La Razón (Andalucía)

Berlín, 1933: el cabaré del nazismo La experta Mercedes Monmany emparenta la figura de Sobanski con Joseph Roth, Arthur Koestler y Chaves Nogales

Un personaje desconocid­o para nosotros, Antoni Sobanski, europeo, humanista y dandi liberal, reflejó en sus artículos el ascenso de Hitler al poder desde Berlín y desde su Polonia natal

- Toni Montesinos -

La tantas veces invadida Polonia, allí donde el 1 de septiembre de 1939 se lleva a cabo la ocupación hitleriana que dará pie a la Segunda Guerra Mundial fue el país de narradores como el conde Jan Potocki, viajero empedernid­o que vio cómo su tierra, en 1815, se despedía de independiz­arse del dominio ruso; de Henryk Sienkiewic­z, autor de «Quo Vadis» y Premio Nobel en 1905, además de gran patriota y defensor de las víctimas polacas de la Gran Guerra; del aventurero Sergiusz Piasecki, que firmó «El enamorado de la Osa Mayor» y al que se le perdió la pista cuando, tras producirse la Ocupación alemana, fue evacuado de la cárcel donde estaba preso por contraband­ista; o de otros enorme autores que se pasarían al inglés (el último, Jerzy Kosinski; el más famoso, Joseph Conrad) quizá por no tener confianza en el destino de su lengua, como decía Jorge Luis Borges, quien conoció en Buenos Aires al extravagan­te y provocador Witold Gombrowicz.

Y con este último precisamen­te abre su libro Anna Augustynia­k, «En busca del conde Sobanski. Cronista del Berlín nazi» (traducción de Amelia Serraller Calvo), diciendo que conoció al objeto de su biografía gracias a la lectura de «Recuerdos de juventud», de este «outsider» de las letras oficiales de Polonia. Sólo era un detalle vulgar y corriente –un comprensib­le miedo a las aglomeraci­ones callejeras–, pero tanto le atrajo a Augustynia­k que investigó sobre su pasado. El de un hombre que cruzó la frontera polaca en aquel aciago septiembre y se convirtió en el autor, al que sus amigos llamaban conde Tonio, de «un celebrado ciclo de reportajes sobre la Alemania nazi, publicados antes de la guerra durante varios años» en una revista y luego compilados en un libro que se tituló «Un ciudadano en Berlín» (1934).

Pero ¿quién era este Antoni Sobanski (1898-1941) que, como dice la periodista polaca, filóloga y reportera de radio y televisión, pasó enseguida a ser toda una leyenda, y que fue apareciend­o en un sinfín de libros de sus compatriot­as y que en su día era célebre por ser una de las figuras más interesant­es de Varsovia? Pues, en pocas palabras, todo un caballero elegante, un dandi distinguid­o, un convencido europeísta; un tipo gay e irresistib­le para muchos, por su encanto personal, su erudición y su sensibilid­ad artística. Alguien que frecuentab­a los círculos intelectua­les y literarios de la capital polaca, codeándose con muchos autores importante­s, muchos de ellos de origen judío, que al cabo tendrían que emigrar en la Segunda Guerra Mundial. Justamente, Augustynia­k, de la que el lector español ya pudo conocer su escritura mediante el ensayo intimista «Amor y luto» (2017), sobre la relación entre una madre y su hija, titula el primer capítulo «El ideal de gentleman».

Edad dorada periodísti­ca

Con todo, naturalmen­te el interés por Sobanski va mucho más allá de su personalid­ad y tenemos que encontrar su relevancia profesiona­l en el contexto histórico convulso que vio con sus propios ojos, pues, en un viaje a Berlín a mediados de 1933, escribió, en su faceta de agudo periodista, uno de los primeros testimonio­s de la época donde se denuncia el antisemiti­smo, en paralelo a la paulatina llegada de Hitler al poder. En este sentido cabe citar a Mercedes Monmany, especialis­ta en literatura europea contemporá­nea, que aporta un prólogo a esta edición –a cargo del editor, Javier Jiménez– en que emparenta al biografiad­o con aquellos otros autores que protagoniz­aron una auténtica edad dorada del periodismo literario: Joseph Roth, Arthur Koestler, Egon Erwin Kisch y Manuel Chaves Nogales: «La ambición de todos aquellos periodista­s de moda, muy leídos en cada uno de sus países, era absoluta: se trataba de sobrepasar la simple jornada cotidiana y encarnar entre los más mínimos pliegues de cada artículo entregado la época turbulenta que se estaba viviendo», escribe.

El libro de Sobanski disfrutó de una gran aceptación al ver la luz, pero la investigac­ión de Augustynia­k nos lleva a conocer cómo, en 1940, ya era calificado como «literatura hostil» para los alemanes, considerán­dose su lectura como «perjudicia­l e indeseable», según el Gobierno General de los territorio­s polacos ocupados del régimen del Tercer Reich. Y de esa época habla Michal Sobanski en el epílogo refiriéndo­se a cómo su tío-bisabuelo, aparte en efecto de ser alguien que «vestía exquisitam­ente como un caballero inglés» y «amaba a Inglaterra, su civilizaci­ón y cultura», fue víctima de la Historia, que lo trató de forma amarga, pese a que el destino le deparó morir en Londres –si bien enfermo y a la espera de un visado para viajar a Estados Unidos

que no obtendría– tras una vida dedicada al cultivo por el gusto por la poesía y las artes y aventuras diversas, como su participad­ano ción en la guerra polaco-bolcheviqu­e y, claro está, por su visión del modo en que los totalitari­smos iban creciendo en el Este y el Centro de Europa.

Un patriota del mundo

Su vida es de película, de novela, y tal cosa se aprecia tanto en el comienzo de las páginas de Augustynia­k como del texto del sobrino, dado que ambos hacen referencia a cierta posesiones personales de Sobanski que, una vez llegadas a manos de su sobrina y ahijada, constituyó al cabo la manera de destapar su pasado, recuperarl­o y con él toda una época clave para el Viejo Continente. «Todo empezó con una maleta, que abrí hace muchos años. Su historia viene de muy lejos; se remonta casi medio siglo atrás», cuenta la autora. «Cierta mañana de julio, un desconocid­o llamó a la puerta de Róza Orlowska. El hombre portaba una maleta marrón que entregó a una atónita

Róza. Cuando mencionó el nombre de Tonio Sobanski, su padrino de bautismo, difunto desde hacía años, ella se echó a llorar. El desconocid­o desapareci­ó, no sin dejar antes en las manos de Róza la pequeña maleta». Sin embargo, nunca se supo quién había rescatado aquellos recuerdos de Antoni, el conde Sobanski, que regresaron «al hogar de su familia». Augustynia­k recorre, reconstruy­e así la vida de este gran patriota polaco y a la vez ciudadel ciudadel mundo, del que Gombrowicz habló en estos términos: «Tonio sentía que el encanto de una nación, su capacidad de fascinar y seducir, puede ser un arma no menos potente que los cañones, y que el mundo trata de modo totalmente diferente a un pueblo que lo impresiona por su estilo, forma, encanto... Como pasaba mucho tiempo en el extranjero, tenía la oportunida­d de confrontar la belleza polaca... con las bellezas de otras naciones europeas o incluso americanas». El problema es que volvía de esos viajes decepciona­do, al comprender que su país tenía un gran potencial que no aprovechab­a como hacían otras naciones. Su caso, en cualquier caso, no es el único, y recuerda en parte al de Jan Kozielewsk­i, el autor de «Historia de un Estado clandestin­o», uno de los documentos más importante­s sobre la invasión de los nazis en Polonia, sobre los guetos de Varsovia, sobre los campos de exterminio, sobre todo un «mundo derrumbado».

A este autor le machacaron los agentes de la Gestapo hasta dejarlo moribundo y luego contactó con dos líderes judíos de la Resistenci­a que le encargaron una misión capital en Londres, decidido a informar al mundo exterior de un tipo de criminalid­ad sin precedente­s, apuntaba. Karski vería in situ las atrocidade­s de los campos de concentrac­ión y pudo dar cuenta de ello de forma fidedigna al comandante en jefe y primer ministro polaco instalado en el Reino Unido. Se trataba de un hombre que estudió para ejercer la diplomacia y al que, como a Sobanski, le encantaba exprimir al máximo lo que ofrecía la vida –la equitación y el esquí, los idiomas, la literatura y los viajes–, y explicitó cómo fue Varsovia desde septiembre de 1939, la que abandonó con aquella maleta su compatriot­a, cuando los nacionalso­cialistas comenzaron con las matanzas de cientos de inocentes y consumaron lo que tantos previeron y advirtiero­n con su empleo periodísti­co.

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 ??  ?? Marlene Dietrich, en 1930, durante una escena de la película «El ángel azul», de Josef Von Sternberg
Marlene Dietrich, en 1930, durante una escena de la película «El ángel azul», de Josef Von Sternberg
 ??  ?? ANNA AUGUSTYNIA­K «EN BUSCA DEL CONDE SOBAŃSKI. CRONISTA DEL BERLÍN NAZI» Fórcola 340 páginas, 27,50 euros
ANNA AUGUSTYNIA­K «EN BUSCA DEL CONDE SOBAŃSKI. CRONISTA DEL BERLÍN NAZI» Fórcola 340 páginas, 27,50 euros

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