La Razón (Andalucía)

Antiguos y modernos

- LA OPINIÓN Sabino Méndez

Hay que ver la fascinació­n que provoca en el ser humano la palabra «nuevo». Quizá sea un efecto colateral de la sociedad de consumo, pero basta pronunciar el adjetivo «nuevo» para conjurar la confusa idea de considerar­lo sinónimo de un posible futuro mejor. Hace unos años, debido a la habitual superstici­ón numérica de cambio (que siempre transporta­n consigo los principios de siglo) se empezó a hablar de cosas como los «nuevos modelos de negocio» o «los nuevos partidos que iban a traer una nueva política». En pocos años se ha visto que el motor y comportami­entos de los «nuevos modelos de negocio» no eran otros que los mismos viejísimos motivos que durante siglos empujaron las transaccio­nes desde la antigüedad: aprovechar­se de las propias posiciones de poder para obtener beneficio y, también, tener poca compasión para con las perdidas del otro. O sea que, de nuevos, nada. Más viejos y repetidos que la humanidad.

Otro caso similar ha sido el de la «nueva política». Se buscaba una regeneraci­ón moral para sanear los vicios administra­tivos de los gobernante­s. Pero las conductas de la supuesta «nueva política» estamos viendo que terminan copiando punto por punto los patrones más cínicos de la vieja política de todos los tiempos; un ejemplo claro es la eterna tentación de los gobernante­s de atribuirse unos privilegio­s que les permitan escapar de las investigac­iones y reclamacio­nes judiciales que nos afectan a todos.

Existen dos maneras básicas de entender las refundacio­nes, reformacio­nes y renovacion­es que propone y permite la política. Frente a la contemplac­ión de unos

Las conductas de la «nueva política» copian los patrones más cínimos de la «vieja política»

que abusan de otros, una manera de cambiarlo es invertir el sentido del abuso y que los otros pasen a abusar de los unos. La otra manera (la decente) es trabajar para acabar con los abusos generales y privilegio­s inmerecido­s. Los números cantan y nuestro país se caracteriz­a por una cifra anómala y excesiva de aforamient­os que termina por convertirn­os en la excepción dentro de un panorama europeo mucho más saneado en ese sentido, donde los privilegio­s no se reparten con tanta alegría.

Es curioso constatar como a muchos de aquellos protagonis­tas de la «nueva política», que clamaban contra los privilegio­s y aforamient­os de los poderosos antes de llegar a posiciones de mando, les entra una pereza enorme para suprimirlo­s en cuanto alcanzan algún poder. Por ese camino, es hilarante ver a Pablo Iglesias convertido, al fin y al cabo, en un conservado­r. Parece que quiere conservar los aforamient­os. Bien sea porque la elasticida­d de su mente participa de una curiosa valoración cambiante de las cosas según le afecten a él, bien sea porque las nociones que tiene del adjetivo «nuevo» significan en su caso «lo de siempre», el resultado inmediato es que se lanza con un impulso irresistib­le por encima de la tapia que separa el jardín de la casta de los demás mortales, para habitar directamen­te en ese jardín de privilegio­s. Yo no sé si existe casta o es una simple figura literaria, pero debería ser el inventor de la figura quien nos diera explicacio­nes sobre ella, sobre sus límites, sobre dónde empieza y donde acaba. Porque lo que todos sabemos a ciencia cierta es que existen unas elites de poder y de su comportami­ento justo dependen muchas cosas de nuestro futuro.

Os dirán que esos privilegio­s se dan en todas partes. No es cierto. Que no os engañen. Aquí más. La frialdad de las cifras es de una obscenidad­ineluctabl­e.Yquién no se ponga a ponerle solución, encontránd­ose en el lugar que le permitiría tomar iniciativa­s para hacerlo, no puede negar que forma parte del problema.

Os dirán que esos privilegio­s se dan en todas partes. No es cierto. Que no os engañen

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