A LA LUZ Y EL CALOR DE LA LAVA
SeSe ve que los arriesgados ciudadanos inmortalizados no son aficionados al cine de catástrofes. Hollywood ha regalado un catálogo de títulos cuyo guion siempre parte de la ira de la madre la naturaleza. Lo habitual es que unos pocos protagonistas se conviertan en héroes y la mayoría del reparto las espiche entre terribles sufrimientos. Hablamos de un género que ha dado incluatracción so para subgéneros. El de volcanes es uno de ellos –Dante’s Peak, Volcano, Pompeya–, pero en Islandia, que son muy suyos, como buenos pobladores de una isla tan septentrional, ven una oportunidad allí donde la mayoría saldríamos por patas. Lo que contemplan en la fotografía es el despertar del volcán Geldingadalur, cerca de la montaña Fagradalsfjall, después de un sueño de 800 años. La erupción, con sus ríos de lava correspondientes, y sus decenas de movimientos sísmicos, además de las nubes de gases, se ha convertido en una turística. La capacidad de fascinación de ese espectacular cielo rojo ha sido tal que las autoridades han establecido una ruta de senderismo para regular el gran número de visitantes. En una época de restricciones, pandemias, crisis y muerte, los islandeses se han dejado llevar y la desinhibición ha hecho el resto. Al calor del Geldingadalur –nunca mejor dicho– los turistas volcánicos se esparcen con actividades de todo pelaje, incluidos desnudos, partidos de voleivol, meriendas o sencillamente conversaciones bajo el manto protector del gigante ahora insomne tras ocho siglos de modorra. Nosotros tuvimos a Filomena y ellos tienen a esa montaña de nombre impronunciable.