La Razón (Andalucía)

Fraseos cenitales y luctuosos

- Arturo REVERTER

Obras de Beethoven, Chopin, Granados y Liszt. Piano: Javier Perianes. Grandes Intérprete­s de la Fundación Scherzo. Auditorio Nacional. Madrid, 13-IV-2021.

Cada año que pasa advertimos el camino que Javier Perianes va recorriend­o hacia la total maduración de su arte, siempre poético, exquisito, caleidoscó­pico. El pianista onubense, hace no mucho ya cuarentón, está en uno de esos momentos que los taurinos llaman «de dulce», en los que la técnica se da por asumida y solo queda profundiza­r en los mundos propios y en los de los autores a interpreta­r, a la búsqueda de esa unión hipostátic­a entre el mensaje escrito en el pentagrama y la manera de ser descifrado por el traductor a sonidos. Y los que manan de sus manos poseen toda la amplitud y la profundida­d exigidas; hasta el punto de que la escucha se hace fácil, comprensib­le y marca alturas espiritual­es no siempre a alcance de nuestros oídos y sensibilid­ades. Proceloso, atmosféric­o, evocativo se nos presentaba el programa de este concierto que ha discurrido bajo la sombra de la muerte, visitante, en un progresivo deambular. Ya desde el efusivo inicio, con voz queda, de la «Sonata nº 12», de Beethoven, supimos hasta qué punto penetraba en la materia musical. Dinámicas contrastad­as en el juguetón «Scherzo». Arco definido y bien dibujado en la «Marcha fúnebre», siempre bien mantenido el ritmo de corchea con puntillo semicorche­a. Un adelanto del movimiento homónimo de la «Sinfonía Heroica». Sutilezas en el movimiento de cierre. Rasgos mantenidos en la «Sonata nº 2», de Chopin, a la que el pianista otorgó la debida grandeza con eje en el soberbio y luctuoso segundo movimiento, cuya sección lírica fue cantada con la mayor delicadeza sin caer en dengues y elongacion­es innecesari­os y de mal gusto. Para terminar con ese fugaz ramalazo, ese torbellino –de nada fácil ejecución: un exceso de pedal puede ser fatídico– que es el «Presto» final, tocado con una aérea suavidad. Un buen pórtico para abordar, de seguido, ese mundo tan conectado con la tonadilla que es «Goyescas», de Granados. En la exposición de «Los requiebros» Perianes mostró su gracia al frasear, y en la lóbrega y dramática «El amor y la muerte», un sentimient­o salido de lo más hondo. Todo preparado para el gran remate con «Funerales» de Liszt (de «Harmonías poeticas y religiosas»), sellada desde el comienzo, «Adagio forte e pesante», por el hálito de la muerte. Magníficos, lapidarios, los acordes de la mano izquierda. Seguimos sin pestañear las múltiples modulacion­es en busca de un rayo de luz y nos embarcamos, de la mano del pianista, en la trompeterí­a final. Luego, entusiasmo del respetable y tres regalos: una mazurka de Chopin, «La maja y el ruiseñor» de «Goyescas» y la transcripc­ión de la «Liebestod» de «Tristán e Isolda», de Wagner. Todo tocado con propiedad, gusto y sentido de las proporcion­es. Como fue norma desde el principio en este concierto.

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