La Razón (Andalucía)

JUAN CARLOS I Y EL COMPROMISO HISTÓRICO ESPAÑOL

- Ramón Tamames Ramón Tamames es catedrátic­o de Estructura Económica y catedrátic­o Jean Monnet por la Comunidad Europea

EnEn libros, escritos varios, artículos de prensa, etc ., que circulan sobre el Rey Juan Carlos I, se introducen observacio­nes que no siempre se correspond­en con lo verdadero. Y a veces, incluso, pretendien­do defender la institució­n monárquica,se tergiversa la realidad histórica de lo que fue la Transición a la Democracia en España. Una Transición que fue un auténtico Compromiso Histórico Español, que se configuró con la Ley de Reforma Política, el procedimie­nto seguido para celebrar las elecciones generales de 1977, los subsiguien­tes Pactos de la Moncloa y la Constituci­ón de 1978: cuatro piezas fundamenta­les para entender lo que fue el pacto que ahora se ataca desde tantos observator­ios de la confusión, en una especie de viaje a ninguna parte.

Además de los servicios que el Rey Juan Carlos I prestó a la Nación en ese transcurri­r, habríamos de incluir su propia abdicación, el 19 de junio de 2014, cuando con la Ley quesee labor óadhoc,p ar a oficializa­r el paso de un rey a otro, la votación de los representa­ntes de la soberanía nacional dio a la monarquía parlamenta­ria un apoyo por encima del 80 por 100 de los diputados; que votaron a favor de los dos Reyes, Juan Carlos, saliente, y Felipe VI, entrante.

Lo recordado fue algo insólito en la actual realidad europea, que consta de diez monarquías, siendo España el único país en que el rey actual, Felipe VI, ha sido virtualmen­te elegido por los representa­ntes del pueblo. Como lo fue de hecho Juan Carlos I, en virtud de la Constituci­ón, votada en referéndum el 6 de diciembre de 1978, con la Monarquía Parlamenta­ria como sistema básico. Puntualiza­ciones oportunas para algunos diputados, más bien ignaros que otra cosa, que se atribuyen la más excelsa virtud de ser electos en elecciones por pertenecer a un partido político.

Todo lo anterior se relaciona con la situación actual en torno a Juan Carlos I, que durante tantos años disfrutó de una popularida­d poco frecuente, en razón a su decidido impulso en pro de las libertades y la Democracia. Y a quien como rey reinante no cabe exigir responsabi­lidades por los hechos de su reinado. Ya que en función del artículo 56.3 de la Constituci­ón «la persona del rey es inviolable, y no está sujeta a responsabi­lidad». Discutiénd­ose, en cambio, algunos hechos personales del propio rey después de su abdicación, que creo en general tienen su raíz en tiempos de reinado. Y ahora viene algo que creo no se ha sabido apreciar claramente. En el sentido de que en el artículo 56.3 de la Constituci­ón se dice del monarca que «sus actos estarán siempre refrendado­s en la forma recogida en el artículo 64.1»; en el que se establece que «los actos del rey [se supone que todos] serán refrendado­s por el presidente del Gobierno y en su caso por los ministros competente­s ». Subrayándo­se todavía más en el 64.2. que «de los actos del rey serán responsabl­es las personas que los refrenden ». Debiendo entender se, pues, que esa responsabi­lidad afecta también a quienes teniendo la obligación de refrendar no lo hicieron en su momento.

Con esa última observació­n, me refiero a que durante mucho tiempo, los presidente­s de Gobierno, o los ministros –o los secretario­s y jefes de la Casa Real en su ámbito– no refrendaro­n y aceptaron de hecho actos que claramente no eran dignos de un rey. Tales mandatario­s tendrían que haber advertido, y no lo hicieron, que algunos hechos personales de la actividad real –más que públicos y notorios–, no se correspond­ían con lo esperable de la especial condición de ser jefe de Estado.

Alguna excepción hubo, según parece, cuando el rey Juan Carlos sí recibió observacio­nes sobre su comportami­ento. Primero de Sabino Fernández Campo, como Secretario de la Casa Real entre 1977 y 1990, y como Jefe de la misma, de 1990 a 1993. Y de José Joaquín Puig, Secretario de la Real Casa entre 1990 y 1991. Realmente parece que las dos personas menciona das cesaron en su actividad por reconvenir al rey ciertas conductas. Algo que tendría que haber sido objeto de apreciació­n por quienes entonces eran presidente­s del Gobierno.

Y ahora entramos en el hecho de que en el verano del 2020, Juan Carlos I viajó a A bu Dabi por tiempo indefinido, ocho meses desde entonces. En una especie de destierro no decretado por nadie, y que ha originado cualquier clase de incertidum­bres y opiniones controvert­idas.

Precisamen­te antes de salir de España Juan Carlos I para Abu Dabi, me permití hacer una observació­n pública. En el sentido de que el mejor método para resolver la cuestión sería que quien fue rey entre 1975 y 2014 creara una Fundación con su propio nombre. A fin de incluir en ella todos sus bienes y pertenenci­as, declaradas o no hasta ese momento. Para así donar por entero sus bienes a la Nación, a efectos del progreso de la Ciencia, la Cultura y el Arte; pudiendo invitar a todos a contribuir a ese acervo con aportacion­es de cualquier monto. A través de un amigo común, le hice llegar esa idea de la Fundación al propio Juan Carlos I, quien vino a decir: «Dile a Ramón que muchas gracias por su idea, pero que la cosa es mucho más compleja».

Evidenteme­nte, la complejida­d está ahí, pero creo que la Fundación expresada sigue siendo algo recomendab­le, para empezar a aclarar las cosas y darle un fin adecuado a recursos económicos que en gran parte están en situación dudosa.

Para terminar, sinceramen­te pienso que los ataques al rey Juan Carlos I no son sólo personales, sino que, sobre todo, van contra la monarquía parlamenta­ria, que es básica en nuestra Constituci­ón. Debiéndose recordar a que quienes obran así, que si quieren acabar con ella, habrán de pasar por el Título X de la propia Ley de Leyes sobre reforma; que exige condicione­s concretas, imposibles de reunir hoy, me parece.

No se trata de defender esto o lo otro, sino de invitar a la reflexión. Para que en vez de juicios prematuros, podamos encontrar una senda de soluciones, con cierta altura de miras. Sobre todo, con el propósito de consolidar el sentimient­o de que no renunciamo­s a lo que fue el citado Compromiso Histórico Español de 1976 a 1978.

«La monarquía parlamenta­ria es básica en nuestra Constituci­ón»

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