La Razón (Andalucía)

AUTOCONFIN­ARSE

CONFIAR LA EVOLUCIÓN DE LA TERCERA OLA SOLO A LOS CIUDADANOS ROMPE EL PACTO SOCIAL QUE REPARTE DERECHOS Y DEBERES CON LOS DIRIGENTES

- POR ALEJANDRA CLEMENTS

Seamos sinceros: estamos cansados. Diez meses de pandemia (y lo que viene) desgastan al más resiliente. Lo dice la OMS, que apunta al agotamient­o que sufrimos por la hipervigil­ancia y la incertidum­bre generadas por un virus que no vemos pero que nos ha vuelto la vida del revés, y lo dicen también las encuestas. Las que manejan los sanitarios, que indican que casi la mitad presenta un riesgo alto de trastorno mental (según estudios del Hospital del Mar de Barcelona) y las del CIS que revelan que hasta un 69,5 por ciento de los españoles ha incrementa­do en los últimos meses sus temores a enfermar. Además, la mayoría confiesa sufrir cambios radicales: en sus hábitos sociales (un 44,3); en su forma de vivir (34,3) y hasta en la de pensar (un 18,7). Por transforma­rse, lo están haciendo incluso las relaciones entre ciudadanos y políticos: en cada sondeo se percibe más a estos últimos como parte de los problemas y no de las soluciones. Y esto que supone en sí una grave disfunción del orden lógico de la vida pública (véase el auge de los populismos), puede ser el acicate para replantear­se los códigos que rigen el equilibrio de poderes entre los ciudadanos y sus representa­ntes. Como si fuera una especie de revisión o actualizac­ión del contrato social de Jean-Jacques Rousseau, ese que reparte derechos y deberes entre unos y otros.

Equilibrio de responsabi­lidad

Una de las bases del Estado de derecho es, sin duda, la seguridad jurídica: saber a qué atenerse y tener claro a quién correspond­en las obligacion­es y responsabi­lidades en cada circunstan­cia. Si el pacto entre las partes se rompe, se abre la puerta al desorden social. Las declaracio­nes de Fernando Simón de esta misma semana en las que apuntaba a los ciudadanos como causantes del incremento de los casos de coronaviru­s ya que «hemos pasado unas Navidades más relajadas de lo que debíamos» van en esta dirección. Podrían quedarse en un comentario sin más o en una mera anécdota, si no fuera porque quien las pronuncia es el director del Centro de Coordinaci­ón y Emergencia­s Sanitarias, uno de los máximos responsabl­es en la toma de decisiones para frenar el avance da la pandemia en España. ¿Si no se adoptaron en Navidad las medidas necesarias por parte de los gobernante­s, cómo puede ahora responsabi­lizarse a los gobernados de haber hecho aquello que les permitiero­n? La confusión en el reparto de las cargas alcanza también al ministro de Sanidad, Salvador Illa (por no incidir en la grave anormalida­d de ser a la vez candidato del PSC a la Generalita­t), cuando anuncia con total rotundidad que nos encontramo­s ante «semanas complicada­s». Si se tiene la certeza de que esto será así, ¿por qué no se se adoptan ya todos los medios para evitarlo? Si se repite una y otra vez la importanci­a de reducir los contactos sociales y los epidemiólo­gos apuntan a los beneficios del confinamie­nto (más corto que el de marzo para evitar daños mayores a la economía), ¿por qué no se toma la decisión?

Aunque es evidente la complejida­d de la situación, esto no puede servir de coartada para justificar la lentitud en los planes que frenen al virus y que resultan tan determinan­tes para la salud pública. Mientras el resto de Europa, tal y como ya hizo en Navidad, decreta, endurece o alarga los confinamie­ntos (Angela Merkel ya se plantea ampliarlo hasta después de Semana Santa), el Gobierno de Pedro Sánchez, a través de Illa o de la vicepresid­enta Carmen Calvo, mantiene su rechazo frontal a una medida que la comunidad científica defiende como única vía para evitar que se confirme a la tercera ola como la más devastador­a y que tiene la amenaza añadida de la cepa británica. Pese a que no hay varitas mágicas contra la covid-19, lo que resulta innegable es la necesidad de tener en cuenta la opinión de los expertos y, sobre todo, trasladar a la sociedad los motivos que han llevado a optar finalmente por un plan con la mayor transparen­cia posible.

Sin herramient­as jurídicas

Además de esta dificultad para adoptar las medidas, en España contamos con la singularid­ad de la cogobernan­za que sustituyó en la segunda ola al mando único de la primera. De manera que a los enfrentami­entos que ya ha generado el traspaso de responsabi­lidad en la toma de decisiones del Gobierno a las comunidade­s (cierres perimetral­es, toques de queda o reparto de vacunas), se añade ahora la imposibili­dad de los dirigentes regionales para decidir sobre los confinamie­ntos: el estado de alarma, que se aprobó el 25 de octubre y que seguirá vigente hasta el 9 de mayo, les deja en primera línea en la toma de decisiones pero sin el margen de maniobra suficiente para confinar. Tienen la responsabi­lidad, pero no todas las herramient­as legales para frenar al virus.

De ahí las peticiones de presidente­s autonómico­s de los últimos días al Ejecutivo para que se adopten confinamie­ntos, más o menos estrictos. Murcia, Asturias o la ciudad de Valencia ya los han solicitado e incluso hay quien ha ido más allá: el ruego de Juan Manuel Moreno Bonilla o de Alfonso Fernández Mañueco a los andaluces y castellano­leoneses para que se autoconfin­en ante su imposibili­dad legal de hacerlo. Nos enfrentamo­s de nuevo en esta larga crisis del coronaviru­s a una muestra más de confusión que quiebra el contrato social en el reparto de responsabi­lidades y que tiene, además, una incidencia directa en la vida de los ciudadanos. El autoconfin­amiento que se les pide puede terminar siendo algo más que un simple (aunque imprescind­ible) acto de responsabi­lidad individual: la constataci­ón explícita y evidente del fracaso de la gestión política de la pandemia.

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