado, no obstante, ha sido agridulce al ver que su progenitor­a progenitor­a no quiere tener ningún tipo de contacto con ella.

Luda siempre supo que fue una niña adoptada. « No es como las pelis, que te enteras porque te lo dicen en el colegio o de repente descubres algo raro. No. Yo lo he sabido siempre. Tengo recuerdos viendo un álbum de fotos con mi madre, cogiendo un mapa y explicándo­me: explicándo­me: ‘Mira Luda, tú vienes de aquí’. Sé colocarlo en el mapa desde desde pequeña, para mí era algo normal», normal», admite con naturalida­d. Sí recuerda que a los 7 años le preguntaro­n preguntaro­n por sus abuelos paternos y se dio cuenta de que solo conocía a los padres de su madre adoptiva, ya que son una familia monoparent­al. monoparent­al. « Pensé ¿cómo que abuelos paternos? Porque no había caído en ello nunca».

A pesar de todo, ella sí quiso saber saber quiénes eran sus padres biológicos. biológicos. «Siempre quieres saber, es algo innato, empiezas a buscar y siempre quieres saber más y más». Fue a los 12 años cuando se lo pidió pidió a su madre y ella contactó con gente a través de otra familia. «Una conocida tenía el contacto de un hombre que vivía en Rusia, había sido policía y se dedicaba a buscar a gente pero para saber allí tienen que ir soltando dinero y tenía que trasladars­e desde Moscú hasta el pueblo». Tras mucho tiempo, el hombre les acabó enviando un informe después de haber encontrado encontrado a dos hermanas: la tía y la madre biológica de Luda. Al parecer parecer ellas le contaron que se habían quedado sin padres muy jóvenes. « Este hombre la grabó y fue la primera primera vez que la vi. Ella era (o es) alcohólica y me tuvo con 24 años pero al parecer ya había tenido a más en las mismas circunstan­cias, creo que a dos». Esto fue en 2017. « Fue la primera búsqueda. Al principio lo viví con calma pero luego me emocioné y se quedó ahí la cosa. La segunda búsqueda fue el año pasado», explica. Se enteró de que la gente adoptada podía hacerse un test de ADN gratis y le salió que tenía antepasado­s alemanes, alemanes, austríacos, hindúes... « De todo menos de Siberia y ahí empiezo empiezo a tirar del hilo».

Una vez que iba teniendo más informació­n comenzó a indagar en redes sociales y fue cuando dio con muchos primos, tíos y hasta con su padre biológico, que la creía muerta. « Fue lo que le dijo

«Si un bebé llora y no lo atiende un adulto interpreta que no sirve para nada y lo deja de hacer»

mi madre. Él fue muy majo, igual que todos con los que he ido hablando». hablando». Pero Olga, su madre, es la única sigue sin querer hablar con ella. « Hasta le hice un vídeo chapurrean­do lo poco que sé de ruso pero nada. A la primera que le vendría bien hablarlo es a ella, por humanizar lo que pasó».

Cuando sintió de nuevo el rechazo rechazo de su madre admite que le dio rabia. « Hay una parte de ti que piensa: joder, pero por qué no quiere». A pesar de la negativa de

«Siempre supe que era adoptada. Mi madre cogía un mapa y me decía: ‘Mira, tú vienes de aquí’»

su madre biológica, Luda reconoce reconoce que ha tenido «relativame­nte suerte» ya que hay muchos adoptados adoptados en Rusia a quienes les ha afectado el alcoholism­o gestaciona­l gestaciona­l y lo arrastran en su capacidad intelectua­l y hasta físicament­e.

También puede afectar al carácter carácter muchas cuestiones derivadas de la falta de desarrollo de un apego apego seguro. Luda reconoce que ha tenido muchos ataques de ira, sobre sobre todo en la adolescenc­ia, y sentía sentía muchísima rabia cuando escuchaba, escuchaba, por ejemplo, el llanto de un bebé. Algo se quedó registrado en su cerebro de la etapa del orfanato. «Yo miro fotos mías de pequeña y veo esa mirada como perdida, a la nada, como en stand by... Esa mirada mirada tarde en irse», reconoce. Una mirada parecida intuyó en los niños niños de Castro Urdiales que el mes pasado asesinaron a su madre adoptiva. Más allá del estigma que siempre sobrevuela en torno a los adoptados, Luda se pregunta qué pasaba en esa casa.

« Nunca se puede justificar un asesinato pero si es verdad lo que el chico cuenta y no les trataban de forma adecuada, deben entender entender que son chicos que ya se han sentido abandonado­s y maltratado­s maltratado­s una vez». Y es que, la joven cree que queda mucho por investigar investigar en este sentido. « Me hubiera gustado que, por ejemplo, me estudiaran estudiaran a mi cuando tenía la disociació­n disociació­n del dolor porque luego eso se pierde y no se llega ni a estudiar estudiar y no habrá tantos casos».

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DAVID JAR Luda Merino, en su casa de Madrid

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