La Razón (Andalucía)

«La fragilidad del paciente renal pesa, pero no nos impide la felicidad»

Tras 20 años de diálisis, Odu Carmona recibió el riñón que cambió su vida

- RAQUEL BONILLA

La belleza de la amapola resulta hechizante, pero su quebradiza forma la transforma en una flor tan delicada que apenas puede recibir caricias del mundo exterior. Algo similar ocurre, también, con el paciente renal trasplanta­do, en el que la fragilidad se convierte en un ingredient­e clave a la hora de lograr la receta del éxito de una nueva vida y que ahora, en tiempos de pandemia, se torna en alguien tan delicado que ni siquiera puede pisar la calle por miedo al temido SARS-CoV-2.

Así lo siente y lo interpreta, Odu Carmona, una pintora almeriense de 52 años que vio cómo su vida daba un giro de 180 grados con apenas 21 años, cuando le diagnostic­aron síndrome hemolítico urémico, una enfermedad rara que apenas sufrían cuatro personas en España por aquel momento y que implica fracaso renal agudo, es decir, «mis riñones dejaron de funcionar, aunque a día de hoy seguimos sin saber la causa que lo provocó», confiesa Odu. «Pero esa duda no me atormenta, pues he aprendido a quedarme con las cosas buenas que ha tenido cada etapa de mi vida», asegura con un tono de voz vitalista que reafirma sus palabras.

A pesar de ello, su travesía no ha resultado sencilla, pues reconoce que «fue un shock saber que, con apenas 20 años, en pleno desarrollo vital, todo mi mundo cambiaría por completo, ya que a partir de aquel momento no había otro camino más que la diálisis. Me explicaron las dos opciones que había y opté en un primer momento por la diálisis peritoneal, porque era la menos agresiva para el organismo, aunque suponía hacer un tratamient­o domiciliar­io tres veces al día de unos 20 minutos cada uno. En pocos meses se abrió un rayo de ilusión porque tuve la oportunida­d de recibir un primer trasplante, pero sólo duró un año, porque comprobaro­n comprobaro­n que el tratamient­o antirechaz­o resultaba incompatib­le con mi patología de base. Eso supuso un mazazo, ya que significó que, con 22 años, debía renunciar a la esperanza de tener un riñón propio para el resto de mi vida», relata Odu.

Cuatro años después de aquel primer trasplante fallido apareció una infección en el peritoneo y ya no hubo elección: «Había que pasar a la hemodiális­is, lo que implicaba acudir al hospital tres veces a la semana para realizar sesiones de cuatro horas. Era una atadura con la que aprendí a convivir. Pero a pesar de ello sabía que era una afortunada, pues los pacientes de riñón tenemos, al menos, esa oportunida­d, mientras que en otros órganos ni siquiera hay esa alternativ­a», admite

Odu, quien cuenta que, por eso «nunca he dejado de hacer una vida normal, a pesar de depender de esa máquina y de tener que cuidar mucho mi dieta. Seguí con mi vocación artística a través de la pintura realista. Durante los 20 años de diálisis no renuncié a viajar por toda España e incluso con el tiempo me atreví a hacerlo por Europa. Tan sólo tenía que planificar­me para solicitar mi tipo de diálisis en el destino. Incluso aprendí a pincharme la fístula yo misma para que así resultara más sencillo».

La tenacidad de la investigac­ión va dando sus frutos y prueba de ello es que «tras 20 años de diálisis apareció un nuevo tratamient­o antirechaz­o compatible con mi enfermedad, lo que significó volver a ser candidata a un trasplante», explica Odu. Y es ahí donde entra en juego el concepto de fragilidad del paciente renal, «ya que el trasplante es un evento estresante para el organismo en el que una preparació­n previa puede mejorar los resultados postraspla­nte. El porcentaje de pacientes frágiles o prefrágile­s en lista de espera de trasplante renal se sitúa en torno a un 20-30% y se ha demostrado que tienen peores resultados. Por ello, nuestro objetivo debe ir orientado a detectar la fragilidad en el proceso previo al trasplante y mejorarlo con medidas como la prehabilit­ación», explica María José Pérez, nefróloga adjunta del Hospital del Mar de Barcelona y responsabl­e de la lista de espera de trasplante renal.

Fuerte y preparada para el gran momento, el mayor regalo de la vida de Odu llegó en 2008, cuando recibió el riñón de su donante, «a cuya familia dedico todos los premios que recibo profesiona­lmente, porque sin ese acto infinito de generosida­d, aunque la fragilidad pesa, no habría podido disfrutar de mi felicidad con la libertad que tengo ahora», reconoce.

Esa libertad se truncócon la pandemia: «Desde el 12 de marzo de 2020 no he vuelto a salir de casa. Tuve que cerrar mi estudio. La medicación que tomamos de por vida nos hace ser muy vulnerable­s frente al virus. Las consultas médicas las hago telemática­s y para las analíticas vienen las enfermeras con la protección adecuada», detalla. De hecho, tal es la precaución que durante meses el marido de Odu «ha vivido en el estudio, hasta que él se ha vacunado porque trabaja en el ámbito sanitario. Yo sigo a la espera del ansiado pinchazo», cuenta en «La ventana del paciente», sección realizada en colaboraci­ón con Novartis. Y aunque Odu cree que no podrá recuperar su vida normal hasta 2022, se confiesa «afortunada de ayudar con mi testimonio y con el boceto que diseñé para la escultura que acompaña la campaña de conciencia­ción sobre la fragilidad en trasplante renal».

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