La Razón (Andalucía)

El único aspirante al título es el Barça

Messi, con una asistencia y un gol, descarta al Sevilla de la lucha por la Liga y manda un mensaje sobre sus intencione­s en la semifinal de la Copa del Rey

- POR LUCAS HAURIE

Está Messi y están todos los demás. Aún. Al menos, en España, donde ni siquiera el fabuloso Sevilla de Lopetegui es capaz de detener al genio cuando está inspirado. El partido era dos cosas en una: un anticipo de la vuelta de la semifinal copera que se resuelve el miércoles en el Nou Camp y un no-hay-mañana para el perdedor, que quedaría ipso facto descartado de la persecució­n del Atlético. El crack argentino, cuya víctima favorita son los sevillista­s, asistió a Dembélé en el 0-1, elevó a 38 su cuenta de goles contra su rival predilecto para matar el partido y gritó bien alto que sigue siendo el rey, incluso cuando lo rodea una tropa mediocre tirando a pésima.

La estrategia de Lopetegui, cuando enfrente hay un coloso, siempre consiste en dejar correr el tiempo, lo que iba saliendo sin sobresalto alguno hasta la media hora, cuando Fernando quiso desatarse en ataque. Ya es triste que a un equipo tan prudente se le castigue el primer atisbo de osadía, lo que anuncia días de juego robotizado y narcótico, pero así ocurrió en un voleón de Koundé que persiguió el brasileño al negociarlo mal Lenglet. Quiso combinar el mediocentr­o con Munir, que no entendió su taconazo y la pérdida cogió al Sedespatar­rado. Sedespatar­rado. Messi recibió en los tres cuartos de cancha con un verano para pensar, detectó la carrera de Dembelé, se la puso con la ventaja exacta y el francés rompió con un tiro bajo y cruzado la larga imbatibili­dad en Liga de Bono.

Era uno de esos partidos, sí, en los que el primero que se equivocase tendría mucho perdido y el error del Sevilla lo noqueó durante el cuarto de hora que quedaba hasta el descanso, cuando lo mejor que pudo pasarle a los locales fue que el Barcelona no incrementa­se la cuenta. Lo pudo hacer Dest con un tiro alto de De Jong con una incursión por la izquierda que tapó bien Koundé. Entiéndase el De Jong culé, Frenkie, pues el De Jong local, Luuk, devolvió lastimosam­ente la camiseta de titular que por sorpresa le dio su entrenador con uno de esos días en los que parece un alma en pena vagando entre los centrales, una nómina que su compatriot­a Koeman incrementó a tres para facilitar el vuelo a sus laterales.

Lopetegui quiso espabilar a su equipo con un triple cambio al descanso que sólo surtió efecto por la inclusión entre los relevistas de Suso, cuya inspiració­n, bien que intermiten­te, es el único faro que alumbra el fútbol de ataque del Sevilla. Suplió el gaditano al Papu Gómez, visiblemen­te incómodo en la banda, que perpetró pérdidas culposas como la que facilitó un gol a Haaland en la competició­n europea y que terminó el primer periodo con los brazos bajados, como resignado a desempeñar un rol secundario en estos primeros meses en su nuevo club.

Un par de tiros sin compromiso para Ter Stegen de Navas y EnNesyri fueron todo el bagaje ofensivo de un Sevilla que, sin embargo, apenas si sobrevivía a las llegadas del Barcelona, que rozó el gol con un trallazo de Dest a la cruceta y un centro de De Jong al que Jordi Alba no llegó por un centímetro. Para rascar algo, adoptaba el Sevilla la táctica usurera del Cádiz, meterse en el cavilla

parazón hasta el minuto 80 sin recibir más daño e intentar pescar el golito del empate en la tópica «jugada aislada». Fue justo lo que hizo En-Nesyri, que marcó con un tiro a la media vuelta ante Araujo, aunque Hernández Hernández anuló el tanto por un toque en la mano del delantero. Esa regla hoy es tan absurda como inefable, así que nada de polémica. Es lo que hay.

Casi al final de su tercer partido de la temporada sin marcarle al Sevilla, Leo Messi puso fin a semejante anomalía estadístic­a al plantarse en conduccion delante de Bono y batirlo al segundo intento, después de que el marroquí aguantase de pie en el mano a mano. La forma en la que los jugadores barcelonis­tas festejaron el gol y la victoria muestra la voluntad de dar guerra de un grupo que no se rinde pese a lo complicada­s que tiene las cosas en las tres competicio­nes. Morirá de pie el Barcelona, si es que ha de morir, porque tiene en sus filas al mejor jugador del mundo, un tipo que es capaz de ganarle prácticame­nte solo al ochenta por ciento de los rivales que le pongan por delante.

Dentro de tres días, Barcelona y Sevilla se volverán a ver las caras por cuarta vez en la temporada. La ventaja es de los andaluces, pero el ascendente moral lo han cogido los culés después de dejar bien claro quién se sienta y quién no en la mesa de los grandes.

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Messi se dispone a marcar el segundo tanto del Barça ante el Sevilla en el Sánchez-Pizjuán
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