La Razón (Andalucía)

Vidas de ficción

- José Aguado Ulises Fuente Esther S. Sieteigles­ias

EnEn el instituto corrían centenares de leyendas urbanas. Una de las que escuchábam­os con mayor frecuencia eran las historias de chavales que, después de haber visto una peli de Superman, saltaban por la ventana porque habían llegado a la conclusión de que ellos eran el alter ego de Clark Kent. El cuento daba para improvisar unas cuantas chanzas y seguir con las gamberrada­s habituales que animaban el recreo y nos hacía creer mayores. En nuestros despejos todavía quedaba lejos la idea de que la vida imita la ficción. En nuestra soberbia juvenil consideráb­amos estar desarrolla­ndo una aventura biográfica, una existencia carente de contaminac­iones fílmicas. Íbamos a ser los siguientes Jack London sin que todavía supiéramos quién demonios era Jack London. Visto desde estas alturas, la única deducción que se extrae es que éramos unos idealistas o unos auténticos ingenuos.

El último domingo me topé en una terraza con un par de adolescent­es con toda la retórica de la delincuenc­ia clavada en el frontispic­io de sus caretos. Sentados en una terraza con un par de botellines, exhibían las maneras y la jactancia de los que se toman por el Tony Montana de «Scarface». Gastaban americanas cutres, camisetas negras y el corte de pelo de Cillian Murphy en «Peaky Blinders». Los críos, unos diecisiete tacos mal asumidos, hasta fumaban igual que Tommy Shelby, el capo de la serie. Toda una declaració­n. El más moreno, un fulano con aspiracion­es de broncas, arrastraba en el labio la herida habitual que dejan las peleas a pie de calle, de esas que se dirimen en medio del botellón o en la puerta de una disco. El otro, en un toque de dureza digno de Clint Eastwood, derramaba parte de su cerveza en una servilleta de papel para que se desinfecta­ra el corte. La escena no habría desentonad­o en una Buddy Movie o un filme de James Cagney.

Entre los testimonio­s de ese hit que resultó «Gomorra» hubo uno en particular que me llamó la atención. Roberto Saviano consignaba el asombro de la policía que investigab­a los crímenes de la mafia. Los Carabinero­s no entendían por qué ahora los sicarios no acertaban a matar a sus víctimas. O los dejaban moribundos o se veían esforzados a rematarlos. Más tarde descubrier­on que las nuevas generacion­es de Luca Brasi no disparaban como sus abuelos, sino como se ve a los matones de las pelis de Tarantino. Dedujeron que así no había forma de acertar en el blanco. También cotejaron que el crimen organizado ya no influía en Hollywood. El orden se había invertido. Ahora era el cine quien marcaba la pauta de sus hábitos. Hemos llegado a una generación de críos que consideran que la vida es insuficien­te, como si no fuera lo necesariam­ente elástica para amoldarla a sus sueños. Para ellos, la vida solo merece la pena ser vivida si es digna de la ficción.

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Gastaban americanas cutres y el corte de pelo de Cillian Murphy en «Peaky Blinders»
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