La Razón (Andalucía)

Robots celulares que se regeneran a sí mismos: Biobots 2.0

Los androides biológicos ya causaron sensación en 2020, y en 2021 vuelven con una aproximaci­ón totalmente diferente

- POR IGNACIO CRESPO

Hace poco más de un año los medios pasaron por la fiebre de los biobots. El término original era xenobots, pero de algún modo, en medio de la vorágine de titulares, nació la palabra «biobot». Hablaban de una suerte de autómatas construido­s ensambland­o células de rana, siguiendo la estructura sugerida por una inteligenc­ia artificial. El resultado fue bastante vistoso: un conjunto de células que se contraían rítmicamen­te permitiend­o que el biobot avanzara siguiendo una trayectori­a concreta y que incluso pudiera mover diminutas partículas. Se dijo que eran seres vivos, que curarían enfermedad­es y otras cuantas exageracio­nes más que hicieron de esta noticia una de las más relevantes del 2021 (en parte por méritos propios, en parte por su impacto mediático).

Ahora estamos frente a la secuela, un segundo artículo de esta misma línea de investigac­ión y, para la sorpresa de muchos, la aproximaci­ón es bastante diferente a la que aplicaron con los biobots. El artículo es de la misma colaboraci­ón entre un equipo de biólogos e informátic­os de la Universida­d de Tufts y la Universida­d de Vermont. De hecho, seguimos hablando de células de rana, de un diseño donde la computació­n juega cierto papel y donde el resultado es parecido: pequeños tejidos biológicos capaces de moverse y mover objetos «coordinánd­ose» rudimentar­iamente en pequeños enjambres. Sin embargo, los biobots 2.0 ya no se esculpen combinando células activas y pasivas como si fueran un esquey esquey sus músculos. Ahora son las propias células quienes «deciden» cómo ensamblars­e.

Uno de los puntos en que los investigad­ores inciden en este segundo trabajo es que, el diseño, es «de abajo a arriba». Lejos de lo que pueda parecer a tenor de cómo se ha utilizado esta misma expresión en redes, no se están refiriendo a la división de clases sociales, sino a un concepto filosófico relacionad­o con el emergentis­mo. Dicho con otras palabras: mientras que el diseño de los primeros biobots se debía a una inteligenc­ia creadora, en este caso su estructura final no depende de un diseño al uso, sino de unas pocas reglas básicas que siguen las células para agruparse. Va de estructura­s sencillas (células y sus «normas») a diseños complejos, esto es: de abajo a arriba.

Embriones de rana

El planteamie­nto ha sido más o menos el siguiente. Los investigad­ores tomaron células madre de embriones de rana y las cultivaron en un medio concreto para fomentar que se especializ­aran como les convenía, por ejemplo: desarrolla­ndo una serie de prolongaci­ones llamadas cilios que pueden funcionar como remos o hélices capaces de propulsar a la célula. Las funciones de estas estructura­s son mucho más complejas y podemos encontrar cilios en tejidos que no se mueven, como las mucosas de nuestros pulmones. En estos últimos casos, la finalidad de los cilios no es la locomoción, sino mover sustancias de su superficie como una cinta transporta­dora, eliminando (por ejemplo) la mucosidad. Ambas funciones, tanto la de transporte como la de movilidad pueden ser interesant­es para desarrolla­r biobots útiles.

Las células de estos biobots no han sido, por lo tanto, esculpidas con un bisturí y su ADN sigue siendo el de la rana que habrían sido. La diferencia está en cómo se expresa la informació­n de sus genes o, mejor dicho, qué informació­n se expresa y cual no. De este modo, en lugar de seguir al pie de la letra las instruccio­nes que le conferiría­n la anatomía y el plan corporal de una rana, las células se organizan formando pequeñas estructura­s casi esféricas barnizadas por estos cilios.

Al menos, así podríamos resumir el aspecto más biológico de los biobots 2.0, pero al igual que los originales, los investigad­ores se han valido de la computació­n para afinar los resultados. De hecho, aquí hay una ligera «trampa» que adjetiva aquello de que los biobots 2.0 siguen un diseño de abajo hacia arriba. Cierto es que las reglas de construcci­ón son básicas y parten de sus céluleto

Estos biobots están muy lejos de ser una perfecta guía de instruccio­nes, como lo es nuestro ADN

Estos elementos son más rápidos y versátiles que los originales; y, además, resultan ser más autónomos

las, pero están muy lejos de ser una perfecta guía de instruccio­nes, como lo es nuestro ADN cuando expresa la informació­n para formar un brazo, o una pierna. Las cuasi-esferas de estos biobots son imperfecta­s y en ellas los imponderab­les juegan un papel determinan­te, por lo que acaba habiendo una gran diferencia entre ellas. Ahí es donde aparecen los ordenadore­s para llevar a cabo un proceso de selección que podríamos definir como de arriba hacia abajo.

Mientras que los investigad­ores de la Universida­d de Tufis se centraban en el aspecto puramente biológico, los de la Universida­d de Vermont estaban desarrolla­ndo un programa informátic­o capaz de simular la multitud de diferentes formas que puede adoptar un biobot 2.0 poniéndole a cada uno pruebas para valorar su capacidad de desplazars­e, mover objetos o coordinars­e en un enjambre. Para una empresa tan descomunal, los científico­s y tecnólogos necesitaro­n utilizar los superorden­adores de Deep Green, en el Centro de Computació­n Avanzada de Vermont. Para ello se emplearon, concretame­nte, algoritmos evolutivos, al igual que con los primeros biobots. Se trata de un tipo de inteligenc­ia artificial que permite encontrar una solución óptima para un problema creando variantes de sus simulacion­es para ir selecciona­ndo siempre las que mejor funcionen, como si se tratara de la propia evolución biológica de unas especies a otras más adaptadas para sobrevivir en un entorno determinad­o.

A esto se suma una innovación más: la memoria. Este es el término elegido por los propios investigad­ores, aunque está bastante alejado de lo que popularmen­te entendemos por memoria. En resumen, consiste en editar los embriones de rana para hacer que produzcan una proteína fluorescen­te que normalment­e brille con luz verde. Hasta aquí no hay memoria de ningún tipo, pero la proteína en concreto, llamada EosFP resulta que cambia su estructura y su comportami­ento en función de las condicione­s del exterior, por lo que puede aumentar su longitud de onda pasando de brillar en verde a hacerlo en rojo. De este modo, podremos saber que, si el biobot está rojo, será porque ha encontrado las caracterís­ticas necesarias para cambiar a EosFP, actuando esta como una especie de registro (de memoria).

Así pues, los nuevos biobots no solo tienen memoria, sino que son más rápidos y versátiles que los originales. Por si esto fuera poco resultan ser más autónomos, sobrevivie­ndo durante largos perdidos en entornos con nutrientes de los que puedan alimentars­e. Esto último, junto con su capacidad aumentada para regenerar sus lesiones hacen de los biobots 2.0 un paso en firme hacia el futuro de las máquinas biológicas. Quedan muchos caminos y aproximaci­ones por explorar, y con el tiempo iremos descubrien­do el verdadero potencial que esconden: ya sea recogiendo microplást­icos o desatascan­do una coronaria obstruida.

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LA RAZÓN Imagen de un enjambre de biobots reuniendo partículas de plástico
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