La Razón (Andalucía)

José Antonio y Lorca, pasando por Morla o Celaya

Celaya desveló las confesione­s del poeta: «No conviene que nos vean juntos»

- POR JOSÉ MARÍA ZAVALA

De todos los bares más selectos de Madrid, el favorito de José Antonio Primo de Rivera era Bakanik, en la calle de Salustiano Olózaga, semiesquin­a a Recoletos y pegadito a la plaza de Cibeles, donde coincidía a veces con Juan Ignacio Luca de Tena y César González Ruano. Aunque Bakanik era más bien un lugar de copas para relajarse entre semana, tras una intensa jornada de trabajo. Solía llegar él hacia las nueve de la noche para tomarse un

FECHA: 1934 El también poeta Gabriel Celaya contaba que Federico García Lorca le presentó una noche a José Antonio en Casablanca, la sala de fiestas madrileña de moda entonces.

whisky con agua en aquel local decorado con exquisito gusto antes de retirarse a descansar.

Una noche de 1932 coincidió allí con el embajador chileno y republican­o Carlos Morla Lynch, amigo íntimo del poeta Federico García Lorca. Morla consignó luego en sus memorias, con curiosa afectación, el inopinado encuentro: «José Antonio me es extremadam­ente simpático. Todo un varón, fuerte, viril, decidido, con rostro y fisonomía de niño bueno. Nunca mejor aplicada para definirlo que la expresión andaluza de “tiene cielo” [...] En vista de que es temprano todavía me voy a un cocktail-party mundano que tiene lugar en Bakanik, el bar que está de moda. Me encuentro allí, en un ambiente elegante y aristocrát­ico, con José Antonio Primo de Rivera, por quien tengo la mayor estimación. Es un muchacho de una entereza y noble caballeros­idad a toda prueba; valiente, vertical siempre y seguro de sí mismo. Como creo haberlo dicho ya, contrasta con estas condicione­s viriles de hombre fuerte, un rostro y una expresión cautivador­a de niño. “Tienes la suerte –le digo– de que te quieren hasta tus enemigos”. Noto que esta declaració­n sincera le conmueve y, después de repetir la frase pausadamen­te –“hasta mis enemigos”como para penetrarla bien, se queda pensativo». Muy cerca de

LUGAR: MADRID El bar favorito de José Antonio era Bakanik, en la calle Salustiano Olózaga, donde coincidía a veces con Juan Ignacio Luca de Tena y César González Ruano.

Bakanik se encontraba otro lugar de copas frecuentad­o por José Antonio: el Bar Club, en la misma calle de Alcalá, junto a Correos. En aquel ambiente selecto, de gente adinerada, solía conversar con sus amigos hasta bien entrada la madrugada. También acudía de vez en cuando a Casablanca, la sala de fiestas de moda, situada en la plaza del Rey, junto a la calle Barquillo.

Una noche de güisquis

Años después, conoció en aquel mismo lugar a García Lorca, según testimonia­ba el también poeta Gabriel Celaya al escritor Andrés Trapiello: «A José Antonio –aseguraba Celaya– me lo presentó Federico en Casablanca, una noche de güisquis. Yo no había ido con Federico, había ido con un grupo de la Residencia. Casablanca era un cabaret, como se decía entonces, un sitio de baile nocturno. Y allí fuimos, después de cenar, y allí estaba ya Federico. “Oye, ven

ANÉCDOTA: El diplomátic­o Claude Bowers, embajador de Estados Unidos en Madrid, se quedó fascinado al conocer a José Antonio: «Era de la casta de los mosquetero­s de Dumas».

aquí –me dice–, te voy a presentar a José Antonio, vas a ver que es un tío muy simpático”. Y nos presentó. Eso sería el 34».

Añadía Celaya la íntima confesión que un día le hizo García Lorca sobre José Antonio: «¿Sabes que todos los viernes ceno con él? Pues te lo digo. Solemos salir juntos en un taxi con las ventanilla­s bajadas, porque ni a él le conviene que le vean conmigo, ni a mí me conviene que me vean con él».

Que José Antonio «admiraba extraordin­ariamente» a Lorca, «de quien decía que sería el poeta de la Falange», como escribió su hagiógrafo Ximénez de Sandoval, parece no existir la menor duda. Pero eso era todo. El propio Gabriel Celaya corrigió luego a su amigo Federico: «Cuando él me dijo eso de que todas las semanas cenaban un día juntos, a lo mejor era una exageració­n de Federico, porque Federico era muy fantasioso, pero que él conocía a José Antonio, esto es verdad, esto es completame­nte cierto».

El también diplomátic­o Claude G. Bowers, embajador de Estados Unidos en Madrid, se quedó fascinado al conocer a José Antonio: «Aquella tarde –recordaba–, en un té danzante celebrado en la quinta de un amigo, conocí a un joven interesant­e que estaba destinado a tener un fin trágico. José Antonio Primo de Rivera, hijo mayor del general dictador, era un joven moreno y guapo. Su cabello, negro como el carbón, brillaba sedosament­e. Sus ojos, también negros y agudamente inteligent­es. Su rostro, fino y de tinte andaluz. Sus maneras, corteses, modestas, deferentes. Era de la casta de los mosquetero­s de Dumas. Yo lo recordaré siempre tal como lo vi la primera vez: joven, pueril, cortés, riendo y bailando aquella tarde en la quinta de San Sebastián».

Una cosa sí que era del todo cierta: José Antonio a nadie dejaba indiferent­e con independen­cia de la ideología que profesase. Podía más así la atracción del hombre, que la del político.

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