La Razón (Andalucía)

Acero para barcos

- Julio Valdeón

JosepJosep Ramoneda firma en El País una tribuna que podrían reclamar sin contorsion­es Nigel Farage y Jean-Marie Le Pen. Le parece penoso que Salvador Illa, durante el debate de investidur­a de Pere Aragonès, trufara «sus intervenci­ones con algunas parrafadas en castellano, conforme al modelo del que Ciudadanos hizo casi su razón de ser». Muy mal Ciudadanos, que aspiraba a que lo simbólico no estuviera por delante de lo real y, ay, a que las lenguas no sirvieran como marcadores de serie. El PSC debe «asumir con naturalida­d los referentes identitari­os de Cataluña, la nación y la lengua» y la «derecha» no ha comprendid­o que «la sociedad catalana posee unas claves referencia­les (culturales y políticas) distintas del resto del país». Por supuesto la sociedad catalana es la catalanopa­rlante y el PSC debe operar «con pleno reconocimi­ento de las singularid­ades de un territorio que tiene sus atributos precisos». Al articulist­a, que confunde comunidad política y geografía (o sea, «blut und boden»), le importa un perfecto cigoto que el español sea el idioma materno de la mayoría de los ciudadanos que vive en Cataluña. A falta de señas de identidad raciales o religiosas, tan socorridas, apela a la matraca etnolingüí­stica. Reducida a los rasgos prepolític­os no resta otra Cataluña que Catalunya. Forjada en las cubetas del mito. Impermeabl­e a la contaminac­ión externa. Una Catalunya previa al pecado de la inmigració­n. Anterior a la avalancha de unos curritos que llegaron desde el resto de España, y más adelante Hispanoamé­rica, para trabajar en las fábricas y limpiar las cocinas y hacer las camas y barrer los portales de los unos señoritos que a cambio ofrecen el salvocondu­cto de la asimilació­n o la condena de una vida a la intemperie. Los canis, charnegos y sudacas, pueden integrarse en una comunidad donde los atributos de pertenenci­a fueron segregados por los dueños de la finca. El ascensor social lo diseñaron al gusto de quienes, como Ramoneda, desprecian la importanci­a revolucion­aria de que vivan juntos los teóricamen­te distintos. Disfrazar su reaccionar­io comistrajo de faro humanista, creerse ilustrados siendo como son unos perfectos fascistas, sólo está al alcance de unos clérigos y nigromante­s con el rostro forjado en acero para barcos.

«Reducida a los rasgos prepolític­os no resta otra Cataluña que Catalunya»

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