La Razón (Andalucía)

Un mirlo blanco

- Abel Hernández

AseguroAse­guro que he visto, por primera vez en mi vida, un mirlo blanco, lo que me parece una buena señal en estos tiempos de bronca, pandemia, elecciones y vulgaridad. Un respiro primaveral, una vacuna al tedio. Para mí es como encontrar un trébol de cuatro hojas. Hasta ayer tarde creía que este ser mítico y hermoso sólo existía en la imaginació­n. Sobre todo, en la imaginació­n de las madres que sueñan con un novio ideal para sus hijas. Y ya ven.

No hablo por hablar. No me refiero a la aparición de Isabel Díaz Ayuso en la floresta política madrileña. ¡Tan cantarina ella, tan «rara avis»! He visto al extraño pájaro con mis propios ojos, a unos metros de mi casa, volando entre los setos de la urbanizaci­ón y emparejado. Parecía feliz. Puede que sea el que está cantando ahora mismo ahí abajo mientras escribo. En realidad no es blanco del todo. Es casi blanco con algunas pintas negras. Como se supone que será la vida cuando todos estemos vacunados. Y es que nada es perfecto, ni siquiera un mirlo blanco. Creo que a este singular animal lo llaman pinto por eso. En mi pueblo pájaro pinto llamarían, con sonrisa guasona, a Pedro Sánchez. Dirían: «¡Buen pájaro!»

Confieso que no alcanzo a distinguir si es mirlo o mirla. En estos tiempos de confusión de géneros y de lenguaje inclusivo, esto no debe extrañar a nadie. Que no lo tomen a mal las feministas radicales. No es mi intención hacerles un feo ni poner en duda su identidad ni su fervor reivindica­tivo, aunque lo del lenguaje inclusivo, tan usado por los miembros y «miembras» del actual Gobierno y por la izquierda en general, me parezca una insoportab­le idiotez.

Cuentan que José María Pemán, poeta andaluz, brillante articulist­a, monárquico juanista y un tiempo famoso por «El divino impaciente», ahora denostado por la izquierda republican­a de «Kichi» y compañía, se encontró en un mercadillo con un hombre que vendía pájaros. Y le oyó que pregonaba: «¡Las mirlaaas a tres realeees y los mirlooos, a cincooo!» Picado de la curiosidad, Pemán se acercó al tenderete y preguntó al vendedor: «Buen hombre, ¿cómo puedo distinguir yo a un mirlo de una mirla?». «¡Muy sencillo! –le respondió el pajarero– , son animales muy cariñosos; páseles la mano por encima. Si se pone contento es mirlo y si se pone contenta es mirla».

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