Sin pelos en la lengua
Ni la sutileza ni la prudencia se contaban entre la cualidades del duque de Edimburgo. No importaba el escenario ni los personajes invitados; él disfrutaba saltando de un lado a otro de la frontera que separa la ocurrencia ingeniosa de la sonrojante metedura de pata. Así ocurrió durante una recepción al presidente de Nigeria, al que el invitado acudió con toga y chilaba, el atuendo tradicional en su país. «Vaya, parece que estés listo para irte a dormir», dijo Felipe al verlo. Hablando con unos jóvenes estudiantes que habían viajado a Nueva Guinea, les dijo que estaba sorprendido que no se los hubieran comido. En otra ocasión, en una reunión de representantes de países de la Commonwealth, se dirigió a uno de los asistentes negros y le preguntó: «¿De qué lugar exótico es usted?». El interlocutor le respondió: «Soy lord Taylor de Warwick y nací en Birmingham, alteza».
A un veterano de guerra al que le habían amputado las dos piernas le sugirió que se pusiera ruedas en vez de prótesis. Y durante una visita a un colegio especial, dijo a un grupo de niños con problemas de audición que estaba junto a la orquesta de tambores con que le habían recibido: «Ya me imagino por qué estáis sordos». Tampoco demostró una especial sensibilidad con las víctimas de las crisis económicas. A principios de los años 80, con una tasa de desempleo disparada, el duque aportó su particular análisis: «Hace unos años, todo el mundo decía que teníamos que tener más tiempo libre, que la gente trabajaba demasiado. Ahora que todo el mundo tiene más tiempo libre se quejan porque no tienen trabajo. La gente no se pone de acuerdo sobre lo que quiere».