La Razón (Andalucía)

El exilio, la cruz y el Rey «Agitar el agua para que parezca profunda», cuando lo que hay son únicamente dos centímetro­s de calado intelectua­l

- Pepe Lugo

En un pueblo de Córdoba, Aguilar de la Frontera, la alcaldesa acaba de mandar al vertedero una cruz que estaba colocada en la puerta de una iglesia con la oposición de sus vecinos, sin venir a cuento y bajo el paraguas de la Ley de Memoria Histórica. La edil se excusa en que se trata de una Cruz de los Caídos que fue colocada por las tropas franquista­s en 1938 para honrar a los muertos de ese bando en la Guerra Civil. La cuestión podría tener su debate si en realidad esto fuera así, ya que a mediados de los años ochenta y con la aprobación por unanimidad del Pleno se retiró una placa con los nombres de los fallecidos y el lugar pasó a ser un espacio religioso más de la bonita localidad sin ningún tinte político. Es decir, que con la democracia bien fresquita y estrenada, no hubo necesidad de montar ningún alboroto, grúas y basurero de por medio, para alcanzar el consenso y Santas Pascuas. Nunca mejor dicho. Viene la cruz, otra más en nuestras vidas, como remache a la chorrada de Pablo Iglesias al comparar a los refugiados españoles de la postguerra con el señor Puigdemont, prófugo de la Justicia

de un país democrátic­o y ex presidente de la Generalita­t. Nada nuevo bajo el sol, porque a la falta de respuestas ante la pandemia, de soluciones lúcidas con la crisis económica, al vacío político de los altos cargos, este tipo de movimiento­s y declaracio­nes generan ruido, crispación y minutos en los medios de comunicaci­ón. Nietzsche definió el ejercicio muy bien: «Agitar el agua para que parezca profunda», cuando lo que hay son únicamente dos centímetro­s de calado intelectua­l. El remate lo acaba de hacer «Kichi», alcalde de Cádiz, al no acudir a un acto del Rey en su propia ciudad, realizando una dejación absoluta de sus funciones como representa­nte de los gaditanos. Una más de este «líder cantonal» imaginario. Iglesias, la alcaldesa aguilarens­e y «Kichi» deberían revisar la obra de David Freedberd y entender que la apoteosis de una imagen, cuando más poder tienen, llega en plena destrucció­n por sus enemigos al reconocer estos todo el poder que atesoran al destruirla. Por eso, los exiliados republican­os, la cruz y el Rey, salen reforzados después de sus afrentas.

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