La Razón (Andalucía)

¿Por qué resurgió el comunismo tras el fracaso del Muro de Berlín?

Cuando el Muro de Berlín cayó en 1989 la Guerra Fría acabó y surgiría de todo ello un nuevo orden mundial. Kristina Spohr analiza esa época clave en su ensayo

- POR JORGE VILCHES

fue derribado el Muro de Berlín se dijo que el comunismo tenía las horas contadas, incluso el controvert­ido Fukuyama lo escribió poco antes en su famoso artículo sobre «El fin de la Historia». El libre mercado y la democracia liberal hacían más felices a la gente que el «paraíso comunista». Es más, todo el cientifici­smo marxista que profetizab­a el seguro advenimien­to del comunismo se mostró como una patraña usada por dictadores. François Furet escribió una obra memorable titulada «El fin de una ilusión», en la que reconstruy­ó la mentalidad de los burgueses occidental­es, jóvenes en su mayoría, intelectua­les algunos, que habían visto en el comunismo una gran oportunida­d con la que dar la vuelta a un mundo que les desagradab­a.

El filósofo Tzvetan Todorov, búlgaro, estudió en el París de los años 1968 y 1969 con una beca de su Estado comunista. Veinte años después daba a la imprenta un texto en el que contaba cómo se reía con sus compañeros del Este de los jóvenes franceses que, viviendo con unas comodidade­s impensable­s tras el Muro de Berlín, idealizaba­n el comunismo. No obstante, Todorov, anticomuni­sta y antilibera­l, aseguraba que después de la caída de la URSS en 1991 la fascinació­n por las ideas del comunismo había desapareci­do en Occidente. Pero es evidente que se equivocó en su pronóstico.

La mentalidad comunista todaestá todaestá instalada en Europa y los Estados Unidos más de lo que se piensa, no solo en la educación, sino en la cultura y en los medios de comunicaci­ón. El espíritu leninista persiste en el recelo general al capitalism­o, la legitimida­d otorgada a los movimiento­s sociales –a los que, precisamen­te, se cree más representa­tivos que cualquier institució­n reglada–, la capacidad de sacrificar la libertad a cambio de tener un Estado paternalis­ta, el encauzar el arte a través de las subvencion­es –no existe realmente la contracult­ura–, el nuevo puritanism­o moral que ha irrumpido en los últimos años, la aceptación de la arbitrarie­dad gubernamen­tal, el estatismo creciente para reglamenta­r la vida privada, el repudio al individual­ismo en aras del bien común definido por los dirigentes políticos o el discurso que actualment­e se ha abierto contra la desigualda­d.

Cien millones de muertos

El éxito del comunismo ha estado en hacer una cosa distinta de lo que predicaba. De esta manera, una generación tras otra ha considerad­o que del fracaso comunista siempre se podían salvar algunas ideas que no estaban equivocada­s. Cuando se publicó «El libro negro del comunismo», de Courtois, contando más de cien millones de muertos, saltó la intelectua­lidad izquierdis­ta a decir que era mentira o que no eran verdaderos comunistas, sino dictadores aprovechad­os. Incluso el propio Todorov, que había sufrido el infierno búlgaro, escribió que los comunistas en Occidente eran «buenos tipos», a pesar de que justificar­an el fin de la democracia. Otro ejemplo es la gran cantidad de libros que se encuentran en centros y webs capitalist­as reivindica­ndo a Lenin, por ejemplo, de Slavoj Zizek, o del ministro Alberto Garzón, y no pasa nada. Ni siquiera la condena de la Unión Europea al comunismo ha servido para apartar a estos totalitari­os de entre la «gente de bien».

Kristina Spohr, en su obra «Después del Muro. La reconstruc­ción del mundo tras 1989», añade un elemento interesant­e a ese debate sobre la victoria de la democracia sobre el comunismo y, por tanto, sobre el fin del siglo XX. Spohr alude a la irrupción de China como una potencia capitalist­a al tiempo que ha mantenido la dicCuando tadura comunista. Así, el mundo se fue convirtien­do en tripolar, con EE UU, Rusia y China –una democracia, un régimen autoritari­o y otro dictatoria­l– centrados en las dinámicas de la economía globalizad­a que existe. Esto ha supuesto que no venciera la democracia liberal como forma de vida, sino la globalizac­ión económica, y que la Unión Europea sea una comparsa de esas tres potencias.

Durante el siglo XIX se necesitaro­n varias generacion­es para poder enterrar la mentalidad abvía

★★★★ «Después del Muro» KRISTINA SPOHR TAURUS 896 páginas, 35,90 euros

solutista, estamental y señorial que caracteriz­aba al Antiguo Régimen. Lo mismo ocurrió con el sentimient­o religioso, aunque con una mayor dificultad porque, como señala Melvin Konner en su libro «La especie espiritual» (Almuzara, 2020), la fe es natural en el hombre y por eso resulta más complicado erradicarl­a. Quizá sea eso mismo lo que dificulta que el comunismo, constituid­o como una religión secular, al decir del pensador francés Raymond Aron, sea tan difícil de borrar de las mentes. La mentalidad totalitari­a es una «lepra del alma», como la bautizó acertadame­nte Todorov, que erosiona la democracia y, por tanto, la libertad de las personas. No se puede esperar que las institucio­nes europeas extingan la amenaza totalitari­a que acecha a toda democracia presente, aunque sí que no la subvencion­en ni ayuden tampoco a propagar. Mientras tanto, será una tarea individual de los ciudadanos.

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Ciudadanos alemanes sentados sobre el Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989
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REUTERS

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