La Razón (Andalucía)

Un nuevo orden mundial

- Por Toni MONTESINOS

Colosal trabajo que analiza «por qué un orden mundial duradero y en apariencia estable se vino abajo en 1989» y, a continuaci­ón, surgió un «proceso mediante el cual se improvisó un nuevo orden a partir de sus ruinas». Así lo resume Kristina Spohr, experta en la historia germana desde 1945 y en diplomacia y estrategia políticas. Este «Después del Muro» (traducción (traducción de Efrén Del Valle Peñamil y María Luisa Rodríguez Tapia) tiene un interés máximo para entender el pasado reciente y nuestro turbulento presente, que dejó de serlo tanto al comprobar que el destino global hubiera podido ser peor –generando un hoy del todo diferente– si ciertos líderes no hubieran trabajado codo con codo para urdir una paz estable. En los años ochenta acababa lo que el historiado­r Serhii Plokhy llamó «el último imperio», la Unión Soviética. El padre de la Perestroik­a, Mijaíl Gorbachov, instauraba la política del glásnost («transparen­cia») para instaurar más libertad a sus conciudada­nos, al tiempo que buscaba una actitud conciliado­ra, hasta el punto de proponer un desarme total a Estados Unidos; algo que no llegó a producirse por las exigencias de

▲ Lo mejor

Que contrasta la Europa con la intervenci­ón del pueblo y la China de la matanza de Tiananmén en Pekín ▼ Lo peor

Nada, la investigac­ión es tan esmerada y tiene tantas fuentes nuevas que solo cabe elogiarla

Reagan en una reunión en Reikiavik. Spohr se interna en esta calma tensa, pues en 1989 aún había la posibilida­d de que la Guerra Fría fuera seguida de un holocausto nuclear, y va contando que tal cosa dio un giro al crearse una situación nueva a partir de un talante pacífico y una serie de acuerdos internacio­nales. El otro instante simbólico se produjo el 9 de noviembre de 1989, con la caída del Muro. Spohr sigue las estratagem­as de los hombres (y una mujer) más poderosos para explicar las decisiones que reordenaro­n las fuerzas. Y es que Gorbachov, Kohl, Thatcher, Reagan y Mitterrand se enfrentaro­n por puntos de vista diferentes en torno a la cuestión alemana, pero eso no fue óbice para que, hasta 1992, las negociacio­nes llegaran a buen puerto.

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