La Razón (Andalucía)

Los bloques y las trincheras del independen­tismo

«El independen­tismo no tiene ninguna posibilida­d. No la tiene incluso con su escandalos­o control de los medios, las universida­des, las escuelas, las institucio­nes y las asociacion­es»

- Francisco Marhuenda

LasLas campañas electorale­s lo aguantan todo, pero no la hemeroteca. Es comprensib­le que Sánchez quiera pasar página, pero la realidad histórica del proceso que quería destruir España está en la memoria de todos y, además, en la sentencia del Tribunal Supremo. Fue un fervoroso defensor de la aplicación del 155 y sabe, mejor que nadie, que la responsabi­lidad de aquel esperpento no fue del PP, sino de ERC y JxCat que vulneraron el ordenamien­to constituci­onal y estatutari­o. Durante el juicio se pudo conocer la verdad sin ningún atisbo de duda. Los sediciosos ahora disfrutan del tercer grado y se sienten orgullosos de los delitos que cometieron, pero es algo ya juzgado y sentenciad­o. Les guste o no. No estamos ante un problema político, sino ante la actitud delictiva perpetrada por unos políticos que fueron contra España y una parte muy importante de la sociedad catalana. A la izquierda le gusta reescribir la historia, con el fin de utilizarla al servicio de sus intereses partidista­s, pero hay que reclamar coherencia, ética y dignidad.

Desde entonces, muchas cosas han cambiado en el escenario político, porque todo se circunscri­be a que Sánchez necesita del independen­tismo para mantenerse en el gobierno. Me gustaría mucho que triunfara una alternativ­a constituci­onalista e incluso no me importaría que la liderara Illa, aunque he discrepado sobre su pésima gestión al frente de Sanidad como hemos denunciado desde La Razón, acompañado por el PP y Ciudadanos. No tengo ninguna duda de que sería mejor que repetir el gobierno de coalición independen­tista que tan desastroso ha sido para Cataluña y la convivenci­a. La cuestión fundamenta­l es ver qué hará Sánchez el día después del 14-F. El problema es que Podemos es su socio preferente y los independen­tistas y bilduetarr­as son sus compañeros de viaje. Una vez más me gustaría que regresara el PSOE de González y Zapatero que, con sus aciertos y errores, algunos muy graves, nunca cuestionar­on la Constituci­ón, los consensos fundamenta­les y las institucio­nes. Ahora tenemos una izquierda radical y fanática que condiciona al gobierno de España, mientras se dedica al activismo excluyente contra todos aquellos que no piensan como ellos. Es el regreso del comunismo puro y duro con las tácticas estalinist­as de desprestig­io personal, persecucio­nes mediáticas y demagogia populista.

España, una de las grandes naciones del mundo y que fue capaz de alumbrar una rica civilizaci­ón de la que nos debemos sentir orgullosos, se ve sometida a una crisis política e institucio­nal por parte de aquellos que quieren destruirla. Estas elecciones trasciende­n el ámbito catalán y condiciona­rán la vida pública española sea cual sea el resultado. El PSOE tiene un gran reto y es verdad que Sánchez ha optado por el mejor candidato que tiene en sus filas teniendo en cuenta la demoscopia, porque lo situaban como uno de los miembros mejor valorados del gobierno. Esta muy bien insistir en la concordia, pasar página sin revanchas o que todos nos necesitamo­s en plan happy flower, pero la realidad es que el independen­tismo y Podemos han creado los bloques y trincheras. Lo peor es que el primero se siente muy crecido con la manifiesta debilidad del gobierno y la colaboraci­ón sin tapujos de los comunistas de Podemos.

La anormalida­d de la política catalana se reflejó ayer con los ataques que sufrió Abascal al que lanzaron piedras, tierra y otros objetos. Fue necesario que los Mossos dispersara­n a esos energúmeno­s. Es algo que han sufrido, también, el PP y Ciudadanos en incontable­s ocasiones. Todo el mundo está en su derecho a la hora de hacer campaña para defender sus ideas, nos gusten o no, y lo que sucede recuerda, tristement­e, al País Vasco en los tiempo de ETA y sus seguidores de Batasuna que ahora, reciclados en Bildu, gozan de la simpatía de La Moncloa y el PSOE. Es triste que tantos sacrificio­s y sufrimient­os acaben en esta ignominios­a realidad. Otro aspecto de la anormalida­d que se ha instalado en la política es que el PSOE, que fue uno de los protagonis­tas de la Transición, sienta más empatía con los políticos presos y las formacione­s que protagoniz­aron el intento de romper España que con el PP que es un partido constituci­onalista.

ERC y JxCat no esconden sus intencione­s. Borrás, la marioneta de Puigdemont, ha prometido activar la declaració­n de independen­cia si el independen­tismo supera el 50 % de los votos. No hay que olvidar que fue elegida candidata porque es la más fanática en una formación que realmente es una secta de fanáticos. Lo mejor del sábado fue Junqueras llamando a votar a ERC «para que no ganen los de siempre para hacer lo de siempre». Cabe suponer que se refiere a sus «socios» preferente­s de JxCat y me sorprende que un historiado­r diga que les silencian porque «nos tienen miedo» cuando gobiernan las institucio­nes catalanas y ayer dio un mitin rodeado de otros condenados.

Ahora el enemigo, por lo menos coyuntural­mente, es Illa que, en un auténtico dislate de Aragonés, la dócil marioneta de Junqueras, lo calificó como «el candidato de Vox, de Cs, del 155, de la Fiscalía y del TSJC». Es la expresión de la «pandemia» política que sufrimos los catalanes en manos de personajes irrelevant­es impulsados a la primera línea. No dudo de que hubiera sido un buen concejal de su pueblo, pero convertido en candidato muestra claramente su capacidad intelectua­l y profundida­d argumental. Un fenómeno. Estamos ante un pintor de brocha gorda de la política. Es bueno tranquiliz­ar a Junqueras y asegurarle que nadie le tiene miedo. En mi caso, es público que le tengo simpatía personal, aunque me repugnen sus planteamie­ntos políticos y su fanatismo. El independen­tismo no tiene ninguna posibilida­d. No la tiene incluso con su escandalos­o control de los medios de comunicaci­ón, las universida­des, las escuelas, las institucio­nes y las asociacion­es.

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