Musitar canciones
Lieder del CD «Seelige Stunde». Tenor: Jonas Kaufmann. Piano: Helmut Deutch. Teatro Real. Madrid, 14-I-2021.
He comentado frecuentemente en los últimos meses la lección que España está dando al resto del mundo y muy especialmente la Comunidad de Madrid con sus teatros Real y Zarzuela o el Auditorio Nacional. Mientras las salas del mundo, cerradas a cal y canto, ofrecen grabaciones de archivo en «streaming» o algunas en vivo sin espectadores, aquí asiste el público y se trabaja con cierta normalidad aunque con aforos limitados. Me consta que sectores culturales de varios países están llevando quejas a sus autoridades poniendo el ejemplo de España. Bravo por nuestros teatros y salas de conciertos. Y más bravo por el Real, que apenas concluidas las funciones de un «Don Giovanni» discutible, es capaz de montar un mini festival de tres días consecutivos con tres cantantes de primera fila –DiDonato, Kaufmann y Camarena– aprovechando que están a dos velas más allá de nuestras fronteras. ¡Qué pena que la nieve haya estropeado en parte la iniciativa! Dicho lo cual, me embargan montones de dudas. No logro entender cómo en plena tercera ola de la pandemia, con una ciudad por la que es imposible transitar, con un frío inusual y la insistente recomendación de las autoridades a que nos quedemos en casa salvo para lo imprescindible, aún haya quien asista a los espectáculos e incluso a la cena que el teatro promueve como postre. Se diría que amamos más la cultura que en otros países, pero no. Las butacas para el recital con piano de Kaufmann costaban nada menos que 360 euros, cuando en el mismo recital en Múnich no pasan de 150. Quien acude es un público poco habituado a este tipo de espectáculos que, por razones sociales o de otro tipo, superan la friolera del precio y la de la calle. Pero muchos no son cultos, porque aplauden cada canción, interrumpiendo la concentración de los artistas y de los espectadores que sí lo son. Recuerdo una vez en que se lo hicieron a una muy mayor Victoria de los Ángeles, ante lo que parte de los asistentes rogaron silencio. Ella les contestó: «Sigan, sigan, que me ayudan a descansar». Pero no era el caso del tenor alemán, que se cansó menos que dando una charla de media hora y tuvo que pedir a los asistentes que se guardasen los aplausos para el final. Por cierto, fue su única interrelación con quienes habían pagado lo que habían pagado, soportado las inclehacen. mencias atmosféricas y un descanso absurdo. Estuvo tan frío como el ambiente, nada emotivo ni comunicativo. Ni para anunciar las cuatro propinas, ni para dar las gracias a Madrid. Quizá fuera culpa de los aviones que le cancelaron y obligaros a llegar a la capital casi a la media noche anterior. Kaufmann, que es uno de los artistas más interesantes del presente, me interesó poco esta vez. María Callas explicó que había que trabajar mucho para luego lograr que todo pareciese espontáneo. Algo parecido sucede con los pianos y las medias voces, que han de sonar aunque parezca que no lo Kaufmann ofreció un catálogo de piezas más musitadas que cantadas, como si estuviese con amigos en torno a una mesa camilla, que dudo se escuchasen bien en el paraíso, acompañadas de forma muy sensible y compenetrada por Helmut Deutch. «Der Jungling an der Quelle» de Schubert o el «Wiegenlied» de Brahms son piezas casi etéreas, pero en una sala grande han de sonar más que musitarse. Apenas en «Allerseelen» de Strauss o «Nur wer die Sehnsucht kennt» de Chaikovski llegó a sacar voz. Y cuando las veintisiete canciones del CD «Seelige Stunde», de amor y desamor, se musitan, se corren muchos peligros, porque la sala del Teatro Real no sirve para este repertorio así cantado y se pierde en parte la emotividad final del malheriano «Ich bin der Welt abhanden gekommen» por concentrados que estén artistas y asistentes. ¡Cómo eché de menos el Teatro de la Zarzuela!
«Kaufmann, que es uno de los artistas más interesantes del presente, me interesó poco esta vez y estuvo tan frío como el ambiente»