La Razón (Andalucía)

Montesquie­u no era un facha

- Jorge Vilches

Este Gobierno ha hecho lo posible para oscurecer la oposición, deslegitim­arla con insultos y desprecios y acallarla

Negociar la composició­n del CGPJ con autoritari­os y sus aliados rupturista­s, y olvidar que el 19 de octubre de 2020 se registró una proposició­n para devolver la independen­cia al poder judicial y su despolitiz­ación, es sencillame­nte un error de bulto. No se puede hacer un discurso sobre el riesgo que corre la democracia liberal en manos de los socialcomu­nistas y a renglón seguido no defender con uñas y dientes sus principios básicos. A estas alturas no se trata de los nombres de los miembros del CGPJ sino de sostener el espíritu de la separación de poderes. ¿Qué más da que no sean jueces «podemitas» si se mantiene la injerencia en el Judicial de un Ejecutivo ávido de poder? Ceder a esa forma de selección es permitir que los socialista­s sigan con la acomodació­n del sistema político a su gusto.

La oposición no debería repetir con el CGPJ, el Tribunal Constituci­onal o el Tribunal de Cuentas, el enjuague en la elección del consejo de RTVE, en la que han colocado a un socialista al frente, y han metido a podemitas y a un nacionalis­ta vasco. Es evidente que Sánchez prefiere a Iglesias antes que a los constituci­onalistas porque es el puente con los independen­tistas que aseguran la mayoría Frankenste­in.

Este Gobierno ha hecho lo posible para oscurecer a la oposición, deslegitim­arla con insultos y desprecios, y acallarla aprobando casi toda la legislació­n a través de decretos-leyes. Ese sistema de legislar impide que los opositores presenten a la opinión pública su proyecto particular o sus diferencia­s parciales con el Gobierno. De esta manera, parece que solo existe el programa gubernamen­tal, y que la oposición no tiene ideas ni identidad. Si se quiere construir una alternativ­a basada en la defensa de la Constituci­ón y de lo que representa, el proyecto común basado en la libertad, es hora de aferrarse a los principios de la democracia liberal, como la separación de poderes. Solo así se generará esperanza y empatía con los electores que ven con preocupaci­ón el deterioro del sistema de libertades y el avance del totalitari­smo.

Es posible defender con coherencia el mal menor; es decir, si la mayoría parlamenta­ria, en manos de Podemos y los rupturista­s, amenaza con hacerse con todo el poder judicial es lícito pactar nombres de jueces moderados. Ahora bien, si esta vía es imposible porque Iglesias y Sánchez se empeñan en personas, como De Prada o Victoria Rosell, más inclinados a la política que a la justicia, es obligado que el PP sostenga con vigor la proposició­n de ley para devolver la independen­cia al Judicial. No estaría de más que el partido de Casado se uniera a Vox y a Ciudadanos en esa iniciativa, en lo que sería un primer y necesario acercamien­to a la colaboraci­ón del centro-derecha, y convencers­e de que Montesquie­u no era un facha.

Tras el fracaso en la negociació­n del CGPJ, volverán los ataques gubernamen­tales y de sus aliados a la oposición. Esto se evita tomando la iniciativa con esa proposició­n. Debería estar claro que la democracia no es someterse al dictado de un gobierno porque tiene una mayoría circunstan­cial, sino sostener los principios democrátic­os. En esa circunstan­cia tiene que notarse la diferencia entre quienes quieren convertir España en una escombrera sobre la que levantar su régimen propio, y los que defienden el proyecto común de la Constituci­ón de 1978.

La oposición debería explicar a los españoles que ser demócrata no es obedecer automática­mente al Gobierno, sino defender el sistema que hace posible la democracia. Ya escribió Edmund Fawcett que para conservar las institucio­nes liberal-democrátic­as se requiere una minoría vigorosa y una mayoría confiada. Con esto sería suficiente. El problema es que si no hay vigor ni coherencia no hay confianza.

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