Pregonar la Semana Santa
AcaboAcabo de hacerlo ayer en Albacete y no es una primera expe-riencia expe-riencia para mí, pues ya lo he hecho antes en Vallado-lid, Vallado-lid, Cuenca o Logroño por citar algunas de las ciudades que me hicieron el honor de invitarme.
En toda la geografía española estos días se pregona la Semana Santa. Ateniéndonos a datos puramente estadísticos el de las cofradías y hermandades cons-tituye cons-tituye el fenómeno asociativo más importante, superando con amplitud a sindicatos o corpo-raciones corpo-raciones de cualquier tipo. Du-rante Du-rante todo el año los cofrades preparan y se preparan para dar a las procesiones el mayor es-plendor es-plendor posible sin olvidar su labor social menos conocida pero no menos importante.
El pregón de la Semana San-ta San-ta no debe confundirse con un ejercicio de oratoria o unos jue-gos jue-gos florales. Es algo distinto donde no prima tanto la forma cuanto el fondo. El pregonero no acude para lucirse o para demostrar sus conocimientos y cualidades declamatorias. El suyo es un servicio a la fe por-que por-que de lo que se trata es de sus-citar sus-citar en quienes le escuchan sentimientos religiosos, reavi-var reavi-var experiencias aletargadas, no sustentar emociones pasa-jeras pasa-jeras sino expresión de viven-cias viven-cias más profundas.
Todos estamos de acuerdo en que nuestras celebraciones de la Semana Santa necesitan en muchos casos regenerarse y limpiarse de adherencias extra-ñas; extra-ñas; no pueden convertirse en una puja entre cofradías y her-mandades her-mandades para ver quién lo hace menor, quien aglutina un mayor número de participan-tes participan-tes o si sus pasos son más lujo-sos lujo-sos y sus imágenes más enjoya-das enjoya-das que las de los «rivales». Todo eso es superfluo y no debe constituirse en el meollo del acontecimiento. La meta se ce-lebrar ce-lebrar el Triduo Santo que des-emboca des-emboca en la Pascua. Porque, como escribió Pablo de Tarso, «si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe».