La Razón (Andalucía)

ERC y JxCat, igualados hasta el final

Borràs ha conseguido recortar diferencia­s con Aragonès en campaña: la victoria dependerá de un puñado de votos

- POR JAVIER GALLEGO BARCELONA

La cita electoral de mañana en Cataluña dirime muchas pugnas y su resultado tendrá un impacto de ámbito nacional. Uno de los duelos que mayor atención centrará es la batalla entre Carles Puigdemont y Oriol Junqueras: es decir, la lucha por la hegemonía del independen­tismo que libran JxCat y Esquerra desde hace años y todo apunta, según las encuestas, que se decidirá por un puñado de votos como en 2017. Entonces, los republican­os lideraron todos los sondeos durante la campaña electoral, pero la presencia de Puigdemont y su promesa de regresar a Cataluña si vencía tumbaron a ERC, que también acusó mucho la falta de su líder (Junqueras) y cayó por 12.000 sufragios.

Precisamen­te, para evitar de nuevo esa «fotofinish», Esquerra ha recurrido a su líder y liberó a los presos independen­tistas con el tercer grado coincidien­do con el inicio de la campaña, un golpe de efecto para contener la pérdida de fuelle que estaban detectando las encuestas. Y es que el partido de Pere Aragonès ha encabezado todos los sondeos y ha vencido en todas las citas electorale­s entre 2018 y 2020 –salvo las europeas–, pero la impopulari­dad de su apuesta pragmática en el «procés» –diálogo con el Estado y aparcar la unilateral­idad– y, sobre sobre todo, la caótica gestión de la pandemia han reducido su renta hasta posicionar­se en empate técnico junto a PSC y JxCat.

Lo cierto es que cabe recordar que los republican­os y su ambición por proyectar su acento social se han vuelto rotundamen­te en su contra. Durante el reparto de los departamen­tos del Govern en 2018 tras la investidur­a de Quim Torra, optaron por asumir las carteras más sociales (Educación, Salud y Asuntos Sociales), las más sensibles durante la crisis sanitaria, y eso se ha convertido en una importante fuente de desgaste que su principal rival (JxCat) ha aprovechad­o notablemen­te.

Aragonès ha recurrido al cuerpo a cuerpo con el PSC y ha evitado, en todo lo posible, roces con JxCat como estrategia para eirigirse en el voto útil del independen­tismo. El republican­o no ha cometido errores, aunque, más allá de los debates televisivo­s, su presencia ha quedado bastante eclipsada por la visibilida­d que ha tenido Junqueras. Tampoco ha podido extraer beneficio de su condición de president en funciones, muy fiscalizad­o por JxCat, pese a que también ha tratado de explotar sin excesivo éxito algunas de las medidas económicas que ha tomado para combatir los estragos de la emergencia sanitaria.

JxCat ha rentabiliz­ado toda la erosión de ERC con una campaña electoral en la que se ha desentendi­do prácticame­nte de la gestión del Govern y ha tenido mucho margen para ello. ¿Por qué? Porque su candidata no formaba parte del Govern, a diferencia de Aragonès, y eso le ha permitido proyectars­e como opción de cambio. Laura Borràs ha marcado distancias con el actual Govern –muy castigado por la opinión pública como reflejan también los reiterados suspensos en los últimos meses (con notas que apenas llegan al 4) en el barómetro del «CIS catalán»– y se ha referido en muchas ocasiones a la necesidad de renovarlo con urgencia tras las elecciones.

Borràs, a diferencia de ERC que ha fiado buena parte de su suerte a la apelación a las emo

ERC ha acusado el desgaste de gestionar la pandemia desde las conselleri­as más sensibles (Salud y Asuntos Sociales)

ciones con la salida de prisión de Junqueras y los presos, ha hecho una exhibición de liderazgo en su espacio político y ni el propio Puigdemont ni los presos –distantes con ella ya que en las primarias se alinearon con su rival Damià Calvet– le han hecho sombra ni han sido decisivos. Desde que se oficializa­ra su candidatur­a, JxCat ha ido creciendo en las encuestas y ha entrado en la batalla por la victoria pese a las dudas iniciales.

La candidata del partido de Puigdemont es muy popular entre las bases independen­tistas y también ha conseguido sortear con pocos daños la investigac­ión judicial abierta por el Tribunal Supremo por la presunta adjudicaci­ón a dedo de contratos públicos cuando dirigía la Institució­n de las Letras Catalanas, ya que al final ha generado menos ruido del que se preveía inicialmen­te. Borràs, poco a poco, también ha conseguido limar ligerament­e la imagen de JxCat como partido excesivame­nte dependient­e del «procés» y poco preparado para la gestión con el anuncio del nombramien­to de consellers con tirón –Joan Canadell (Economía) y Josep Maria Argimon (Salud)–, aunque sigue muy lastrada por la indefinici­ón ideológica

(en el tema impositivo, por ejemplo) y por los volantazos sobre cómo avanzar hacia la independen­cia –Borràs se ha enredado con la DUI–.

En este sentido, el PDeCat ha aprovechad­o ese resquicio abierto por JxCat y el perfil izquierdis­ta (y radical) de las tres principale­s formacione­s del independen­tismo para situarse como alternativ­a y garantía de gestión. El partido heredero de Convergènc­ia ha conseguido ir a más durante la campaña –con un papel destacado de Àngels Chacón en los debates televisivo­s y una creciente presencia de Artur Mas en el tramo final– y cada vez más encuestas –sobre todo, internas– dan su entrada en el Parlament por hecho. Su irrupción podría perjudicar a JxCat y dejarle sin opciones de victoria.

El partido de Chacón ha jugado mucho la baza de la CUP: ha emplazado a los votantes a escoger qué partido quieren que determine el próximo gobierno. Ha acusado a los cuperos de diseñar manuales de «okupación» y ha apostado por una rebaja de impuestos en Cataluña para recuperar su vitalidad económica. El partido anticapita­lista, en cambio, ha sufrido una accidentad­a campaña, con una cabeza de lista que ha generado muchas dudas desde el primer momento –en el debate de TV3 se enredó en muchas ocasiones–.

Pero más allá de quién venza, el escenario postelecto­ral se antoja más complicado que en 2017. Aunque las cuatro fuerzas separatist­as se han comprometi­do a vetar a Salvador Illa de un pacto de Govern en la próxima legislatur­a, también es cierto que la investidur­a de Aragonès o Borràs se puede envenenar en función de cómo queden. Si ganan los republican­os, JxCat no pondrá las cosas fáciles y podría poner muy caros sus votos –entrar en escena la exigencia de una DUI–; si es al revés, ERC tendrá que escoger entre la tentación de un gobierno

de izquierdas o volver a ceder ante JxCat.

Si bien, en medio de todas estas especulaci­ones, también ha entrado en escena un nuevo elemento: gobierno en solitario. Tanto JxCat como ERC han asegurado que estarían dispuestos a ello, aunque es un escenario que parece muy lejano ya que ninguna de las dos formacione­s puede renunciar al poder de la Generalita­t, joya de la corona en la política catalana. Sobre todo JxCat, partido recienteme­nte constituid­o que, sin el Govern, podría atravesar muchas dificultad­es para consolidar­se ya que cuenta con poco mando en las institucio­nes –el PDeCat ha retenido a más de 150 alcaldes tras el divorcio–.

JxCat se ha desentendi­do de su papel en la Generalita­t, pero se ha enredado con el «procés» y la indefinici­ón ideológica

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EFE La presencia de Oriol Junqueras ha eclipsado a Aragonès, pero ha impulsado a ERC
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EFE Carles Puigdemont ha tenido presencia, pero no ha hecho sombra a Borràs

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