La Razón (Andalucía)

«Me interesa una mirada a nuestra infancia con más mala leche»

JUAN MANUEL GIL Escritor El autor publica «Trigo limpio», Premio Biblioteca Breve 2021, una historia sobre adolescent­es de una barriada periférica de Almería, desprovist­a de nostalgia y ligada a su propia existencia

- Marta Maldonado -

«La memoria es un instrument­o que utilizamos a diario y, sin embargo, queremos dejar de memorizar en el colegio»

JuanJuan Manuel Gil (Almería, 1979) tiene muchas cosas en común con el narrador de «Trigo limpio» (Seix Barral, Premio Biblioteca Breve 2021), un escritor empeñado en sacar una novela de sus vivencias adolescent­es en un barrio de la periferia de Almería, cuyo vecino acabó siendo el aeropuerto de la ciudad.

La suya es una historia de la infancia sin idealismo.

La infancia es un tiempo muy importante para todos, solemos mirarla con nostalgia porque es un bálsamo útil para sobrelleva­r los dolores que nos va ofreciendo el paso de los años, pero a mí no me interesa esa mirada en literatura. A mí me interesa una mirada con más mala leche, con más cinismo, buscando las costuras y, sobre todo, cuestionan­do el relato que tenemos de nuestra propia infancia. Pero en ocasiones ese relato colisiona con la memoria de otro y salta por los aires. La tesis de esta novela es que los relatos no se repelen, se complement­an.

Estuvo en la primera promoción de la Fundación Gala para jóvenes creadores. Desde entonces hasta aquí, ¿sus planes han salido como pensaba?

Han salido mejor de lo que pensaba, he superado cualquier expectativ­a que tuviera entonces. Ha sido un camino tranquilo y sereno que cuando ha llegado el Premio Biblioteca Breve se ha acelerado.

Llegó a las ligas mayores.

No quizá con la expectativ­a de ganar, pero sí de que me leyeran y de que algún informante de los que leen estos libros dijera que había que publicarlo. Ese era mi sueño.

Si uno se presenta a un premio es porque tiene esa cosa íntima, esa ilusión...

Sí, igual que cuando uno escribe tiene que intentar ponerse el lislas tón lo más alto posible. Le voy a ser sincero: el único momento en el día en el que me permitía soñar con la posibilida­d de que ganaba era al irme a la cama.

¿Es ese el mejor momento, antes de dormir, el único en que uno controla lo que le pasa? Sí, yo creo que ese espacio entre estar despierto y dormido tiene que ver mucho con la literatura, donde las normas las pones tú. No en vano, yo utilizo ese tiempo para escribir, desde las cinco de la mañana hasta las ocho. Cuando empiezo estoy todavía sumido en el sueño y poco a poco voy despertand­o, pero las ideas fluyen.

La parte de la novela en la que vivía en un barrio periférico junto al aeropuerto de Almería es real. ¿Eso en qué le condiciona?

Me condiciona en todo. Donde uno vive la infancia y la adolescenc­ia de ahí se considera. Yo la viví en un barrio del extrarradi­o de Almería, a nueve kilómetros, con lo cual existía la suficiente distancia para que tú no pudieras frecuentar con naturalida­d la capital y ellos con la suficiente distancia como para olvidar el barrio. En ese olvido los chavales del barrio teníamos que divertirno­s y sacar adelante los días de verano, en un sitio donde había muy pocos parques o pistas polideport­ivas. Lo más parecido que teníamos era un descampado. Es que antes era lo que había: somos la generación del descampado.

Imperaba la ley del descampado porque un descampado no era nada, pero lo era todo en realidad porque ahí había un campo de fútbol, un parque, un lugar donde pelearse... Y en un momento determinad­o nos plantan una ampliación de un aeropuerto, que supone lidiar durante toda tu vida con el despegue y aterrizaje de aviones, el olor a queroseno, turbinas... pared con pared con el barrio. Cercenaron el crecimient­o natural del barrio hacia la playa porque levantaron una valla con concertina­s y a partir de ese momento paralizaro­n la vida del barrio.

¿Ser profesor de literatura en un instituto le agarra a la realidad?

Hay dos cosas en la vida que me agarran a la realidad: una es mi hija Lola, que por las mañanas me pone en mi sitio. Y mi tarea como docente es una aproximaci­ón a la realidad muy importante y en ocasiones dura.

Dice el Gobierno que quiere cambiar el modelo educativo para que no sea tan memorístic­o. ¿Cree que es posible?

Por un lado pienso que hacemos mal en demonizar la memorizaci­ón. La memoria es un instrument­o que utilizamos a diario y que solo la idea de que desaparezc­a nos parece terrorífic­a. Sin embargo, queremos dejar de memorizar en el colegio. Si estamos hablando de compatibil­izar la memorizaci­ón con otro tipo de técnicas, lo que tenemos que decir es que ya hemos empezado a hacerlo. Que los institutos de ahora no se parecen a los que yo estuve. Seguir dibujando una idea equivocada del sistema educativo es un error.

¿Dónde encuentra en este libro el símil con la forma de relacionar­se actual de los niños?

Esa vida que teníamos nosotros se ha esfumado, todo ha sido sustituido por el hormigón, el asfalto, por edificios y garajes subterráne­os. Y el lugar de los niños son parques domesticad­os, donde te acolchan el suelo para que no te quedes sin paletas. Imagine eso en nuestros tiempos. Si te ponían un solo columpio que estaba destinado a una sola persona, ahí entraban quince.

De hierro además...

Y en un suelo que si te caías no es que perdieras los dientes es que padecías amnesia retrógrada durante diez o quince años... En fin, ha cambiado todo, también la visión de los padres.

¿Después de este premio hay vértigo?

Obviamente existe una responsabi­lidad añadida porque tus libros van a llegar a más gente. Ahora mismo lo único que me planteo es seguir madrugando, para mí esa es mi meta, porque significa que tengo algo que contar.

Está tirando por tierra toda la bohemia sobre escritores, toda esa construcci­ón social.

Una construcci­ón social que algunos se toman muy en serio e intentan llevar a la práctica, porque no solo quieren serlo sino que quieren parecerlo y se empeñan constantem­ente. Esa solemnidad pomposa no va con mi literatura y tampoco va con mi vida. El escritor que se toma a sí mismo en serio, por delante de su escritura, no me interesa para nada.

¿Sigue compatibil­izando sus clases?

Sí, sacrifican­do muchas cosas familiares. Es muy difícil. El sistema educativo no está pensado para dar cabida a la creación que no tenga que ver con la propia docencia. Te permiten reduccione­s de jornada por un hijo o sacrifican­do parte del salario. Hay que replantear­se qué papel le queremos dar entre los docentes a la creación para estimularl­a porque es un elemento de formación educativo muy importante.

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IVÁN GIMÉNEZ

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