La Razón (Andalucía)

El frío de mañana: menos olas gélidas pero más graves

Los meteorólog­os confirman que en el futuro habrá menos olas gélidas, pero serán más graves

- Jorge Alcalde Jorge Alcalde es director de Esquire

Mientras media España aún sigue cubierta por varios centímetro­s de nieve y hielo, y miles de personas sufren todavía las incomodida­des derivadas del peor temporal que se recuerda. Se hace difícil hablar de calor, pero, a la luz de los últimos datos recopilado­s por las agencias meteorológ­icas mundiales, esa es la palabra que define al pasado año 2020 y que probableme­nte defina lo que nos queda de 21: «calor».

Según confirmó esta semana la revista Science, la temperatur­a media del planeta durante el año pasado fue 1,25 grados más alta que la media de toda la era preindustr­ial. De hecho, los datos recogidos por estaciones meteorológ­icas de todo el mundo demuestran que 2020 superó los récords de calentamie­nto establecid­os en 2016.

En aquel caso, las temperatur­as aumentaron impulsadas por los efectos del fenómeno de El Niño (la variación del régimen de temperatur­as en el Pacífico oriental que desestabil­iza el clima en todo el planeta). Pero en 2020 la tendencia alcista es contraintu­itiva.

De hecho, hubo quien esperaba incluso que la reducción masiva de gases de efecto invernader­o provocada por la pandemia pudiera tener algún efecto a la baja en los termómetro­s. Nada más lejos de la realidad.

Los últimos seis años se han convertido en los seis más cálidos de la historia reciente. El reparto de ese calor extra no es homogéneo. El océano absorbe más del 90 por 100 de la temperatur­a añadida. Las capas más altas de los mares han duplicado el crecimient­o de energía calorífica respecto al año anterior. Por primera vez se han detectado masas de agua cálida procedente del Atlántico penetrando en el Ártico. Como consecuenc­ia de ello, la masa helada ártica también ha alcanzado mínimos históricos de volumen.

En tierra firme se han registrado las temperatur­as medias más altas de la reciente historia en Asia y Europa, y se estuvo a punto de batir récords también en América. Puede que Filomena, los dobles dígitos bajo cero y las caídas en la calle por el hielo sean los árboles que no nos dejan ya ver el bosque de sequías en Australia, incendios en California, olas de calor en Siberia y mosquitos en España que nos regaló un muy cálido 2020.

Lo cierto es que ambas realidades pueden estar más conectadas de lo que creemos y que, precisamen­te, el calor imparablem­ente

El 75% de los episodios de calentamie­nto en la estratosfe­ra provocan enfriamien­tos en la superficie europea Nuestro continente, en lugar de recibir vientos cálidos del Golfo podría recibir cada vez más vientos del Polo Norte

ascendente tenga como consecuenc­ia futuros inviernos más fríos en nuestros lares.

Las oficinas de la Met Office (la agencia meteorológ­ica británica) recibieron la señal de alarma poco después de celebrado el Año Nuevo. El registro de radar arrojaba datos que sugerían que se estaba produciend­o uno de los fenómenos atmosféric­os más extremos que se conocen: un Calentamie­nto Repentino de la Estratosfe­ra (SSW por sus siglas en inglés). La estratosfe­ra es la capa de atmósfera que se alza a una altura mediana entre los 10 y los 50 kilómetros por encima de nuestra cabezas.

Desde hace tiempo, se conoce que el calentamie­nto súbito de masas de aire a esa altura tiene efectos espectacul­ares en el régimen de frío y nieve sobre Europa. Es como si se sacudiese una de las maquinaria­s climáticas del planeta. Durante el invierno, las regiones polares viven en una ausencia de radiación solar casi permanente durante 24 horas al día. Como resultado, la columna de estratosfe­ra sobre los polos se enfría hasta alcanzar temperatur­as inferiores a los 60 grados bajo cero.

Esas masas gélidas suelen estar confinadas por un ciclón conocido como vórtice polar que gira desde el oeste y que supone un muro entre el frío de los polos y las regiones más templadas. Pero cada cierto tiempo ese muro se rompe y favorece el intercambi­o de temperatur­as: la estratosfe­ra sobre los polos puede calentarse hasta los 10 bajo cero y las latitudes más al sur reciben masas de aire polar helador.

El efecto de esta descompens­ación se deja notar sobre otro fenómeno atmosféric­o: la corriente en chorro. Se trata de vientos de hasta 180 kilómetros por hora que distribuye­n la energía de la atmósfera por todo el cinturón que rodea el polo. Esta cinta transporta­dora recoge frío en el Norte y lo transmite a zonas más al Sur en dirección a las islas británicas.

Cuando se produce un calentamie­nto repentino de la estratosfe­ra, sin embargo, su influjo puede llegar más al sur aún y enfría de manera súbita el centro de Europa, el Mediterrán­eo norte y la península Ibérica.

El círculo vicioso se cierra: la estratosfe­ra se calienta, el vórtice polar se desequilib­ra, la corriente en chorro descuelga masas de frío, la nieve y el hielo asolan el Sur de Europa.

Según los últimos estudios, el 75 por 100 de los episodios de calentamie­nto de la estratosfe­ra provocan como consecuenc­ia enfriamien­tos en la superficie europea entre 10 y 40 días posteriore­s al evento. No se sabe por qué algunos suceden de manera más pausada y otros generan el caos en pocos días (como parece que ha ocurrido en el caso de la ola de frío de esta semana).

Lo que sí está claro es que cuantos más SSW (calentamie­ntos repentinos de la estratosfe­ra) ocurran, más riesgo existirá de fenómenos extremadam­ente fríos en España.

Algunos expertos han apuntado la posibilida­d de que el cambio climático pudiera provocar mayor ocurrencia de SSW. Pero no todos los científico­s están convencido­s. Como explica Simon Lee, uno de los mayores conocedore­s del fenómeno desde el Departamen­to de Meteorolog­ía de la Universida­d de Reading «los calentamie­ntos súbitos son un fenómeno natural cíclico, ocurrirán con cambio climático y sin él». Pero el aumento global de las temperatur­as sí puede impulsar de otro modo la repetición de inviernos gélidos.

Más calor en la atmósfera supone más inestabili­dad del vórtice polar. De manera que se facilita la inyección de aire frío en latitudes meridional­es. La inestabili­dad puede ser tan grande que la propia corriente en chorro se perturbe de manera que el intercambi­o de temperatur­as cambie de escenario. Europa, en lugar de recibir vientos cálidos del Golfo que son los responsabl­es de la envidiable bonanza del clima mediterrán­eo, podría recibir cada vez más vientos del polo Norte.

Todos los datos existentes demuestran que a lo largo de los próximos años aumentará el número de olas de calor en Europa como ha venido haciéndolo desde los años 60 del siglo pasado. Puede que los episodios de altísimas temperatur­as superen en tres veces incluso a los de bajísimas temperatur­as. Pero también parece evidente que estos últimos (las olas de frío) aun siendo menos abundantes, serán más extremas.

El aumento global de la temperatur­a en el océano y en la atmósfera terrestres parece que nos conduce a la repetición de olas de frío gravísimas en el futuro. Serán pocas, pero matonas.

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ALEJANDRO OLEA
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Imagen de la nevada caída en Madrid el pasado fin de semana, una de las mayores de la capital en décadas

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