«ES UN ACTO NECESARIO PARA UN ESTADO QUE SE PROCLAMA PROGRESISTA»
ElEl problema son las palabras. Llamar a un archivo histórico« botín de guerra» remueve las tripas. Al final se sabrá la verdad oculta en el victimario nacional. En 2005, el gobierno que presidía Rodríguez Zapatero decidió restituir ala Gen er ali tat de Cataluña los «papeles» –así se les llamaron–que le fueron incautados tras la Guerra Civil. Estuvieron guardados en el Archivo General de la Guerra Civil Española, en Salamanca, que sólo los investigadores sabían de su existencia. Allí se cavó la primera trinchera de esa guerra infinita que se libra hoy y que quedó labrada en el frontispiciodel Colegio San Amb ro si o: Centro de la Memoria Histórica. Valga la redundancia. Parecía que todo había acababa ahí y que la desmenbración nacional iba a quedar sólo en los «papeles». Pero continuó. Dice la consejera de Culturade la Gen er ali tat,ÀngelsPo ns a :« Es unactoim prescindible para un Estado que se proclama progresista». Dicho y hecho. Ahora han vuelto a sacar documentos, unos 25.000, aunque esta vez sus propietarios son la CNT, UGT, la Asociación de la Amigos de la Unión Soviética, Socorro Rojo Internacional, Solidaridad Internacional Antifascista ola Compañía de Jesús ... qué casualidad.Se suele olvidar que precisamente en los primeros días de la guerra se destruyeron el mayor número de archivos. Era la Barcelona de las patrullas de control. Decía «Solidaridad Obrera» en aquel verano del 36: «Las bibliotecas son almacenes del pensamiento burgués, montones de basura, legajos de mentiras. Esto nada más es lo que se quema ». Se quemaron y se robaron.Y luego fueron encontrados en sus sed es cuando los nacionales entraron en la ciudad y los burgueses, católicos y religiosos–los pocos que quedaban–salieron de los sótanos. De la Sección de Archivos del Servicio de Salvamento del Patrimonio Histórico de la Generalitat formó parte Martín de Riquer, y así lo contó, organismo para proteger los archivos, pero no del ejército invasor, sino de las milicias. De cómo salvó el Archivo de San Juan de Jerusalén, daría cuenta: leer en latín casi le cuesta la vida. Pero eso no forma parte de ese otro «botín de guerra» que el nacionalismo nunca entregará.