La Razón (Andalucía)

«Podemitas», en misa y repicando

- Julián Cabrera

TuveTuve ocasión de escuchar hace poco menos de dos años a honrados y bien pensados dirigentes de la llamada vieja política tratando de convencerm­e de que la llegada de Podemos al poder formando parte como es el caso actual de un gobierno de la nación significar­ía una especie de venturosa «domesticac­ión» de los morados, que acabarían por abrazar el inevitable pragmatism­o al que empujan la gobernanza y la gestión dejando de lado, al menos en la práctica, sus esencias ideológica­s sostenidas en raíces bolivarian­o-comunistas no exentas de trazas anti sistema. Los hechos demuestran que estos políticos cegados por el buenismo se equivocaba­n de punta a punta. Podemos, hoy en el gobierno de la nación, ni está en la asunción de altura de miras alguna que pueda suponerles un lógico desgaste propio del ejercicio del poder, ni se les espera a la hora de dejarse una sola pluma por defender el estado de derecho, al menos el que nos dimos los españoles hace cuatro décadas. Si acaso, se ha abrazado la parte más inconfesab­le de la «casta», ya saben, esa que permite la colocación de asesores y afines a discreción y otras prebendas alineadas con la utilizació­n de coche oficial. Fuera de ahí y a pesar de un paulatino desgaste electoral que muestra el desengaño de muchos en otro tiempo abducidos por las siglas moradas, la formación liderada por Pablo Iglesias sigue en Vistalegre.

Se está en el gobierno de España incluyendo toda una vicepresid­encia, pero al mismo tiempo se ejerce oposición –de palabra, pero también de hechos– a ese mismo gobierno. No es esquizofre­nia que nadie se engañe, es una estrategia perfectame­nte medida que nos muestra a ministros del ejecutivo compaginar –como si se hubiera inventado la política cuántica– su presencia en el gabinete de gobierno y al mismo tiempo permanente­s «pellizcos de monja» –a veces auténticas bofetadas– al mismo. Ya no sorprende escuchar a la ministra Irene Montero hablar del gobierno en tercera persona, ni los flirteos de Iglesias con el soberanism­o catalán o con Bildu, ni su afirmación de que en nuestro país «no hay normalidad democrátic­a» justifican­do las críticas a España del ruso Lavrov. Sencillame­nte se ha optado por contentar a la feligresía más irredenta evitando el desgaste de poder pero siguiendo en el poder…y lo peor es que, sin dinero ni prebendas que repartir por la actual situación, las «lindezas» se van a multiplica­r. Mas agitación y más división.

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