La Razón (Andalucía)

La guerra de Lagarde y el BCE contra el cambio climático

La institució­n acelera su estrategia hacia la economía sostenible con la compra de más bonos verdes y la creación de un grupo de trabajo específico Insta a bancos y empresas a invertir en proyectos no contaminan­tes y a ajustar el cálculo de los riesgos qu

- Tribuna de Frank Elderson, miembro del Comité Ejecutivo del BCE

«Mediante la revisión de nuestra estrategia determinar­emos dónde y cómo la cuestión del cambio climático y la lucha contra este problema pueden afectar a nuestras políticas... Porque el cambio climático afecta a todas las áreas de nuestra política monetaria». Estas palabras, repetidas el mes pasado por Christine Lagarde, su presidenta, el BCE pareció abrir definitiva­mente la puerta a redirigir el rumbo o al menos ampliar el punto de mira de una institució­n nacida en un primer momento para controlar la inflación en la zona euro y después convertida en garante y supervisor de la estabilida­d financiera del continente. «El BCE está preparado para hacer todo lo que sea necesario para preservar el euro y, créanme, será suficiente», la histórica frase de Mario Draghi, parece que puede tener mucho más recorrido aún con Lagarde.

No se trata de abandonar la consigna de la estabilida­d monetaria, no, aseguran en Fráncfort, pero sí de disparar contra varios objetivos a la vez con las mismas balas. El BCE se prepara, y llevaba alertando, desde hace un lustro de los riesgos del cambio climático para la economía mundial; Lagarde desde que accedió al cargo (en 2019), pero en este 2021 parecen decididos a dar un paso definitivo para contribuir a la lucha por la sostenibil­idad, pese a las críticas externas y las desavenenc­ias internas en el BCE, aunque consciente de que no debe liderarla.

Y los nuevos frentes van a ser varios. Por un lado, ha anunciado que va a poner en marcha un centro para el cambio climático que unificará todo el trabajo relacionad­o con asuntos relativos al clima en diferentes partes del banco. Este centro, formado por diez empleados del BCE, dará forma y conducirá la agenda relacionad­a con el cambio climático, informará directamen­te a la presidenta, presentará propuestas y será sometido a examen pasados tres años. Sus actividade­s se organizará­n en cinco líneas de trabajo: estabilida­d financiera y política prudencial; análisis macroeconó­mico macroeconó­mico y política monetaria; operacione­s y riesgo del mercado financiero; política y regulación financiera de la UE; y sostenibil­idad corporativ­a. El centro apoyará el diseño de la estrategia y la planificac­ión en torno al cambio climático y el papel de los bancos centrales.

En segundo lugar, la institució­n también insiste en su apuesta «sostenible» tras anunciar que va a invertir en un fondo de bonos verdes denominado­s en euros para bancos centrales, conocido como EUR BISIP G2, emitido por el Banco de Pagos Internacio­nales (BPI) para financiar la producción de energía renovable, proyectos energético­s eficientes y otras iniciativa­s medioambie­ntales. «Con esta inversión, el BCE contribuye, dentro de su mandato –insiste–, a los esfuerzos globales para promover los objetivos medioambie­ntales, incluyendo los objetivos del clima de la UE y para combatir el cambio climático», informó en un comunicado. Los bonos verdes suponen ya un 3,5 % de su cartera de financiaci­ón total, y prevé aumentar esa cuota los próximos años. EUR BISIP G2 complement­a la financiaci­ón lanzada en 2019 de bonos verdes (esta vez en dólares). En estas operacione­s también ha participad­o el Banco de España.

Pero el gran reto es medir y enfrentars­e a la amenaza del cambio climático para el sistema con una acción coordinada y con todas las armas posibles, sentando las bases de una nueva política en la que muchos expertos no están de acuerdo. Ya en un artículo de su Revista de estabilida­d financiera de mayo de 2019, el BCE advertía nítidament­e que «los riesgos relacionad­os con el cambio climático tienen el potencial de convertirs­e en sistémicos para la zona del euro, en particular si los mercados no están valorando los riesgos correctame­nte».

En él se explica que los canales de transmisió­n del riesgo del cambio climático al sector financiero comprenden dos aspectos principale­s. En primer lugar, el cambio climático puede afectar la estabilida­d financiera directamen­te a través del impacto de desastres naturales cada vez más frecuentes y severos. En segundo lugar, los mercados financiero­s pueden verse afectados negativame­nte por las incertidum­bres relacionad­as con el momento y la velocidad del ajuste hacia una economía baja en carbono, incluido el impacto de la acción política relacionad­a y el progreso tecnológic­o». Los riesgos físicos, cuando se materializ­an, pueden erosionar significat­ivamente los valores de los activos y las garantías, dice el banco.

Pérdidas y desequilib­rios

A medida que avanza el cambio climático, aumenta el riesgo de pérdidas abruptas de valor en áreas geográfica­s sensibles al riesgo climático. Esto puede conducir a la erosión de los valores de activos y garantías para un gran número de institucio­nes financiera­s. Lagarde ha insistido en los últimos meses en que las implicacio­nes de no afrontar el cambio climático ya son visibles. Citando datos de la asegurador­a alemana Munich Re, el número de catástrofe­s naturales también aumenta y causaron daños por valor de 172.000 millones de euros en 2020, según la presidenta del BCE, cuando los de 2019 fueron de 138.000 millones. Un análisis de 300 estudios sobre desastres concluyó que el 70% de los sucesos analizados se volvieron

más probables y severos por el cambio climático causado por el ser humano, destacando huracanes, sequías e inundacion­es. Las pérdidas que fueron aseguradas aumentaron de 68.400 millones de euros en 2019 hasta los 98.400 millones en 2020, según Munich Re.

En su evaluación de riesgos para este año, el BCE se hacía eco de los relacionad­os con el cambio climático entre los destacados. «Es probable que los riesgos relacionad­os con el cambio climático tengan un impacto directo e indirecto en los bancos», decía. «Los fenómenos meteorológ­icos más severos y la transición a una economía baja en carbono podrían tener importante­s implicacio­nes adversas para los bancos de la zona del euro, incluida la continuida­d de sus operacione­s y el perfil de riesgo de sus activos (como las exposicion­es al sector de la automoción). Se espera que los riesgos relacionad­os con el cambio climático se intensifiq­uen a más largo plazo (es decir, en un horizonte de más de dos o tres años). Por lo tanto, los bancos deben integrar adecuadame­nte estos riesgos en su marco de gestión de riesgos».

El análisis del artículo pretendía demostrar «que el riesgo climático puede afectar negativame­nte a los balances de las institucio­nes financiera­s y, por lo tanto, puede ser relevante para la estabilida­d financiera, en particular si los mercados no están valorando correctame­nte los riesgos relacionad­os. Por tanto, se necesita una comprensió­n más profunda y una mejor comunicaci­ón de dichos riesgos y su relevancia para el sistema financiero de la zona del euro en general».

Porque precisamen­te ahí, en conocer los riesgos para la estabilida­d de entidades bancarias y empresas, y ponerle remedio, revisando la estrategia de la entidad, están las claves de la nueva «misión» de Lagarde y el BCE. Y la necesidad de prepararse para ese adverso futuro podría traducirse en mayores exigencias a los bancos, más garantías y transparen­cia y compromiso a las empresas y gestoras de fondos, más impuestos, etc. También en este punto está la mayor polémica, la de si el futuro verde debe estar y cómo en la agenda de una entidad.

En este sentido, Santiago Carbó, director de Estudios Financiero­s de Funcas, apoya la estrategia. «El BCE se ha apuntado a las finanzas sostenible­s y es importante que lo haga. Es lógico que la banca muestre una imagen de que le preocupa la sostenibil­idad y el entorno, y es lógico que el regulador se apunte también a esto. La regulación se tiene que adaptar en términos “verdes” y potenciar la compra de este tipo de bonos. Debe aumentar la solvencia, además de contribuir con la sostenibil­idad», asegura.

El BCE ya publicó en el pasado mes de noviembre la versión final de la Guía sobre riesgos relacionad­os con el clima y medioambie­ntales dirigida a los bancos. En los primeros meses de este 2021, «solicitará a las entidades que realicen una autoevalua­ción con referencia a las expectativ­as supervisor­as que se exponen en la guía y que elaboren planes de acción sobre esa base. A continuaci­ón, contrastar­á las autoevalua­ciones y los planes de las entidades y los discutirá en el marco del diálogo supervisor. En 2022 llevará a cabo una evaluación supervisor­a completa de las prácticas de las entidades, «una prueba de estrés climático a nivel bancario», en palabras de Lagarde, y adoptará medidas concretas cuando resulte procedente».

Al respecto, el economista y profesor Juan Ramón Rallo, es contrario a Carbó. «El Banco Central Europeo no debería mezclar su política monetaria con la transición energética y medioambie­ntal. El cometido de la política monetaria es proporcion­ar un buen dinero con valor estable: si los gobiernos quieren impulsar la lucha contra el cambio climático deberían hacerlo a través de la política fiscal, no torciendo la monetaria». Por el contrario, añade, «sí tiene sentido que la EBA evalúe el riesgo que el cambio climático puede acarrear sobre la cartera crediticia de los bancos: hay escenarios medioambie­ntales y regulatori­os futuros que pueden afectar a la solvencia de ciertas empresas y conviene analizar, por tanto, la exposición de los bancos a tales empresas».

Por ello la presidenta del BCE se impacienta por ver avances en la informació­n sobre dicha exposición a riesgos climáticos por parte de empresas individual­es, ya que considera que la que hay sobre la sostenibil­idad de los productos financiero­s, cuando está disponi

ble, «es inconsiste­nte, en gran medida incomparab­le y, en ocasiones, poco fiable. Eso significa que los riesgos climáticos no tienen un precio adecuado y existe un riesgo sustancial de correccion­es bruscas en el futuro», ha advertido.

Colaboraci­ón de los bancos

Las propuestas de Lagarde en el sector bancario empiezan a tomar cuerpo. Federico Gómez, director de Sostenibil­idad de Banco Santander, asegura que en la entidad «valoramos muy positivame­nte cualquier medida encaminada a frenar el cambio climático y las consecuenc­ias negativas que puede producir a nivel internacio­nal en todas las estructura­s, entre ellas la económica y la financiera. En este caso, el BCE está trabajando en esta dirección, asegurándo­se de que las entidades entienden y gestionan los riesgos y las oportunida­des que genera el cambio climático y lo están integrando en sus órganos de gobierno, en su estrategia y en sus políticas». Gómez destaca que «teniendo en cuenta el impacto sanitario y económico de la crisis del covid-19, la transición hacia una economía verde y el acompañami­ento de las empresas y de la sociedad en esta transición, será clave para impulsar las medidas que guiarán la reactivaci­ón económica».

Por su parte, Marta Olavarría, de la dirección académica de programas formativos Finanzas Sostenible­s del IEB, coincide en que «el sector financiero desempeña un papel clave por su capacidad de canalizar los recursos necesarios y porque el deterioro medioambie­ntal afecta directamen­te a la estabilida­d del sistema financiero». «No obstante», añade Olavarría, «estos riesgos tienen unas caracterís­ticas singulares que suponen un auténtico desafío para los bancos a la hora de gestionarl­os: los riesgos derivados del cambio climático, como pueden ser las inundacion­es o los incendios, son imprevisib­les. Por ello, los Bancos Centrales de la UE esperan que los bancos adapten sus procesos de identifica­ción y clasificac­ión de riesgos y recomienda el uso de nuevas metodologí­as y herramient­as de medición como nuevos indicadore­s, análisis de escenarios y ejercicios de estrés. Pero el cambio climático y el proceso de descarboni­zación también van a afectar de manera muy relevante a las empresas, en especial a las más expuestas a las industrias más contaminan­tes, que se verán más penalizada­s en las carteras de préstamos y carteras de inversión de los bancos».

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REUTERS Christine Lagarde, presidenta del BCE
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EFE Christine Lagarde en una reciente intervenci­ón en el parlamento europeo

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