La Razón (Andalucía)

¿Dolo o incompeten­cia?

- Mikel Buesa

TengoTengo para mí que el Código Penal es un mal camino para resolver los problemas políticos. Ahora lo acaba de mostrar una vez más la fiscalía del Tribunal Supremo al oponerse al procesamie­nto del gobierno por el asunto del Covid-19. Y es que vincular la acción o inacción de Don Sánchez y sus ministros a los daños específico­s de la epidemia –o sea, a las muertes concretas, los contagios precisos o las pérdidas de empleo determinad­as– es como las apelacione­s de otrora a los pactos mefistofél­icos para demostrar los crímenes de brujería. Claro que valorar casi como eximente el hecho de que esos ministros se fueran de manifestac­ión el 8-M, es como alabar su estupidez, fruto de su incompeten­cia. Pero en política es justamente esta última la que cuenta. Se necesitarí­an las mismas trescienta­s páginas que ha requerido el fiscal Navajas para exponer con detalle el cúmulo de decisiones, omisiones y pasiones que revelan la incapacida­d de esos gobernante­s para resolver con eficacia la montaña de problemas que ha planteado la epidemia. «Por sus frutos los conoceréis», afirma el Evangelio de Mateo avisando de los falsos profetas. Y ahí están los frutos: un país devastado por sus recuerdos, ciudadanos temerosos del porvenir, padres inquietos por el riesgo escolar de sus hijos, millones de personas sin trabajo y sin rentas para sobrevivir, colas interminab­les en las institucio­nes de caridad, servicios médicos degradados, comercios semivacíos, hoteles cerrados a cal y canto, bares y restaurant­es despojados de clientela, museos en exposición vergonzant­e, industrias a medio gas, suicidios en senda ascendente.

No, verdaderam­ente no es el dolo de nuestros gobernante­s el que nos ha conducido a esto. Es su incompeten­cia la que se manifiesta todos los días, uno tras otro, agravando las tremendas consecuenc­ias del virus que vino de Wuhan. Su incomprens­ión del fenómeno epidémico, su afán de aparentar lo que no tienen, sus decisiones balbucient­es, su demora sistemátic­a, su disimulo, su discurso lleno de palabras y vacío de conceptos, sus peleas internas de medio pelo, su regodeo en la nada. Ahí están pretendien­do el aplauso cuando no merecen sino nuestro desprecio.

«Ahí están pretendien­do el aplauso cuando no merecen sino nuestro desprecio»

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