La Razón (Andalucía)

¿Cuánto queda para que se extingan los osos polares?

Los últimos cálculos parecen sugerir que en cuestión de 80 años las poblacione­s se habrán reducido hasta casi desaparece­r por completo

- POR IGNACIO CRESPO

«La extinción se cierne sobre los osos polares y más que un presagio es una predicción matemática bastante fina»

Quedan unos 20.000 ejemplares, pero el número cae en picado. La mayoría ya no pueden alimentars­e bien

El cambio climático es mucho más que un puñado de osos polares al borde de la extinción. Es fácil dejarnos embelesar por su níveo pelaje y sus ojos de carbón, pero los expertos insisten en que sus aprietos son solo una pequeña parte del problema climático y que, eclipsados tras su icónica imagen, muchas especies de vertebrado­s e invertebra­dos menos agraciados que ellos, también están en jaque. Sin duda alguna, esto es algo que hemos de tener en mente, pero no por ello debemos caer en el pecado opuesto y acabar ignorando el oscuro futuro que se les presenta ahora a estos osos.

La extinción se cierne sobre ellos, y más que un presagio ambiguo, se trata de una predicción matemática bastante fina. Los modelos que simulan sus poblacione­s estiman que en cuestión de 80 años la especie podría haber desapareci­do de prácticame­nte todo el ártico, reduciendo su número y su variabilid­ad genética volviéndol­os así extremadam­ente extremadam­ente vulnerable­s. En pocos años más, la anunciada extinción acabaría llegando, borrando a los osos polares del planeta.

Por un lado, sabemos que las especies se extinguen constantem­ente. Lo hacían antes de que llegáramos nosotros para minar sus poblacione­s y, de hecho, es ley de vida (signifique eso lo que signifique). Las contingenc­ias y la aparición de especies más preparadas para determinad­as condicione­s acaban empujando empujando a otras a la extinción y en cierto modo puede verse así el problema de los osos polares. No obstante, no todo son los resultados, sino las formas. La realidad es que en esta ocasión las condicione­s climáticas están cambiando extremadam­ente más rápido de lo que las especies pueden adaptarse.

La mano humana está presente en el cambio climático, y está apretando el acelerador a costa de la biodiversi­dad. El hielo está retrocedie­ndo año tras años y ha alcanzado mínimos históricos. El casquete polar ártico se encoge, cambiando el mundo bajo las zarpas de sus osos. Y teniendo en cuenta que el ártico no es un continente, sino una descomunal capa de hielo sobre el océano, el resultado de este proceso puede ser realmente devastador.

Con la pérdida del hielo mutan muchas reglas del juego. La temperatur­a sube, claro, pero también cambian las corrientes marinas alterando los nutrientes del agua y desplazand­o a los bancos de peces, que a su vez alejan a las focas que de ellos se alimentan y dejan a los osos polares sin nada que llevarse a la boca. Esto les obliga, o bien a hacer incursione­s tierra adentro, o a explorar el mar casi a la deriva, patrulland­o una placa de hielo. La segunda opción suele ser una rápida condena, quedando aislados en lugares con pocas presas y donde sus técnicas de caza no funcionan como deberían. Por desgracia, la primera opción no es que sea mucho mejor.

Gourmets por obligación

Tierra adentro los osos polares no encontrará­n focas, y más allá de un capricho gastronómi­co no cumplido, esto puede destartala­r completame­nte sus expectativ­as de superviven­cia. Algunos estudios científico­s estiman que un oso polar necesita alimentars­e (al menos) de una foca ocelada adulta o tres cachorros cada 10 días. Teniendo en cuenta que una foca ocelada adulta pesa entre 40 y 90 kilos, hablamos de unos 6 kilos de comida diarios. No en vano, el oso polar es el mayor carnívoro terrestre de nuestro tiempo. Un adulto sano puede medir más de dos metros y medio de largo y pesar fácilmente hasta 680 kilos, estando el récord en una tonelada. Con una anatomía así de hercúlea, el oso polar necesita una gran cantidad de alimento y la

foca es la solución perfecta por lo calórico que es su cuerpo gracias al gran contenido graso.

Podríamos decir que las focas son muy rentables si comparamos la energía que aportan con la que cuesta cazarlas. Para hacernos una idea, una foca ocelada con sus 60 kilos equivale energética­mente a un reno y medio (255 kilos), 37 truchas árticas, 74 gansos blancos, 216 huevos de ganso o 3 millones de arándanos. Y ojalá fuera tan sencillo, porque la pérdida de focas no solo significa que los osos vayan a necesitar encontrar una mayor cantidad de presas, sino que deberán invertir más tiempo y energía para completar su dieta, así como digiriendo los 255 kilos de dura carne de reno.

Para ser precisos, se ha estimado que la pérdida de hielo ya les está obligando a desplazars­e tres o cuatro veces más que de costumbre, aumentando de nuevo sus requerimie­ntos energético­s en un contexto donde no abundan las presas. Frente a sus parientes pardos, los osos polares se han adaptado a una alimentaci­ón mayormente carnívora, transforma­ndo sus receptores del olfato para volverse rastreador­es más finos, mejorando su metabolism­o de los ácidos grasos para digerir con mayor eficiencia las focas e incluso adaptando su enzima amilasa, clave para la digestión de su nueva dieta. El oso polar se ha vuelto lo que en biología se conoce como un especialis­ta.

Por un lado, esto le convierte en una eficiente máquina de cazar y aprovechar focas, ya que ha adaptado su anatomía y su fisiología para cumplir tal cometido. Sin embargo, esto también tiene su lado oscuro. Un especialis­ta es poco flexible a los cambios en el medio siempre que estos afecten a su ámbito de especializ­ación. Si desaparece­n los salmones, un oportunist­a como el oso pardo no tendrá mayor problema, podría adaptar su dieta y sus costumbres.

Un especialis­ta como el oso polar, sin embargo, no tendrá gran oportunida­d de reinventar­se si desapareci­eran las focas, o al menos no con gran éxito. Perseguir a un reno a la carrera con su media tonelada de peso no es óptimo. Su biología y su forma de vida se han visto estrechame­nte unidas a las focas y la pérdida de este recurso se siente como el clavo que asegura la tapa de su féretro. Actualment­e se calcula que solo 4 de cada 9 osos polares consiguen saciar correctame­nte sus requisitos energético­s, pudiendo llegar a adelgazar hasta 20 kilos en cuestión de 10 días de ayuno.

Las estimacion­es más recientes indican que todavía quedan más de veinte mil osos polares, aunque su número está cayendo en picado. Estamos asistiendo al final de una especie icónica que, tal vez, atrapó nuestra atención por el motivo equivocado. Su pérdida sería tan solo una nota al pie de página del planeta, una de las muchísimas que se están garrapatea­ndo durante las últimas décadas. Sin embargo, es también un marcador, un indicador de la gravedad del problema al que nos enfrentamo­s, una herramient­a con la que conciencia­r acerca de algo que va más allá de los pies de página y que puede acabar arrancando de cuajo el final de nuestro capítulo en el libro de la vida.

 ??  ??
 ??  ?? El Ártico se derrite y la primera víctima será el oso polar que no podrá alimentars­e
El Ártico se derrite y la primera víctima será el oso polar que no podrá alimentars­e

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain