Liz Cheney encabeza la revuelta contra el magnate
El líder de los republicanos en el Senado y aliado de Trump podría votar a favor
En opinión de republicanos tan destacados como el senador Mitt Romney, los miembros de su partido, enfrentados al precipicio del «impeachment», están ante el dilema de saber si actúan como conservadores comprometidos con sus principios vectores o como correas de transmisión trumpista. Ninguno más destacado que Liz Cheney, congresista por Wyoming y, por supuesto, hija del ex vicepresidente Dick Cheney, uno de los grandes mitos recientes, para bien y para mal, del partido. En un comunicado que ha levantado ampollas, la tercera de los republicanos en el Congreso ha explicado que votará a favor del «impeachment».
El 6 de enero, «una turba violenta atacó el Capitolio para obstruir el proceso de nuestra democracia y detener el recuento de los votos electorales. Esta insurrección causó heridas, muerte y destrucción en el espacio más sagrado de nuestra República». Para Cheney, aunque las investigaciones de los próximos días permitirán una comprensión más cabal de lo sucedido, hay elementos más que suficientes para el juicio político. «El presidente de EE UU convocó a esta turba», dijo, «reunió a la turba y encendió la llama de este ataque. Todo lo que siguió fue obra suya. Nada de esto habría sucedido sin el presidente. Podría haber intervenido inmediata y enérgicamente para detener la violencia. No lo hizo. Nunca ha habido una traición mayor por parte de un presidente a su cargo y su juramento a la Constitución». Por si alguien todavía dudaba, remachó que «votaré para acusar al presidente». Unas declaraciones que han escocido claramente entre quienes, como el congresista por Ohio, Jim Jordan, consideran que Trump ha sido objeto de una maniobra de «cancelación». Jordan ha unido su voz a la de otros congresistas, como Matt Rosendale, de Montana, y Andy Biggs, de Arizona, para pedir la dimisión de Cheney. La acusan de no haber consultado a su grupo político. «No cumplió con el espíritu de las reglas de la Conferencia Republicana» y, sobre todo, «ignoró las preferencias de los votantes republicanos», ha dicho Rosendale. Otros prohombres del partido, como Mitch McConnell, han preferido callar. Pero llaman la atención las supuestas filtraciones de su teórica postura. Según afirman varios medios, el arquitecto de las grandes victorias legislativas de Trump en el Senado, comenzando por los nombramientos de jueces del Supremo, y siguiendo por la defensa del propio Trump durante el primer «impeachment», contemplaría con cierta benevolencia la posibilidad de este segundo juicio político. Las reflexiones de alguien tan destacado como Cheney rompen el clima de terror que durante años reinó alrededor de Trump y sus tuits justicieros. Nadie quería acabar como Paul Ryan, John McCain o Jeff Sessions. Algunos por convicción. Otros por interés electoral. Pero nadie, o casi nadie, osaba desafiar en campo abierto a un presidente con millones de partidarios. Los republicanos más convencionales, de Romney al difunto McCain y al mismísimo vicepresidente, Mike Pence, han sido triturados en redes sociales.
Caer en desgracia del hombre en el Despacho Oval equivalía a perder todas sus oportunidades políticas. Lo sabían senadores como Lindsey Graham, que hace un lustro tachaban a Trump de peligro para el sistema. Para Rosendal, Cheney y otros han «debilitado nuestra conferencia en un momento clave para el beneficio político personal y no está en condiciones de liderar. Debe renunciar como presidenta». Para un comentarista conservador como Thomas L. Friedman, los republicanos están ante la ocasión dorada de renunciar al populismo para rearmar su partido dentro del sistema. La hipótesis de un republicanismo roto en dos permitiría que los primeros puedan finalmente solucionar el bloqueo legislativo en las Cámaras, más y más enconado, y así poder trabajar en cuestiones más acuciantes para los estadounidenses como la covid.