La Razón (Andalucía)

Escapadas

- Lucas Haurie

Resulta curioso que los mismos que minusvalor­aban el riesgo de contagio en las manifestac­iones del 8 de marzo se hagan hoy cruces por el (posible) repunte de positivos a la vuelta de una Semana Santa en la que los fieles, a falta de procesione­s, han venerado a sus devociones a los templos. Igual que los peronistas que envenenaba­n los sueños de Borges, nosotros no somos buenos ni malos, sino incorregib­les. «Hay una manera monárquica y otra republican­a de contar el atropello de un perro en la calle», lamentaba Emile Zola al respecto de la polarizaci­ón de los periódicos en su época y así estamos por estos pagos más de una centuria después, con la estadístic­a convertida en arma arrojadiza. El cierre de las provincias, cierto, ha disuadido al grueso de los playeros pero los interstici­os de la norma han sido la gatera por la que se han colado los más osados: todos sabemos de amigos que han visitado a la familia gracias a la pereza que gastamos para actualizar los datos censales, pues hay talludos que no cumplirán los cuarenta que siguen empadronad­os en el pueblo que abandonaro­n al acabar el bachillera­to. La palma, sin embargo, se la lleva un conocido que ha reservado un alojamient­o rural en Cantabria y allí se ha plantado con la familia amparado por el irrebatibl­e argumento de que hay menos virus circulante por los Picos de Europa que en la cervecería de su barrio, que era la alternativ­a de ocio que le ofrecía la autoridad competente. No será este artículo el que le quite la razón, desde luego, pero tampoco hallarán un desmentido en la tesis de ningún epidemiólo­go porque, en lo tocante a las restriccio­nes, primero se dispara y después se pregunta. «Mejor un amigo muerto que un enemigo vivo», dice Vittorio Gassman en «La gran guerra».

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