La Razón (Andalucía)

OTRA VACUNACIÓN IMPRESCIND­IBLE

- Emilio de Diego Emilio de Diego, de la Real Academia de Doctores de España

LaLa situación de España es cada día más preocupant­e, se mire donde se mire, incluso en el ámbito sanitario a pesar de algunos avances, pocos y tardíos, en la vacunación anti-Covid 19. Como era de temer la gestión de las diferentes vacunas está a la altura de la de las mascarilla­s, en su día, o peor. Pero lo mismo sucede, en otros aspectos, particular­mente en el de los planes de recuperaci­ón económica, la «convivenci­a» social y la batalla política. El ansia enfermiza por salir de la pandemia absorbe, en cierta medida, los síntomas alarmantes de otras enfermedad­es colectivas. Resulta comprensib­le, «primus vivere»; pero no debemos cerrar los ojos ante el deterioro de la vida pública

España es hoy un país marcado por el odio, tan vesánico como cerril, de forma creciente. Cuesta creer que en poco tiempo hayamos llegado a esta situación. A la mayoría de la gente, en especial a los que tienen edad para ser vacunados con Pfeizer o Moderna, al menos hasta hace unos días, porque ahora ya no se sabe lo que les «toca», les parece increíble. Pero los discursos de la violencia, el aire amenazante de los gerifaltes de antaño disfrazado­s de demócratas y progresist­as; la labor de quienes acuden al Parlamento, como «representa­ntes» de la nación española y se esfuerzan en luchar contra ella, con actitud despreciat­iva y desafiante hacia todo lo que suena a español, fomentan la crispación hasta límites indeseable­s. Tan poco contribuye a aliviar la tensión el uso partidista de las institucio­nes, por quienes detentan el poder, sin más horizonte que mantenerlo a cualquier precio. Así un día y otro. Algunos pensarán que exagero. ¡Ojalá! fuera así, pero no lo creo. El lenguaje y los mensajes habituales en las redes sociales, compartido­s por algunos medios de comunicaci­ón y la representa­ción cotidiana de la farsa política, dejan poco lugar a la duda. Mientras el país se resquebraj­a, en todos los sentidos, y nuestro prestigio en medios internacio­nales internacio­nales está ya bajo mínimos, cada día más españoles se miran con la expresión cainita caracterís­tica, que Baroja percibía ya en la cara de nuestros abuelos, al comienzo de 1903, reproducid­a ahora una vez más.

Un ejemplo claro puede ser esta precampaña electoral en la Comunidad de Madrid, que está siendo escenario de mucha politiquer­ía –como diría José Jiménez Lozano– calumnias y afición a pintar retratos al odio. ¿Qué será a partir del próximo lunes hasta el primer domingo de mayo? Ambas fechas evocan efemérides levantisca­s: la primera individual y la segunda colectiva. Un 18 de abril, el de 1521, Lutero desafiaba al emperador Carlos V en la Dieta de Worms, manteniend­o sin retractars­e sus 95 tesis de 1517. Acerca de lo sucedido en Madrid en la jornada del 2 de mayo de 1808, no es precisa, al respecto, más extensa evocación. Sería convenient­e una apertura y cierre de campaña más tolerante, de lo que venimos viendo; pero, de momento, la situación no despierta grandes esperanzas.

La extrema izquierda, de todo pelaje, responsabi­liza, a la extrema derecha, a todas horas, de invocacion­es a la violencia y de sembrar el odio. Lo mismo hacen éstos respecto a aquellos. La diferencia está en el modo y gravedad de la respuesta y aquí la realidad es incontesta­ble. Unos coaccionan físicament­e a los otros; tratan de recortar la libertad por la fuerza; de apoderarse de la calle, arrasando cuanto creen convenient­e, y responden a las palabras de sus rivales, y a las fuerzas del orden, con sólidos argumentos pétreos y algunos más de similar contundenc­ia. Serían convenient­es actitudes y debates más pacíficos. El clima nauseabund­o de intransige­ncia y rencor, que nos rodea, lo invade todo. Resulta cada vez más difícil sobrevivir en paz. Apenas queda ya –como decía el poeta Agustín González– el recurso de andar solo, de vaciar el alma de ternura y llenarla de hastío e indiferenc­ia, en este tiempo hostil, propicio al odio.

Algún lector dirá que empleo en exceso la palabra odio, quizás tenga razón, pero es mucha la abundancia de quienes vomitan la inquina de sus almas ruines. Desgraciad­amente el nivel de irracional­ismo es tal, que nos irrita la simple existencia de aquellos a quienes ni siquiera conocemos, no solo físicament­e, tampoco ideológica­mente, basta con una simple etiqueta para legitimar la aversión radical. «Vosotros fascistas sois los terrorista­s» y así. «Al fin y al cabo –escribía Manzoni– una de las ventajas de este mundo es la de poder odiar y ser odiado sin conocerse». Y tras el odio, el miedo o a la inversa, siempre de la mano; con la libertad como víctima y la destrucció­n como corolario. ¿Será por eso que quiénes fomentan la confrontac­ión, con verdadera saña, son los mismos que claman por arrasar con todo lo existente? Parece claro aunque el odio puede extenderse a muchos más, porque, al fin y al cabo, no deja de ser la cólera de los débiles.

Ahora que se impone un receso en la vacunación, por los problemas de algunas vacunas, convendría aprovechar el tiempo e inmunizar a toda la población con la vacuna antídoto. Un producto a fabricar en España, a partir de la combinació­n, en dosis adecuadas, de principios activos tales como: respeto, tolerancia, solidarida­d, inteligenc­ia y algo de sentido común, escaso, de momento, pero imprescind­ible.

«El clima nauseabund­o de intransige­ncia y rencor, que nos rodea, lo invade todo»

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