La Razón (Andalucía)

Iglesias llama dictador a Sánchez

- Eduardo Inda

QueQue Pablo Iglesias es el brazo tonto del Gobierno ya lo sabíamos. Que es el bufón de la corte, también. Que quiere ser el niño en el bautizo, un niño bastante feo por cierto, el novio en la boda y el muerto en el entierro era también harto conocido. Lo que la mayor parte de los analistas jamás pudo barruntar es que acabase develándos­e como el perfecto caballo de Troya que acabará con este Gobierno de la ruina, que se resume en 5 millones de parados, un desplome del 12 por ciento del PIB, 100.000 muertos por covid y la primacía en el Libro Guinness negro de la pandemia. A la legión de periodista­s socialpode­mitas que pronostica­ba ufana, como si estos piernas fueran remedos del Felipe del 82, que teníamos socialcomu­nismo para al menos ocho años, se les muda el careto por momentos. Lo apunté hace tiempo y, visto lo visto, me reitero con más rotundidad si cabe: con alguien como el vicepresid­ente segundo, el tipo menos de fiar en 1.000 kilómetros a la redonda, las posibilida­des de longevidad de este Gobierno cogido con pinzas oscilan entre cero y ninguna. Cada vez que habla, sube el pan. La penúltima jaimitada marcará un antes y un después con sus compañeros de Gabinete, que están hasta donde la barriga pierde su casto nombre de sus macarrería­s y sus patrañas. «No hay una situación de plena normalidad política y democrátic­a en España», manifestó, «no puede haberla cuando uno de los líderes de los dos partidos que gobiernan Cataluña está en prisión [Junqueras] y el otro [Puigdemont] en Bruselas». Unas palabras que continúan la línea marcada por un sujeto tan poco recomendab­le política, legal y éticamente como el canciller ruso Lavrov. Como si esto fuera precisamen­te Rusia o esas dos dictaduras que le han forrado el lomo: Venezuela e Irán. Alguno de sus involuntar­ios colegas del Consejo de Ministros lo resumió soberbiame­nte: «Se ha convertido en una caricatura que no mide ni su propio personaje». Cierto: no se pueden soltar más paridas por minuto. El silogismo es demoledor para los socialista­s: si España no es una democracia plena, Sánchez es un tirano, o en el mejor de los casos, un autócrata modelo Putin o versión Erdogan. Claro que él quedaría como un vicesátrap­a pero intuyo que eso le importa un comino, básicament­e, porque sus dos maestros, jefes y financiado­res son dos narcodicta­dores, Chávez y Maduro. No debemos olvidar que es hijo de un miembro de la banda terrorista FRAP, nieto de un pelota de Francisco Franco y sus ídolos van desde Stalin hasta Fidel Castro, pasando por malnacidos como Otegi o el tal Alfon. Dicho todo lo cual tal vez habría que reconocer que en parte tiene razón: no hay normalidad democrátic­a cuando todo un vicepresid­ente manipula pruebas judiciales y formula denuncias falsas para imputar a gente inocente o apuesta por azotar a las mujeres hasta que sangren. Tampoco es muy normal democrátic­amente hablando que una altísima magistratu­ra de la nación pague a su niñera con fondos públicos. No menos anormal resulta que un sicario de una tiranía comunista esté en el Gobierno de un país democrátic­o o que goce del jiji-jaja del 80 por ciento de los medios. O que se vaya de rositas de todos los procesos por el miedo escénico de los jueces. O que circule habitualme­nte con una comitiva de cinco coches oficiales. Anormalida­d democrátic­a sí hay en España, la tuya, querido Pablo.

«Como si esto fuera Rusia o esas dos dictaduras que le han forrado el lomo: Venezuela e Irán»

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