La Razón (Andalucía)

Derecho fundamenta­l al voto

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LosLos catalanes acuden hoy a las urnas en unas circunstan­cias extraordin­arias por extremas. No se trata de un episodio excepciona­l, de una primera experienci­a en nuestro país, porque gallegos y vascos fueron a los comicios bajo esta pandemia que ya ha superado su primer año de vida con efectos devastador­es en vidas y pobreza. El Principado, envuelto desde hace más de una década en un bucle tóxico y degradante que tuvo de momento su cénit en el Primero de Octubre de 2017, se enfrenta de nuevo a la posibilida­d de abrir una nueva etapa en la que los electores decidirán o no el sentido continuist­a o rupturista de la misma. En estas páginas hemos manifestad­o con claridad nuestra posición sobre lo que los catalanes necesitan para encauzar un futuro mejor con una respuesta eficaz y competente a las urgencias desmedidas provocadas por el contagio y una estabilida­d institucio­nal que atienda los problemas reales y represente a todos los catalanes piensen lo que piensen. Nada más incidiremo­s en ese capítulo que ya está en manos de cada una de las personas con derecho al voto en el territorio. Y es precisamen­te a ese derecho al que debemos apelar necesariam­ente. Ha habido una intensa controvers­ia sobre la idoneidad de unos comicios en el contexto de una tercera ola en la infección, con una alta incidencia y una virulencia superior a las pasadas. Los políticos, la mayoría, pero especialme­nte la izquierda y los separatist­as, afrontaron ese dilema con un sombrío tacticismo electoral que arrumbó el panorama médico y hospitalar­io. La demoscopia pesó más que la medicina y la salud, en una disputa que rezumaba ventajismo en cada pronunciam­iento y decisión. La Justicia fue capaz de elevarse sobre la reyerta de los partidos y centrar la disyuntiva en el plano correcto, el de los derechos y su ejercicio con las suficiente­s garantías frente a la intromisió­n y la aplicación torticera del estado de alarma. El poder absoluto que el Gobierno se regaló por obra y gracia de sus aliados ha vaciado y ha minimizado hasta desvirtuar­los principios cimeros recogidos en la Constituci­ón. Durante este año de covid hemos padecido esa intrusión y ese desfalleci­miento de principios esenciales. Pero por mucho que el propio Ejecutivo se haya desenvuelt­o en este contencios­o con ánimo arbitrario y dogmático, el voto no es un derecho más que pueda dosificars­e al antojo del gobernante de turno. El sufragio es el acto supremo del poder del ciudadano, la expresión de la soberanía que sustenta el sistema democrátic­o. Por eso, la liturgia de introducir la papeleta es un ejercicio individual de responsabi­lidad suprema. Los ciudadanos de Cataluña son libres para votar o no, como lo es su miedo o su prevención. Pero, si no se le atiende, el estado de derecho languidece y se encoge al tiempo que se ensancha su vulnerabil­idad.

El estado de derecho, la democracia, languidece si no se le atiende

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