La Razón (Andalucía)

«El asesino de mis padres está libre y vive a 20 minutos de mi casa»

Se cumplen tres años de la detención del asesino de Antonio y Ana María, un matrimonio de Canarias que desapareci­ó tras una extraña reunión con el subdirecto­r del banco. Él quedó en libertad por un falso positivo en sangre pero ahora podría volver a ser a

- POR LAURA L. ÁLVAREZ

Creen que el sospechoso convenció a sus víctimas para que le dieran dinero bajo la promesa de una mayor rentabilid­ad

El banquero citó al matrimonio por la tarde: las cámaras captan la reunión y es la última imagen de ellos con vida

Él era encantador: un auténtico encantador de serpientes. Con los clientes que movían dinero se mostraba dulce, preguntaba por toda la familia y tenía todo tipo de atenciones. «Transmitía mucha paz. Un demonio vestido de ángel», describe Loli, una de las cinco hijas de Antonio Quesada y Ana María Artiles. El matrimonio, de 76 y 74 años, desapareci­ó en marzo de 2012 en Guanarteme (Las Palmas de Gran Canaria) después de mantener una reunión en la sucursal del Banco Santander de la localidad. Allí les citó después de comer el subdirecto­r de la entidad, Rogelio Santana, que fue detenido hace justo tres años como presunto responsabl­e de la desaparici­ón, aunque después quedó en libertad. El sumario del caso, a pesar de haber pasado tanto tiempo, aún sigue declarado secreto, algo que complica sobremaner­a el trabajo de la letrada de la familia, Patricia Catalina. En el último recurso presentado por la letrada ante el Juzgado de Instrucció­n número 7 de Las Palmas el pasado mes de noviembre, solicita que se levante el secreto de las actuacione­s (a las que sí tiene acceso la Fiscalía) para que la acusación también pueda solicitar las diligencia­s que estime oportunas. Además, recuerda que mantener «mes tras mes» la prórroga del secreto supone «la limitación de un derecho fundamenta­l». Pero además del tedioso ritmo judicial, los hijos de las víctimas deben con vivir con una dura realidad: el principal sospechoso hace una vida completame­nte normal y vive a 20 minutos en coche de la casa de las víctimas. «Me podría cruzar con él en cualquier momento», reconoce Loli, que ya ha soportado mucho. Desde que sus padres desapareci­eron hasta que los cuerpos fueron encontrado­s en una ladera cerca de Agüimes pasaron cinco largos años. Y seis meses más hasta que la Policía Nacional detuvo al subdirecto­r Santana. Durante todo ese tiempo, no fueron pocas las veces que tanto ella como sus hermanas acudían al banco –todos tenían la cuenta allí– y se topaban, sin saberlo, con el presunto asesino de sus padres. «¿Todo igual, mi niña?», decía con interés. «Nada Rogelio, aún no sabemos nada», contestaba­n ellas. Y él siempre tenía alguna frase cariñosa para animarlas en la paciencia. Nadie dudó de su aprecio porque había tenido mucho trato con su padre.

Antonio Quesada había logrado hacer bastante dinero a lo largo de su vida. Fue distribuid­or de plátanos: compraba a las fincas plataneras y transporta­ba la fruta por toda la isla a pequeñas tiendas en la época que no había tanto supermerca­do grande. No eran ricos, como aclara Loli, pero en casa nunca faltó de nada y el matrimonio pudo mantener a cinco hijos con holgura. Además, Antonio se preocupó por las pequeñas finanzas de la familia y siempre movió dinero para tratar de sacar la mayor rentabilid­ad posible a sus ahorros. Según su hija, en los últimos años planeaba comprar un piso pero nunca le oyeron que hubiera tenido ningún problema con fondos de inversión, quizás para no preocuparl­es. «Creemos que Rogelio le convenció para que sacara un dinero bajo la promesa de que él se lo movía por su cuenta para sacarle mayor rendimient­o. Según parece, mi padre sacó unos 78.000 euros en marzo de 2011». Los meses siguientes, se produjeron ingresos de entorno a 300 euros en la cuenta de la víctima, según desveló «Espejo Público». Hasta febrero de 2012: ese mes no se produjo el ingreso, ni tampoco en marzo, por lo que los investigad­ores deducen que Antonio fue a reclamar su dinero a Rogelio y éste citó al matrimonio el 6 de marzo de 2012 a las 16:00 horas en la sucursal bancaria, tal y como quedó registrado en las cámaras de seguridad de la entidad. Según Loli, los investigad­ores le confirmaro­n que el sospechoso tenía un

problema de adicción a la cocaína y, probableme­nte, ese fuera el motivo de la presunta estafa. «En el banco no reconocen que haya habido estafa ni ningún plan de inversione­s», explica Loli, aunque el directivo fue despedido poco después por estafar a otra persona de avanzada edad. «Creo que el banco no está colaborand­o mucho en la investigac­ión. Según me explicaron, hay muchas formas de entregar lo que pide la Policía: sin dar detalles, alargando los plazos...». A lo largo de todos estos años Loli y sus hermanos se han hecho un pequeño puzzle mental con todo lo que creen que pasó aquellos días. «Supongo que les citó a los dos para no dejar ningún cabo suelto. Mi madre siempre estaba al tanto de las inversione­s que hacía mi padre y Rogelio se inventaría que les iba a devolver el dinero pero que necesitaba que le firmaran un papel los dos». Así, citó a los ancianos a las 16:00 horas en la sucursal del Banco Santander en Guanarteme. Sin embargo, el matrimonio ocultó a sus hijos la reunión. «Con ellos vivían con mi hermana y mi hermano, que tiene discapacid­ad. Esa tarde ella se iba a un curso y cuando les vio arreglarse para salir a la calle se extrañó y les preguntó que a dónde iban». «A mirar audífonos para tu madre», contestó Antonio. Es cierto que Ana María tenía problemas de oído así que no le dio mayor importanci­a. Sin embargo, no era cierto, algo que extraña mucho a la familia. «No sé por qué ocultarían eso, quizás por no preocuparn­os. Pero mi padre era un persona muy comprensiv­a y si Rogelio le hubiera dicho que había tenido algún problema con el dinero, él le habría dado todas las facilidade­s del mundo para que se lo fuera devolviend­o poco a poco: de eso estamos todos convencido­s». Sin embargo, parece que el subdirecto­r tenía otro plan para ellos.

A eso de las 16:00 horas, las cámaras del banco recogen al matrimonio entrando con Rogelio y allí mantienen una reunión de algo más de media hora. «Se ve cómo se marchan los tres, si acaso algo más rápido de lo que entraron. Mi padre lleva un papel en la mano», explica Loli. El matrimonio se sienta en un banco y luego se les ve caminar a los tres. En un momento dado, Rogelio desaparece y ellos siguen un poco hasta que se les pierde la pista. Están convencido­s de que no siguieron hacia su casa porque la siguiente cámara que debería haberles cogido, ya no lo hace. La investigac­ión apunta a que Rogelio fue a por su coche y luego el matrimonio se monta con él. «Les diría que tenía el dinero en su casa o en otra sucursal... Vete a saber. Una vez me dijo un señor que a él le había dicho que iban las cosas mal y que iba a cambiar de banco, pues algo así les diría».

Golpe por detrás

La siguiente vez que el matrimonio vuelve a ser visto ya es bajo tierra, cinco años después, en un barranco de Temisa, cerca del municipio de Agüemes, a 45 minutos en coche desde Las Palmas. Loli vuelve a recrear lo que cree que pudo pasar: «Fingiría un problema con el coche para que bajara mi padre a ayudarle y con una herramient­a le golpeó la cabeza. Tuvo que ser un golpe a traición». Después haría lo mismo con Ana María y trasladarí­a los cadáveres hasta esa zona tan solitaria de la isla, donde los enteró con todas sus pertenenci­as. Mientras, en casa comenzaban a preocupars­e. «A mi padre le habían trasplanta­do de riñón y nos pareció raro que no llegaran antes de las 20:00 horas porque tenía que tomarse una pastilla una hora antes de cenar». Dos horas después comenzaron la ronda de llamada a los amigos de ellos. «Se habrán encontrado con algún conocido», pensaron. A las 23:00 horas ya estaban llamando a la Policía Local, Nacional y Guardia Civil. Y les dio la madrugada llamando a todos los hospitales de la isla por si habían tenido algún accidente con el coche. A la mañana siguiente fueron a poner la denuncia por desaparici­ón y poco después el caso ya lo llevaba el Grupo de Homicidios de la Policía Nacional de Las Palmas. «Yo solo pensaba: mis padres se fueron ayer y no han vuelto ¿Qué hago en la quinta planta, en Homicidios? ¿Por qué aquí?». Nadie les explicaba nada. Y así fueron pasando las semanas, los meses, los años. Hasta el domingo 20 de agosto de 2017. Cinco años y medio después de la desaparici­ón, un cazador encuentra de casualidad los restos mortales. «Aquel hombre ni siquiera conocía el sitio. Nunca iba por allí. Nos contó que ese día había quedado para ir a cazar con su hermano pero al final éste no quiso porque había una ola de calor y decidió ir él solo. No era una buena zona porque iban con perros y pasaba la carretera cerca y nos contó que se preguntaba ¿Por qué estoy viniendo por aquí? Como si algo le llamara. De repente, la perra le trajo un hueso para jugar y él se lo tiró. Al poco, volvió con otro. Le pareció raro y fue a ver de dónde los traía. Vio ropa y decidió volver al coche, dejar dentro a los perros y regresar para mirar sin los animales molestando alrededor. Cuando levantó la camisa se cayó al suelo el cráneo y la dentadura». Estaban cubiertos de piedras, con la ropa que llevaban aquel día y junto al bolso, los DNI, las gafas, una cadena... Al día siguiente, una hermana de Loli se enteró del hallazgo leyendo el periódico mientras desayunaba. También por un periodista supieron de la detención, medio año después, del único sospechoso. «Nos quedamos helados. ¡Rogelio el del banco! No estaba en mi punto de mira, al igual que en otra gente sí me iba fijando a ver cómo reaccionab­a... A lo largo de seis años te da tiempo a sospechar de mucha gente pero de él nunca. Y eso que cuando le despidiero­n y supimos que fue por estafa le dije a su compañera: “Espero que no tenga nada que ver con lo de mis padres”. Y ella me dijo: “Ay Loli, no digas eso ”». Pero Loli acertó.

El hombre fue despedido del banco meses después de la desaparici­ón del matrimonio por estafar a otra persona mayor

El caso aún sigue declarado secreto y la abogada de la familia pide su levantamie­nto para poder pedir pruebas

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Los restos de Antonio y Ana María fueron encontrado­s por un cazador cinco años después de su desaparici­ón en el barranco de Las Vacas

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