«DIJE UNA OBVIEDAD Y ES LA PUÑETERA VERDAD»
PareceParece que hay ministros que se quejan de que Pablo Iglesias no hace nada, que pasa el rato en conspiraciones palaciegas, poniendo en marcha campañas de acoso a cuanta institución del Estado, periodista o disidente se le ponga delante, soñando soñando con ser presidente de la Tercera República, mesándose los cabellos, imaginando, si le queda tiempo, alguna extravagante ley. Él, tan sensible a las causas sociales, que es capaz de echarse a llorar a moco tendido al ver que el mundo a veces es justo –como hacerle vicepresidente del Gobierno– y humillar así a los poderosos, su endiablada agenda le ha impedido prestar atención a una realidad que ha desgarrado a nuestro país: 30.000 personas han muerto por coronavirus en residencias de mayores. Un drama del que algo podría haber dicho desde esa flamante Vicepresidencia de Derechos Sociales, en vez de utilizarla como una siniestra Lubianka desde la que se dedica a desestabilizar a su país, a cargo de los presupuestos generales del propio Estado, para colmar su ilimitada y ridícula sed de poder, comparándolo, precisamente, con su admirada Rusia de Putin, la de los envenenamientos. Así que cuando ayer dijo, todo ufano, ciego, que era una «obviedad», la «puñetera verdad», que en España no hay normalidad política, que no alcanza los estándares de una país democrático... en algo tenía razón. La mayor anormalidad es que Iglesias sea vicepresidente del Gobierno de un país democrático. El mayor veneno es él. Para subir la autoestima del país en los momentos más aciagos, suele recurrirse al Índice de Calidad Democrática, publicado anualmente por el semanario británico «The Economist», para defender que España está en los niveles más altos. Así es, pero en enero de 2020, cuando el Gobierno del que forma parte Iglesias echó a andar, el país aparecía en la posición 16 y ahora está en el 22. Creerá que Bruselas conspira contra Moscú cuando recriminó a España que la reforma de la Justicia y sus interferencias políticas iba en contra de los principios democráticos. Tal vez sea cierto y España sea un país democrático, pero inmaduro.