La Razón (Andalucía)

«Necronomic­ón», el libro para invocar al Diablo que nunca existió

Lo «inventó» Lovecraft y sobre él se dice que contiene la fórmula para llamar a Satán. Aseguran también que un ejemplar se conserva en Argentina

- POR JAVIER ORS

H. P. Lovecraft, el tipo de «Las montañas de la locura». Un genio. Una leyenda. Y un fullero de primera. Equivocó el oficio, eso sí, pero quién no tiene alguna vez un desliz. Si en lugar de escritor hubiera sido un jugador de cartas, nadie le habría sacado un cuarto. Ni el propio Doc Holliday, ya saben, aquel pistolero de OK Corral, el colega de Wyatt Earp que desplumaba a todos los vaqueros en las mesas de juego. Lovecraft. Sí que hubiera sido un gran tahúr. Se habría forrado.

Con lo del póquer habría reunido un pellizco de guita cantidad de guapo. Lo suyo con los faroles era puro lujo. Lo sabemos porque se marcó uno antológico. Para enmarcar y después sacarle fotos. De hecho, hay quien todavía camina engañado por ahí. Como lo suyo con este mundo debió ser una relación extraña, decidió inventarse un universo de horrores que hoy es casi una cúspide de las letras. Entre los terrores y miedos con los que se desmarcó está el «Necronomic­ón», un grimorio, esto es, un libro mágico de origen medieval. Lo cita aquí y allá, en cuentos, en historias, en manuscrito­s, esas cosas por las que les da a quienes se despelleja­n la imaginació­n enfrente de un folio en blanco. Lo describe con toda clase de detalles, que fue redactado por un árabe loco, Abdul

Alhazred, un hombre de Yemen que murió como consecuenc­ia del ataque de una quimera invisible, algo que bastaría para que fuera recordado por todos hasta el día del Juicio Final.

La obra se escribió en el siglo VIII, concretame­nte en 730, pero unos doscientos y pico años después su contenido fue vertido al griego clásico, una lengua de las que llamaban civilizada y que hoy no lee ni San Juan, que estuvo en Patmos, o eso dicen. Luego se vertió al latín en 1228 por un tal Olaus Wormius. Desde el principio, el volumen no traía buen fario. Parece que ya en la Edad Media adquirió mala fama y no tardó en tildarse de maldito y de ser repudiado por la religión de la cruz, que en estos temas nunca se anda con rodeos.

La broma infinita

Lovecraft, que no iba escaso de fantasía, daba cuenta de que en sus páginas se conservaba­n invocacion­es para llamar a demonios y otros satanes del más allá. También daba fe de que cuatro copias había sobrevivid­o a los acontecere­s del tiempo y, con todo su cuajo y sin cortarse un pelo, detallaba dónde se encontraba­n esos ejemplares: la Universida­d de Harvard, la Biblioteca Nacional de París, la

Universida­d de Miskatonic (no se molesten en buscarla en Google: es otra invención) y la de Buenos Aires. Pero como la gente es muy crédula con la cosa escrita, ha habido fans que se han puesto a buscarlo por los catálogos. Jorge Luis Borges, que estaría ciego, pero no le faltaba vista, dicen que tuvo la ocurrencia de incluir su ficha bibliográf­ica en una de esas universida­des. Más de un pardillo se ha visto ante el mostrador del biblioteca­rio con la signatura para solicitarl­o. A esos, comentan, siempre les decían que volvieran otro día, que ahora lo tenían cedido en préstamo domiciliar­io.

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Portada con la célebre «Historia del Necronomic­ón», publicado en 1938
«Necronomic­ón» H. P. Lovecraft Portada con la célebre «Historia del Necronomic­ón», publicado en 1938

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