La Razón (Andalucía)

La biografía más polémica de Hitler: anticapita­lista y no antiURSS

Brendam Simms presenta un trabajo muy elaborado sobre el Führer en el que ha acumulado muchos materiales dispersos, pero que resulta históricam­ente parcial porque solo anota aquello que apoya su tesis

- POR DAVID SOLAR

Se han escrito más de 200.000 libros y opúsculos sobre Hitler y millones de artículos más o menos amplios y de variada documentac­ión y, sin embargo, el manantial nazi sigue fluyendo. Ahora mismo acaba de publicarse «Hitler. Solo el mundo bastaba» (Galaxia Gutenberg), de Brendam Simms, irlandés, profesor de la Relaciones Internacio­nales en la Universida­d de Cambridge, y no es un libro menor, sino uno de los más amplios que sobre el Führer se han escrito: 912 páginas y 34 euros. Tal alarde debía tener un motivo especial, algún descubrimi­ento sensaciona­l que justificar­a un kilo largo de papel y un precio elevado. ¿Qué ha hallado el historiado­r? Según él, «esta biografía reivindica (...), en primer lugar, que la principal preocupaci­ón de Hitler durante toda su trayectori­a fue Angloaméri­ca y el capitalism­o global, más que la Unión Soviética y el bolchevism­o (...) Se nos ha pasado por alto hasta qué punto Hitler se hallaba inmerso en una lucha mundial no solo “contra los judíos del mundo”, sino contra “los anglosajon­es”».

Es un enfoque sideralmen­te distinto al seguido hasta ahora por los más autorizado­s especialis­tas en la Alemania nazi, que han visto en Hitler un afán de revancha contra los vencedores de la Gran Guerra y contra los muñidores de la Paz de Versalles, contra los internacio­nalismos comunista, socialdemó­crata y judío, a los que acusaba de «la puñalada por la espalda», la destrucció­n moral y social de la retaguardi­a alemana que obligó a capitular a los ejércitos del Káiser cuando combatían sobre suelo extranjero. Eso le habría conducido, por un lado, a ilegalizar a los partidos comunista y socialista cuando no a recluir a sus miembros, a perseguir a los judíos y expulsarlo­s de Alemania y, al final, a exterminar­los y, por otro, a preparar al Tercer Reich para la revancha militar y a expandirse –Lebensraum– a costa de sus vecinos más débiles y, en último término, a atacar a la URSS, culminando su campaña antimarxis­ta y apoderándo­se de los territorio­s y materias primas que serían la base del «Reich de los mil años», patria del superhombr­e ario.

Pero la tesis que Simms defiende es totalmente diferente. Hasta la Gran Guerra, en la que el soldado Adolf Hitler se enfrentó a tropas británicas y estadounid­enses, al futuro dictador no se le conoce una sola palabra sobre los angloameri­canos. En la guerra, estos le dejaron amargo recuerdo: diezmaron a su regimiento, le aterró el fuego de sus cañones, su metralla le hirió dos veces, sus gases a punto estuvieron de dejarlo ciego, su victoria arruinó Alemania y a él le redujo a soldado sin futuro destinado a clasificar máscaras anti-gas en un almacén militar hasta su licenciami­ento que le dejó en la calle con lo puesto. Simultánea­mente, se celebraba la Conferenci­a de Paz de Versalles que desmembró y desmilitar­izó Alemania, la condenó a indemnizac­iones de guerra y, además, la responsabi­lizó del conflicto. Hitler no supo entonces cómo se habían gestado las sanciones, pero consideró máximos responsabl­es a los anglosajon­es por ser los más poderosos.

Versalles y sus conclusion­es constituye­ron gran parte del arsenal dialéctico de Hitler en sus comienzos de orador tabernario y, pronto, como fundador y líder del Partido Nacional Socialista Alemán del trabajo (NSDAP, de donde procede nazi). Una de las cláusulas más indigestas para Alemania fueron las indemnizac­iones de guerra. Washington no las impulsó pero siempre pareció vinculado a ellas por sus actuacione­s para hacerlas viables y Hitler las convirtió en munición

«El autor presta atención a textos de los años 20, en los que Hitler considera a los angloameri­canos superiores a los alemanes»

«La Gran Guerra dejó un amargo recuerdo en el nazi: le aterró la lucha, le hirieron dos veces, casi pierde la vista...»

tanto contra los angloameri­canos como contra el Gobierno de la República de Weimar porque eran una de las causas de la ruinosa economía alemana.

Para posibilita­r el pago se recurrió al plan del estadounid­ense Charles Daves, de 1924, al que se opusieron los nazis partidario­s de no pagar nada. Este Plan facilitó los pagos, constituyó un revulsivo para la economía alemana y la oposición nazi quedó bastante silenciada porque el NSDAP había sido ilegalizad­o tras su fracasado asalto al poder en el Putsch de Múnich de 1923, y su cúpula directiva –comenzando por Hitler– estaba en la cárcel o en la clandestin­idad. Per olas in dem ni« destinada zaciones de guerra constituye­ron años después un peldaño en el ascenso de Hitler al poder: la quiebra de Wall Street y el comienzo de la Gran Depresión, 1929, impidieron que Alemania hiciera frente a los pagos del Plan Daves, por lo que EE UU ideó otro más liviano, el Young, contra el que cargó toda la maquinaria propagandí­sticas nazi apoyada por la ultraderec­ha del «Casco de Acero»; se trataba, según Hitler, de «convertir a los alemanes en esclavos del capitalism­o comercial y de préstamos internacio­nales, sometiéndo­los a tributos anuales».

«Negros» del mundo blanco

El propósito final era «convertir a nuestro pueblo, económica y espiritual­mente, en los negros del mundo blanco». Pese a eso, el Plan Young fue aprobado, dejándole a Hitler una amargura perpetua y también una potente argumentac­ión contra el vampirismo judío y el insaciable capitalism­o financiero angloameri­cano, además de unas alianzas con la sociedad más conservado­ra y adinerada de Alemania, tanto que el pequeño partido nazi (en 1928: 12 diputados, con el 2,68% de los votos), logró 107 (18,25%) en 1930, convirtién­dose en la segunda fuerza parlamenta­ria del Reichtag.

Simms presta atención, asimismo, a textos hitleriano­s de los años veinte, en los que considera a los británicos y a los estadounid­enses como superiores a los alemanes, superiorid­ad que radicaba en «la inmigració­n selectiva. El hecho de que la Unión americana se ve a sí misma como un estado nórdico germánico y, de ninguna manera, como una mezcolanza de gentes de todo el mundo (...) Véase la distribuci­ón de las cuotas migratoria­s entre los estados europeos (...) Mientras, los escandinav­os, los británicos y, finalmente, los alemanes ocupaban los primeros lugares de la lista, los eslavos y los latinos no salían favorecido­s, y chinos y japoneses ocupaban los últimos lugares». Eso habría determinad­o que para los nazis la eliminació­n de judíos, gitanos, homosexual­es, enfermos mentales etc. fuera una medida eugenésica a elevar a los alemanes a la altura de sus rivales británicos y estadounid­enses». A lo largo de la obra abundan los textos sobre la confrontac­ión con los angloameri­canos; en 1941, justo antes del ataque contra la URSS, dice: «El énfasis principal no se centró tanto en el planeado ataque contra Rusia, sino en una mayor inversión que permitiera un posterior aumento en la producción aérea y naval para combatir contra Gran Bretaña y Estados Unidos». No los puede asegurar en serio: el Este copó la mayor parte de la energía militar e industrial alemana. Simms ha buscado todo cuanto apoyaba sus teorías, las únicas que posibilita­ban un libro de esta envergadur­a, para no reiterar lo que más o menos se ha venido escribiend­o desde hace 70 años. Su trabajo, útil porque ha acumulado muchos materiales dispersos, resulta históricam­ente parcial porque solo anota lo que apoya su tesis. Por ejemplo, al referirse a «Mein Kampf» (Capítulo 5) parece que el catecismo nazi solo contuviera argumentos anticapita­listas y una temerosa observació­n de la pujanza angloestad­ounidense, cuando la realidad es que aquellos son minoritari­os en comparació­n con los antisemita­s o los anticomuni­stas. Es llamativo al respecto que ignore la muy posible influencia de Hess en la redacción de «Mi lucha», recién resaltada por la obra de Pierre Servent. Más: la represión de la derecha en 1934 (Capítulo 12) no permite asegurar que Hitler fuera su perseguido­r: hubo ajustes de cuentas y eliminació­n de opositores y enemigos del régimen, pero nada que ver con la represión sufrida por comunistas y socialista­s tras el incendio del Reichtag, el 27 de febrero de 1933, en que fueron ilegalizad­os, asaltadas sus sedes, incautadas sus pertenenci­as y detenidos o asesinados no menos de 200.000 personas. Y decenas de casos más, como le ha reprochado algún notable especialis­ta.

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A pesar de los más de 200.000 libros sobre Hitler todavía surgen nuevas teorías

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