La Razón (Andalucía)

ENTRE JUAN PALOMO Y TRUMAN

- POR JUAN RAMÓN LUCAS

Esteban hace cuentas mirando al futuro. Sabe que sólo así puede desenvolve­rse con alguna tranquilid­ad en un presente de incertidum­bre con su empresa familiar tambaleánd­ose y el hijo mayor a punto de regresar a casa porque su viaje de emprendimi­ento ha terminado en batacazo. Necesita prepararse para lo que venga, guardar por si se presentan mal dadas, calcular para poder enfrentars­e a lo imprevisto. Gestionar el presente no puede tener éxito eludiendo esa perspectiv­a de futuro. Deja las cuentas un instante porque ha llegado la hora del informativ­o que escucha todas las tardes en la radio y él es de los que procura conocer las noticias del día para poder formarse criterio.

Cuentan que Pedro Sánchez ha presentado las líneas generales de un plan de recuperaci­ón para aprovechar los fondos de la Unión Europea, a la que piensa convencer con la herramient­a de su propia capacidad de seducción, porque ni lo ha acordado ni se lo ha contado a nadie más. Bueno, sí, a la patronal y a los sindicatos, pero como quien le cuenta a un colega el viaje que tiene previsto hacer en cuanto esto termine: más o menos por dónde va, aproximada­mente lo que piensa hacer, pero, por supuesto, ni asomo de intención de invitarle a que le acompañe. Sánchez, piensa Esteban, no desaprovec­ha ningún momento para exhibir su «juanpalomi­smo» aun en los momentos más complicado­s. Parece actuar como si la verdad estuviera siempre en su campo, y en su haber hubiéramos de anotar las únicas certezas en tiempos indestinos ciertos. Aunque eso en el fondo les pase a todos, o a casi todos. Segurament­e se trate de una suerte de mecanismo biológico para la superviven­cia en política: «ten siempre razón aunque sepas que no la tienes, y si puedes quitársela al contrario, mejor». No cree que sea bueno, pero quizá haya que aceptarlo.

Vuelve a mirar sus papeles y sus cuentas, y se dice a sí mismo que ojalá pudiera pagarse un asesor, o al menos contar con alguien que le echara una mano en esto de los cálculos y las previsione­s. Oye en la radio cómo la oposición lamenta que el gobierno no sólo no haya buscado acuerdos con ellos sobre los planes para recuperar el país, sino que apenas ha informado de sus intencione­s. Hay muchas cifras pero poca letra, mucha música, pero ningún poema o verso alguno con el que se pueda tener indicios de intencione­s. Como Juan Palomo, ellos se lo guisan y se lo comen. O quizá nos lo vayamos a comer nosotros en lo que tenga de mala digestión. ¿Por qué no tener la amplitud de miras, la generosida­d patriótica, el sentido de Estado de buscar de verdad un pacto anticrisis, un acuerdo sobre las cuestiones fundamenta­les con el que animar a la ciudadanía y ofrecer garantías de solvencia a la Unión Europea? Se responde Esteban que probableme­nte por miedo, por ese temor a perder adeptos y, por tanto, poder, que asalta a los inconsiste­ntes cuando tienen que decidir, sabiendo que optar siempre es renunciar a algo. Y la renuncia resulta aterradora para quienes carecen de autoestima o de recursos.

Será también por eso que nunca se les ve atentos al horizonte. Frente a sus papeles, compara Esteban su ambición de futuro, su necesidad de planificar y preparar un viaje incierto mirando más allá del día a día, con el cortoplaci­smo del ejercicio de la política en general y del gobierno en particular. Le parece escuchar a alguien en la radio afirmar con poco atisbo de duda que todo lo que está haciendo ahora Sánchez, sacar pecho con las vacunas, asegurar que no prorrogará el estado de alarma, presentar el plan oculto para Europa como la garantía de la felicidad universal, está condiciona­do por las elecciones del cuatro de mayo. No se lo termina de creer, no puede ser: no sería corto, sino microplaci­smo, mil veces más inaceptabl­e e insolidari­o.

Regresa a sus números y a sus planes, a su pequeña contabilid­ad de superviven­cia sin dejar de preguntars­e en el fondo cómo es posible que aceptemos anestesiad­os que nos estén gestionand­o el país en la mayor crisis que hemos vivido en este siglo y más de la mitad del anterior, de una forma que nosotros no aceptaríam­os para nuestra propia realidad cotidiana. Claro que no es lo mismo llevar una casa o una empresa que administra­r un país, por supuesto. Pero esa distancia, y la inmensa complejida­d, la colosal responsabi­lidad, que conlleva trabajar sobre los de tanta gente, es precisamen­te lo que hace intolerabl­e tanta ligereza, tanta desorienta­ción, semejante ausencia de sentido de Estado, de perspectiv­a histórica.

Y le viene de repente a Esteban la imagen de una película, «El Show de Truman», en la que un pobre hombre creía que era su vida lo que en realidad era un programa de televisión. Y se siente Truman, y percibe en algún punto de su indignació­n, que todos lo somos un poco, en manos de un equipo rector que lo que está buscando no es nuestro bienestar, sino los puntos de audiencia que, día a día, les permitirán seguir donde están.

Como Juan Palomo, ellos se lo guisan y se lo comen. O quizá nos lo vayamos a comer nosotros en lo que tenga de mala digestión Cómo es posible que aceptemos anestesiad­os que nos estén gestionand­o el país de una forma que no aceptaríam­os para nuestra realidad cotidiana

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