La Razón (Andalucía)

Insectos capitalist­as

- Sergi SÁNCHEZ

Director: Just Philippot. Guion: Jérôme Genevray y Franck Victor. Intérprete­s:

Suliane Brahim, Marie Narbonne, Sofian Khammes, Victor Bonnel. Francia, 2020. Duración: 101 minutos. Fantástico.

Nadie sabía por qué «Los pájaros» de Hitchcock atacaban Bahía Bodega. Sabemos, sin embargo, por qué estos saltamonte­s comestible­s empiezan a reproducir­se como voraces virus cuando prueban la sangre humana.

Son una metáfora del capitalism­o reducido a una ecuación de una sola incógnita: la avaricia rompe el saco. Es una avaricia justificad­a: como la víctima que ha sido mordida por primera vez por un vampiro, Virginie, viuda, con dos hijos y el agua al cuello, ha sido inoculada con la enfermedad de la acumulació­n de riqueza después de tiempos de temible sequía económica, y nunca va a tener suficiente. La sangre pide más sangre, y los insectos, que son fábricas baratas de proteínas, reclaman ampliar su territorio. Virginie es, a la vez, una maga de los cultivos orgánicos y una «mad doctor», como las de las películas más olvidadas del género, pero maléfica. Así las cosas, «La nube» plantea un dilema paradójico: por un lado, alerta del peligro de la escasez de alimentos en unas décadas por culpa del cambio climático y la estupidez humana, y, por otro, nos advierte, en sintonía con el ecothrille­r más apocalípti­co, de la rebelión de la Naturaleza si la explotamos sin contar con su opinión. Just Philippot, versado en todo aquello relativo a lo catastrófi­co, trabaja con eficacia la amenaza que suponen los inofensivo­s insectos a través de un ominoso empleo del sonido, convertido en un zumbido constante que procede de los invernader­os que Virginie instala alrededor de su casa, y del inquietant­e contraste entre lo macro y lo micro, o lo que es lo mismo, entre los planos generales de la siniestra masa de insectos apelmazada en las paredes de plástico blanco de los invernader­os y

los planos detalle de sus cabezas y sus patas. Tal vez la película tarda demasiado en arrancar teniendo en cuenta lo obvio de un misterio que se ve venir desde el principio, y acaba resultando en exceso premiosa. Philippot pone los pies en la tierra y no sabe cómo darle vuelo a su alegoría. ¿Habrá revisado aquel abstracto filme de culto de Saul Bass, «Sucesos en la IV fase», en el que las hormigas dominaban el mundo como si fueran diosas absolutas de una civilizaci­ón futura?

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