El señor llega
Ayer, el señor del castillo salió de la fortaleza en su carroza y se dedicó a arrojar bolsas de maravedíes entre la multitud, o al menos a decir que iba a hacerlo en el futuro. Poco importa que lo que todo el mundo esperaba y necesitaba con ansía fuera la elaboración de un marco jurídico que permitiera afrontar con todas las garantías la desaparición del estado de alarma en plena pandemia.
Ayer, lo primordial para Pedro Sánchez consistía en publicitar su reparto de maravedíes. Tampoco le importaba demasiado que los maravedíes no fueran suyos, sino de la unión de todos, ni que todavía no esté claro si van a llegar y cómo: ayer lo importante era anunciar al pueblo que sobre él va a caer una lluvia de doblones gracias a los acuerdos firmados por el señor del castillo, cuyo mérito no duda en atribuirse campanudamente a sí mismo.
En el populismo feudal, lo importante es salir de vez en cuando a lanzar monedas de oro a la plebe, persignar a sus criaturas y acariciar las cabezas mientras te besan el anillo. Cuando eso sucede, cuando el señor intenta provocar algún tipo de baño de multitudes porque juzga que lo necesita, es señal de que ha empezado alguna guerra por las lindes con el señor vecino.
En este caso, podemos dar por sentado que la guerra por Madrid ya está en marcha. Las inversiones «new generation» son un paso importante y positivo para la reconstrucción cuando se acabe la pandemia; pero intentar compararlas con los cambios de la transición o con algo similar al «new deal» de Roosevelt es exagerar bastante y hacer
En el populismo feudal, lo importante es salir de vez en cuando a lanzar monedas a la plebe
Sánchez se volcó hacia el cinismo para convertirse en el populista más eficiente
un poco el ridículo con pretensiones tartarinescas. Además, todavía nos queda pandemia para rato y, desgraciadamente, aún va a fallecer mucha gente y por ellos tendríamos que estar, y no por delirantes y pedantescos anuncios.
El exitoso populismo de Podemos desde el año 2011 obligó al PSOE a elegir cómo combatirlo: o bien con la cultura y la formación de la gente, o bien lanzándose decididamente al cinismo y convirtiéndose en más populistas aún que ellos. El 1 de octubre de 2016 llegó el choque interno de las dos vías posibles. Al verse descabalgado del poder y desamparado en la calle, Sánchez decidió que nunca más iba a volver a pasar hambre y se volcó con decisión hacia el cinismo para convertirse en el populista más eficiente que pudiera compatibilizarse con la socialdemocracia.
El juego de equilibrista era sutil, se trataba de salir a repartir prebendas en olor de multitudes y, cuando te sacaban los colores, dar un paso atrás para refugiarte en el proyecto de la ilustración. Solo se necesitaba una cara de cemento armado, una impasibilidad a prueba de Riveras y ser capaz de tragarse sapos de vez en cuando con una admirable y soberana resistencia a ese bruxismo crónico que tal tipo de conductas comporta. La verdad es que Pedro Sánchez ha bordado ese proyecto a la perfección y ha conseguido desarticular a Iglesias.
Pero ha sucedido algo que no se esperaba. En el reino de al lado, el más cercano al suyo, ha surgido alguien que ha sabido leer con mucha inteligencia esa fina línea entre lo popular y lo populista en la que transitaba Sánchez y ha decidido combatir el fuego con el fuego. El estandarte con el que va a la guerra («socialismo o libertad») tiene la idéntica característica de bordear el populismo que tenía el «no es no». El temblor de ayer y los que se avecinan hasta el 4 de mayo lo que anuncian ya es el terremoto de unas elecciones generales.